
Con la llegada del otoño, el suelo se tiñe de tonos ocres y el aire se llena de ese crujido tan característico de las hojas secas. Bonito a la vista, sí, pero menos romántico cuando toca limpiar el jardín o la terraza y cada ráfaga de viento deshace en segundos todo el trabajo acumulado. Un rastrillo es eficaz para acumular hojas secas en zonas pequeñas, pero exige tiempo, fuerza y movimientos repetitivos. Además, suele dejar residuos finos —polvo, ramitas o trozos de hojas húmedas— que después hay que recoger a mano o barrer.





