Un desastre con patas. En los últimos siete años, España ha sido testigo de una expansión de políticas de igualdad sin precedentes y de la gestión más nefasta que uno puede imaginar. La duda es si sólo es ineptitud o encima coincide con mala intención. Porque no es posible hacerlo peor ni queriendo. Al frente, el Ministerio de Igualdad —bajo la dirección de Irene Montero y su equipo friki guay, conocido como la “banda de la Tarta”— ha gestionado una inversión pública que ronda los 3.160 millones de euros. En teoría, el objetivo era ambicioso: eliminar la violencia de género, proteger a las víctimas y posicionar al país como un referente mundial en derechos femeninos. Sin embargo, los datos recientes han puesto en tela de juicio la efectividad de estas políticas. El balance se asemeja más a un catálogo de fracasos que a un relato triunfante. Entre las iniciativas más destacadas se encuentra la implementación de pulseras telemáticas para agresores, presentadas como una solución innovadora para garantizar la seguridad de las víctimas. Pero estas promesas se han traducido en un sonoro fracaso. A pesar del considerable desembolso económico, informes recientes indican que estas pulseras han fallado en numerosos casos críticos, sin lograr prevenir agresiones ni ofrecer la protección prometida. La frustración entre las asociaciones de víctimas y la ciudadanía es palpable: la sensación de inseguridad no solo persiste, sino que se ha intensificado. "¡Ministra, esto es una pulsera de verdad! ¿Cuándo va a dimitir? ¡Pedro Sánchez, hijo de put*!". Ana Redondo pierde los papeles y se encara con un ciudadano que le reprocha su infame gestión con las pulseras antimaltrato. No habrá paz para los malvados.pic.twitter.com/NJVnXd4S98 — Guaje Salvaje (@GuajeSalvaje) September 28, 2025 El efecto bumerán de la Ley del ‘solo sí es sí’ Una norma que ha dominado el…
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