Un monólogo sacado de un relato literario al que faltan visos de auténtico y sincero. Estrenado hace veinte años en versión dramática española, por esas carambolas del azar -a menudo simple influencia social- vuelve a la cartelera sin que uno encuentre razones suficientes. Disquisiciones que han perdido peso en el mundo actual, las justificaciones embellecidas de cualquier licenciado con ínfulas. Nada nuevo bajo el sol. Hace tres décadas Trama Editorial tradujo ‘Mon suicide’, un testimonio en su tiempo original de un profesor centroeuropeo que decide suicidarse en la cincuentena y sobre todo hacer un resumen previo de su vida para dejar constancia imperecedera. El inminente suicida redacta una ‘confesión literaria’ -como tantos- de sus hermosas ideas y su enorme rebeldía sin abordar las razones para meterse un tiro, aunque de ciertas insinuaciones se deduce que tiene grandes deudas que pueden llevarlo a la cárcel y el oprobio social, y que no se ha portado lo que se dice bien con sus seres queridos, quizás su desconocida pareja, quizás su hija en la veintena, quizás… En ‘Mi suicidio’, Henri Roorda (Bruselas, 1870 – Lausana, 1925), un profesor de matemáticas con ideas libertarias, engranó sus ideas bienpensantes y las quiso titular El pesimismo alegre. Fue su legado mayestático, el de alguien que no se suicida desesperado sino orgulloso y desafiante. Con gotas de humor e ironía sobre el conformismo social, las gentes de ley y orden, el sistema capitalista que estaba consiguiendo sacar a la humanidad del hambre y la miseria, y la educación diseñada para mantenerlo. Un siglo después suena todo como archisabido, mil veces formulado y otras tantas arrinconado por la tozuda realidad, la esencia del ser humano, el mecanismo ¿irreversible? que le hace egoísta, banal, materialista a ultranza. Conseguido un retorno a los escenarios ni más ni menos que…
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