
Estoy harta. Harta de cómo el machismo se cuela continuamente en las palabras que usamos. Harta de que “coñazo” sea siempre algo molesto y “cojonudo”. algo increíblemente positivo. Lo femenino, asociado al fastidio; lo masculino, a lo admirable. Y no, no es una tontería. El lenguaje importa, porque con él pensamos. Si todo lo femenino se asocia a lo negativo —ser una perra, una lagarta, una zorra— ¿cómo no va a calar eso en nuestra forma de ver el mundo? Nos educan a base de palabras, y las palabras también moldean la desigualdad. Broncano, por ejemplo, un hombre al que admiro en muchos sentidos, repite “coñazo” diaria y asiduamente en prime time. Y seguramente para él es solo una expresión más, sin intención de ofender y sí, seguro que oiremos que “no pasa nada”, que “todo el mundo lo dice”. Pero precisamente por eso pasa. Porque todo el mundo lo dice. Y justamente esa normalización es lo que sigue perpetuando un imaginario común patriarcal. Que no nos digan que “no tiene importancia”, que no nos digan “no te lo tomes tan en serio”. Porque sí, el lenguaje importa. Nombrar las cosas importa. Y ya es hora de que empecemos a nombrarlas de otra manera.





