“Dondequiera que viva, siempre busco que cualquier lugar adonde mire me divierta y me calme a la vez. No soy muy minimalista, en contraste a Migue, pero en esos extremos encontramos un punto de equilibrio que nos hace bien a los dos”, cuenta la chef Olivia Saal sobre su forma de habitar los espacios. En pareja con Miguel desde hace dos años, se mudó a su casa en el barrio de Saavedra con muchos proyectos por delante: casamiento, embarazo, viajes y cambios en su restaurante Oli.
Padre gastronómico, tío chef y un abuelo “muy gourmande” influenciaron el presente exitoso de Olivia, creadora del restaurante y bakery que lleva su nombre. “Oli va cambiando conmigo. Hace un año vengo trabajando en la reforma del local para reflejar más expresivamente cómo me siento”.
Al mismo tiempo que dejaba su departamento en el Bajo Belgrano por este dúplex que comparte con Miguel y Simón, su hijo de 11 años, Olivia encaraba un viaje por Londres y California para especializarse en pastelería. Justo ahí, se enteró de que estaba embarazada de su primer hijo. “Salió todo junto. Cuando las cosas pasan así, hay que recibirlas y agradecer”.
“Siempre pensé que me iba a dedicar al mundo del arte, al cine, a la actuación. Si bien hay mucha influencia familiar, jamás se me había cruzado por la cabeza estudiar cocina. Simplemente salió así, y me dejé llevar absolutamente”. Olivia estudió dirección de cine y, hacia la mitad de la carrera, sumó la curiosidad por la pastelería: “Me interesaba sobre todo desde lo visual, las composiciones, los colores”.
“Me encanta recibir gente, y la casa se presta. Hay una luz tan linda de día que hacemos muchos almuerzos y brunches. Ahí ensayo con mis amigos y mi familia cosas que luego llevo al local”.
El living de doble altura es el espacio de encuentro. “La alfombra mullidita es clave. Nos sentamos todos acá, entre medio de los objetos, como si fuésemos parte”, comparte Olivia. “Me gustan mucho las telas, sentir la materialidad en el cuerpo”, agrega sobre las elegidas para este sector donde colores neutros hacen destacar los muebles de diseño y la gran biblioteca de madera que reúne lo que traía cada uno.
“No sé si los elementos del living combinan perfectamente; están unidos por ser objetos que me convocan Y eso es lo que me gusta”.
“Tengo un vínculo muy especial con mi abuelo, aprendí mucho de él. Siempre que voy a su casa le robo un libro de cocina de esos enciclopédicos que tiene: ‘El libro de la carne’, ‘El libro del pescado’”.
“Las juntadas con amigas siempre suceden sobre la alfombra, interactuando entre los objetos”.
“La primera vez que vine a lo de Migue, vi que teníamos la misma obra de Fabiana Barreda y fue como un flash. Sin decir mucho, hay un universo que compartimos”, dice Olivia mientras señala “la casita” en la biblioteca.
Como Miguel ya vivía en el departamento, la estrategia de decoración se enfocó en sumar detalles, obras y objetos de valor sentimental para Olivia. “Hicimos un mix de todo”, resume. “Me encanta armar espacios. Lo hago de manera muy natural, cero obsesión. En general, hago lo mismo que con la ropa: siempre elijo cosas que ‘se llevan bien’ bien unas con otras y ahí se arma un universo en conjunto”.
El vajillero es algo muy propio que aportó al nuevo armado. “Fue lo primero que monté cuando me mudé y Miguel me dijo: ‘No somos los Campanelli; somos tres’. Pero yo necesito verlo todos los días”, confiesa Olivia con humor.
En planta alta están la suite principal y el cuarto de Simón, conectados a una pequeña sala de estar. “Lo primero que hice cuando me mudé fue armarme un tocador, que nunca había tenido. Pero empezás a vivir con dos varones y necesitás un espacio tuyo”.
“Me pregunté cómo me quiero sentir en mi casa y cómo quiero que sean mis espacios. Necesito que tengan cierto formato para poder disfrutar de mi intimidad. Como mi tocador, que es como mi burbuja“.