En la clínica aparece, en muchas mujeres, un dolor específico: admitir que ya no aman. En varones, en cambio, suele predominar alivio o culpa, más que dolor.
Una idea freudiana es la del narcisismo femenino. Mientras que el hombre, según Freud, pierde narcisismo cuando se enamora, por sobrestimación del otro, la mujer no lo perdería. Este es el modo en que Freud pareciera hacerse eco del sentido común que, popularmente, suele afirmar que las mujeres son más egoístas que los hombres.
Lacan tiene una explicación más clara y, quizá, menos prejuiciosa de esta cuestión, cuando sostiene que la relación de la mujer con la pérdida es diferente a la que tiene el hombre. La explicación lacaniana parte de una constatación clínica: el hombre no puede dejar de fantasear con un padre que estaría exceptuado de la castración y tendría un goce sin límite.
Es como si el hombre dijese: “Por mi pérdida de goce, hay alguien que goza”. Ese alguien es el padre, cuyo relevo suele ocupar la mujer. No son pocos los hombres que se enojan con las mujeres cuando ellos hacen algo mal; así las castigan, por el goce que les suponen.
Ese goce supuesto también se refleja en los celos y otros síntomas típicos. Esta es la raíz inconsciente de lo que Freud llamó “odio a lo femenino”. Ese odio no es esencial, sino que está derivado del conflicto masculino con el padre.
En este punto, la idea del egoísmo de las mujeres es una fantasía masculina; expresa el odio a que la mujer no constituya su narcisismo a través de la renuncia (“Por el narcisismo del falo es que el niño abandona la masturbación”, decía Freud). Ahora bien, que el narcisismo femenino no esté articulado a la renuncia no quiere decir que no tenga límite o sea excesivo. Ese narcicismo está articulado a lo imposible.
En el análisis de mujeres es común encontrar el dolor que les produce reconocer que dejaron de amar a una persona. Los hombres no sufren de esto; al contrario, les produce alivio. O bien culpa. Pero no dolor.
Ese dolor, a veces inadmisible y ante el que una mujer puede engañarse durante mucho tiempo, es una forma de plantear el problema de “la castración en la mujer”. De algún modo, ya lo había entrevisto Freud cuando dijo que el equivalente de la castración en la mujer era la pérdida de amor. Esto es cierto si no se lo piensa como dejar de ser amada, sino como el dolor de ya no amar. El sufrimiento por no ser amada, para el caso, puede ser una defensa ante el dolor de ya no amar.
Pero sigamos con la cuestión del goce, que es el motivo de esta nota. Lacan decía que el goce es lo inútil, lo que no sirve para nada. También habría que decir que el goce es lo que no tiene causa. Sin duda hay producción de goce –por ejemplo, a través de un discurso (el de lo saludable produce el goce de la restricción alimenticia, la requiere)–, pero otra cosa es causar un goce.
Nunca el goce es efecto de un objeto. Cualquier intento de atribuirle uno, en el lugar de causa, le da una medida fálica. El falo puede ser el órgano masculino, pero también el seno turgente, los labios rellenados.
El goce fálico es una versión del goce, aquel con el que tropieza la neurosis. Para hablar de otro goce, Lacan usó el término “femenino”, pero quizá no fue una buena elección. Por dos motivos: porque el llamado “goce femenino” no es el goce de las mujeres y porque el uso de ese término plantea la relación entre goces como una oposición –a partir de identificar fálico con masculino– que es todo lo contrario de lo que Lacan quiso plantear.
Sin embargo, es cierto es que hay un fenómeno más frecuente en las mujeres que es un indicador de este rasgo propio del goce. Me refiero al llanto, a esa forma de llorar que deja perplejos a muchos hombres.
Primero, porque ellos están más acostumbrados a llorar cuando no queda otra, por dolor o tristeza, mientras que hay mujeres que, por ejemplo, lloran después de hacer el amor. Hay algunas que lo hacen durante, según me lo han relatado. Nunca un hombre me contó que le pasara algo así.
Segundo, porque ellos no entienden que ellas puedan llorar y no saber por qué. Eso los desespera. Les piden una explicación, necesita una respuesta. Por todos los medios precisan una razón fálica para el goce. Y así como existe el llanto, son muchos los otros fenómenos de ilustran la dimensión de ese otro goce que, por prisa, Lacan llamó femenino, pero que es el goce propiamente dicho.
Entre el goce que se supone y el goce efectivo, suele haber un abismo. No por nada se habla del goce de las pequeñas cosas.
LL/MF
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