NUEVA YORK.– Un muchacho con bíceps inflados en la zona de pesas de un gimnasio se sienta a leer El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Una cámara lo registra, alguien sube el video con el epígrafe “performative male spotted” (macho performativo avistado) y el algoritmo hace el resto. Lo que empezó como una broma en TikTok terminó convertido en categoría cultural y debate obligado. Desde las páginas de los principales medios hasta los campus universitarios y los patios de las secundarias —donde incluso se organizan concursos para ver quién logra el look performative male con mayor precisión—, el fenómeno marca esta vuelta a clases.
El macho performativo es ese joven del que se dice que fue diseñado por un comité hípster para resultar atractivo a las mujeres (otras formas de relación parecen quedar fuera del encuadre): lee a autoras feministas en público, toma matcha lattes, escucha música con audífonos con cable y carga tote bags (bolsas de género blandas y reciclables) con frases evocativas. Cada elemento de esta estética es clave y, muchas veces, las historias detrás resultan más reveladoras de lo que parecen.
Por ejemplo, el objeto totémico del macho performativo es el latte. Es decir, no el café con leche de bar de toda la vida, sino su primo globalizado y aspiraciónal: un espresso con bastante más leche vaporizada, servido en vaso alto, con espuma arriba y, de ser posible, decorado con dibujitos de barista (latte art). Hace décadas, el columnista David Brooks popularizó la expresión “latte liberal” como sinónimo de progresismo urbano que conserva intactos sus privilegios burgueses. Más aún, al exalcalde Bill de Blasio lo acusaron de encarnar un “small soy latte liberalism”: una versión edulcorada y de soja de la izquierda, incapaz de sostener la fuerza del original.
El latte, al fin y al cabo, transforma al café —combustible amargo de detectives televisivos, trabajadores madrugadores y seductores de la vieja escuela— en una bebida suave y dulce. Quien toma latte diluye toda intensidad, y hoy incluso bebidas sin café quedaron atrapadas en esa iconografía. Cuando un viejo bar obrero de Brooklyn anunció la llegada de los chai lattes (a base de té especiado), The New York Times lo leyó como “punto de no retorno”. Y el macho performativo redobló la apuesta con el matcha latte: verde, ecológico y con el plus cosmopolita de venir de Japón.
Pero no todo se reduce a la bebida. Algunos accesorios son previsibles —los libros feministas o el tote con inscripciones—, pero sorprende la preferencia por los auriculares con cable. La explicación es que se volvieron un símbolo retro de resistencia irónica a la obsolescencia programada de Apple, aunque estén enchufados al último iPhone. El mensaje implícito: “no soy el típico hombre obsesionado con lo último en tecnología”.
El latte, al fin y al cabo, transforma al café —combustible amargo de detectives televisivos, trabajadores madrugadores y seductores de la vieja escuela— en una bebida suave y dulce
Podría pensarse que todo esto no pasa de ser un meme exagerado, pero muchos ven detrás la narrativa más amplia de la crisis de la masculinidad. “En su versión más benévola, el macho performativo se disfraza de lo que supone que las mujeres desean para resultar más atractivo y, con suerte, tener sexo”, resumió The Guardian, que concluyó: “nada nuevo bajo el sol”.
Pero en redes sociales no se perdona el costado impostado. Las amigas argentinas de esta cronista con hijas adolescentes también fueron tajantes, aunque por otros motivos: aseguraron que a alguien así las chicas lo ponen de forma automática en la categoría amigo, y que si lo que se busca es otra cosa, resulta contraproducente.
Como esta cronista consume literatura feminista, toma lattes todo el día y usa audífonos con cable porque pierde cualquier cosa no atada al cuerpo, se sintió un poco tocada por la burla hacia los hombres que comparten esos rasgos. Aunque lo hagan sólo para impresionar, si terminan hojeando a De Beauvoir no parece algo tan grave. Al fin y al cabo, uno nunca sabe qué maravillas se pueden descubrir al ensayar otra versión de uno mismo. Aunque no traiga novia y sea torpe, impostada… o con cable enredado por la falta de práctica.