
Es uno de los suyos. Sin matices. De hoz y coz, aunque ahora lo nieguen, fieles al espíritu Judas que siempre embarga a los políticos en problemas. La historia de José Luis Ábalos en los últimos meses del Congreso de los Diputados parece extraída de una novela de intriga política. El exministro de Transportes, quien fue número dos de Pedro Sánchez y secretario de Organización del PSOE, mantuvo comunicación constante por WhatsApp con la dirección del Grupo Parlamentario Socialista hasta solo una semana antes de su ingreso en la cárcel de Soto del Real. Este canal le permitía conocer a qué hora debía desplazarse desde su despacho en la plaza de las Cortes al hemiciclo para votar, además de informarle sobre la postura oficial del PSOE en cada votación. Todo esto ocurrió a pesar de que desde febrero de 2024 —tras el estallido del caso Koldo— había sido expulsado del partido y pasó al Grupo Mixto. El mecanismo era casi impecable. Ábalos pasaba la mayor parte del día parlamentario en su oficina, lejos de la sede del Grupo Socialista en la Carrera de San Jerónimo. Solo se acercaba al hemiciclo cuando era hora de votar. A través de WhatsApp, solicitaba información sobre el horario exacto de las votaciones —un dato que nunca es fijo y depende del desarrollo de los plenos— y cuál debía ser su posición. Por su parte, el PSOE tenía motivos más que suficientes para mantener esta comunicación: cada voto contaba en una legislatura donde los números son tan frágiles como un cristal. La disciplina en las votaciones fue casi absoluta. Desde su paso al Grupo Mixto, Ábalos se alineó con el PSOE en el 97,3% de las ocasiones, apoyando prácticamente todas sus votaciones presenciales. Solo en 27 ocasiones se desmarcó respecto a sus excompañeros socialistas, mayoritariamente…
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