
La Iglesia celebra cada 8 de diciembre la Inmaculada Concepción, una tradición que combina devoción mariana, historia militar española y un dogma proclamado por Pío IX en el siglo XIX.
Cada 8 de diciembre el calendario católico marca la celebración de la Inmaculada Concepción, una festividad que adquirió forma oficial en el siglo XIX, cuando el Papa Pío IX estableció el dogma que sostiene que la Virgen María estuvo libre de pecado desde el instante mismo de su concepción y a lo largo de toda su vida.
La elección de la fecha responde a un cálculo simbólico: como la Iglesia conmemora el nacimiento de María el 8 de septiembre, se retroceden nueve meses para fijar el momento de su concepción, lo que sitúa la celebración el 8 de diciembre. En muchos países —entre ellos, la Argentina— este día coincide además con una tradición extendida: armar el árbol de Navidad como antesala de la Nochebuena.
En España, la fecha está estrechamente vinculada a un episodio histórico conocido como el Milagro de Empel, ocurrido entre el 7 y 8 de diciembre de 1585 durante la Guerra de los Ochenta Años. Aquel invierno, unos cinco mil soldados del Tercio del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla resistían el asedio enemigo en el monte de Empel, en la isla de Bommel, en condiciones extremas y casi sin víveres ni ropa seca.
Según la tradición, la noche del 7 de diciembre un soldado encontró una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción mientras cavaba una trinchera. La tropa improvisó un altar y pasó la noche en oración. Al amanecer, un viento gélido e inusual congeló las aguas del río Mosa, lo que permitió a los españoles avanzar sobre el hielo, atacar por sorpresa y obtener una victoria considerada imposible. Desde entonces, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios españoles, antecedente de la actual infantería.

A partir de 1644, España comenzó a recordar oficialmente lo ocurrido en Empel, pero la festividad adquirió carácter universal recién en 1854, cuando Pío IX promulgó la carta apostólica Ineffabilis Deus, donde declaró formalmente el dogma de la Inmaculada Concepción. Tres años más tarde, durante la inauguración de un monumento dedicado a María en la Plaza de España, el Pontífice destacó la influencia española al afirmar que fue “la nación que más trabajó” para que el dogma fuera proclamado.
Como reconocimiento, el Papa concedió el llamado “privilegio español”: la autorización para que los sacerdotes de España y de sus antiguas provincias de Ultramar celebren vestidos de azul, el color atribuido a la Virgen, tanto el 8 de diciembre como durante la octava —los ocho días posteriores— y también los sábados en que se permiten misas votivas en honor a la Santísima Virgen.
LN
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