Resulta llamativo que una empresa mundial se identificara con una palabra inventada a partir de un error ortográfico y que, sin embargo, adquiriera tanta fuerza en el uso diario.
Un nombre repetido a diario en millones de pantallas puede sonar tan familiar que casi nadie se detiene a pensar en lo peculiar que resulta. Google es corto, sonoro y fácil de recordar, pero también se percibe extraño porque carece de un significado habitual en el habla común. Ese rasgo lo convierte en un título único, poco probable para una empresa nacida en un campus universitario. La rareza del término explica parte de su éxito, y al mismo tiempo abre la puerta a una historia en la que el azar terminó marcando el destino de la compañía.
El nacimiento del nombre Google proviene de una equivocación durante el registro de un dominio en 1997. Sean Anderson, estudiante de posgrado, buscó la disponibilidad del término matemático googol, que representa un 1 seguido de 100 ceros, pero escribió por error google.com. En ese momento, Larry Page aprobó inmediatamente aquella versión mal escrita y, en cuestión de horas, quedó registrada como dirección oficial para él y Sergey Brin.
Años después, la compañía alcanzó tal envergadura que requirió un liderazgo global. Sundar Pichai se convirtió en director ejecutivo de Google y de la matriz Alphabet, mientras Brin y Page mantuvieron posiciones decisivas dentro del consejo, con capacidad de voto sobre las decisiones estratégicas. Esta estructura garantizó continuidad a la visión original al tiempo que abría el camino a una gestión profesionalizada.
Ese desenlace tiene como raíz un proyecto experimental nacido en 1996 bajo el título BackRub. El motor analizaba los enlaces que llevaban de una página a otra para calcular la relevancia de los sitios web. El sistema bautizado como PageRank introdujo un criterio nuevo que medía la calidad de las referencias y permitió superar a buscadores anteriores basados en la repetición de palabras clave.
La sesión de lluvia de ideas de 1997 marcó un punto decisivo. Anderson propuso el término googolplex y Page redujo la opción a googol, ambos ligados a cifras de escala inmensa. La equivocación ortográfica acabó imponiéndose y, con ella, un nombre destinado a convertirse en parte del lenguaje cotidiano de millones de personas en todo el mundo. La anécdota se produjo en el edificio Gates de Stanford, donde compartían oficina varios doctorandos.
Con ese impulso, el proyecto se transformó en empresa en 1998, con fecha oficial de constitución el 4 de septiembre. Las operaciones arrancaron en un garaje de Menlo Park antes de extenderse por todo el planeta. El crecimiento acelerado llevó a que el buscador se convirtiera en herramienta indispensable y en puerta de entrada para buena parte de la actividad digital.
El siguiente gran paso llegó en 2015 con la creación de Alphabet, un conglomerado que agrupó los negocios más diversos de la firma. Larry Page explicó en un comunicado que eligieron ese nombre porque remite a las letras que forman el lenguaje y al mismo tiempo a la expresión bursátil alpha, un guiño a los rendimientos superiores en las inversiones.
La conexión con la matemática se mantiene desde el inicio. Googol alude a la cifra 1 seguida de 100 ceros, un número acuñado por Milton Sirotta, sobrino del matemático Edward Kasner. Esa referencia simbolizaba el afán de Page y Brin por ordenar cantidades inmensas de información en la red. El registro mal escrito, convertido en Google, consiguió transmitir de manera sencilla la magnitud de esa ambición.
Ese gusto por los nombres peculiares ha acompañado a los fundadores desde BackRub hasta Alphabet, y confirma que la marca Google nació de un error afortunado que marcó para siempre el rumbo de la empresa. Puede que lo más entretenido sea preguntarse cuál será el próximo. O mejor aún, buscarlo en Google.
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