A meses de terminar su mandato, el mandatario endureció el tono contra el candidato ultraderechista José Antonio Kast, buscando proyectarse como el líder del progresismo local, aun si eso opaca a la candidata oficialista Jeannette Jara. Mientras promueve a Bachelet en la ONU y confronta al trumpismo global.
Cuando quedan seis meses para que termine su gobierno, el presidente chileno Gabriel Boric ha comenzado a poner foco en su legado y también en el nuevo rol político que tendrá una vez que salga de La Moneda, en 11 de marzo del próximo año.
Tradicionalmente, cada vez que un presidente termina su periodo, hace una breve pausa para reponer fuerzas y decidir con algo de tiempo cuáles serán sus próximos pasos políticos. Así lo hicieron Michelle Bachelet (en 2010) y Sebastián Piñera (en 2014), una vez concluido su mandato, cada uno hizo una pausa y optó por salirse por un tiempo de la primera línea de la política, aunque luego, empujado por las encuestas, decidió postularse por segunda vez a la presidencia. Obviamente, cuando asume un nuevo gobierno el foco político y mediático se pone en el nuevo presidente, su equipo de autoridades, sus reformas clave y las posibilidades que tiene su agenda legislativa de avanzar. Pero, sin embargo, Boric no quiere perder tiempo y parece decidido a desafiar esa lógica, como lo ha venido haciendo a lo largo de su carrera política. Es Boric siendo Boric.
En las últimas semanas, el presidente chileno ha dejado claro que no piensa retirarse al silencio protocolar del cargo y que, muy por el contrario, quiere escribir activamente su legado y no perder ningún minuto para perfilar su futuro político. Su apuesta es convertirse en el máximo referente de la izquierda y sabe que para ello es clave dejar instalado un relato que sobreviva a su mandato y que le permita posicionarse como el líder de la oposición. Para lograr este objetivo le sirve tensionar a José Antonio Kast en el terreno ideológico, blindar su legado social en el Presupuesto 2026, incluso si eso implica eclipsar la visibilidad de su candidata, Jeannette Jara, o incomodar a parte de su coalición. El mensaje que deja con sus últimas acciones es que Boric no se retira y está en proceso de reconfiguración política. Ha empezado a tallar la figura del líder opositor que quiere ser cuando las luces de La Moneda finalmente se apaguen.
La cadena nacional en la que hace dos semanas presentó el Presupuesto 2026 fue, claramente, un acto de confrontación política. Al cuestionar la propuesta estrella del candidato republicano — que plantea un recorte de US$6.000 millones— y defender sin sutilezas los derechos sociales alcanzados bajo su gobierno, Boric abrió fuego contra la extrema derecha. El efecto fue inmediato y obligó a Kast a reaccionar con tono agresivo y a la oposición que no tardó de tildar acusar intervencionismo. Y para encender la polémica no tuvo ni siquiera que nombrar a Kast, no era necesario.
Para convertirse en el líder de la oposición Boric necesita mostrar que está activo, vigilante y dispuesto a pelear sobre los grandes temas. Necesita posicionarse desde ya como el principal acusador del programa de la ultraderecha y, en el caso que las encuestas tengan razón y gane el candidato republicano, ser el principal antagonista del nuevo gobierno. Sitial que sabe debe competir con Jara, a quien más temprano que tarde, tendrá que confrontar en una eventual próxima carrera a la presidencial. Pero para eso falta un rato.
En la discusión del presupuesto donde el Presidente está actuando como si estuviera ensayando a ser opositor. Ha presentado una propuesta que suprime la glosa de libre disponibilidad en el erario del próximo año, reduce la flexibilidad de reasignación al próximo Gobierno e intenta blindar sus prioridades. Boric no ha sido tímido en marcar a Kast como su contraparte. No lo nombra siempre, pero lo interpela cada vez que defiende derechos sociales, señala riesgos de recortes y cuestiona fórmulas de austeridad extrema. Esa polarización funcional le permite reforzar su identidad de guardián progresista frente al populismo ultraconservador. Pero tiene otra dimensión, ya que no sólo busca debilitar a Kast, sino configurar un bloque (o narrativa) en el que los ciudadanos encuentren en él al adversario natural del republicano.
También le sirve proyectarse como referente progresista internacional. En esta apuesta, el envión contracíclico más audaz de Boric ha sido su movimiento en la arena internacional al proponer a Michelle Bachelet como candidata a la Secretaría General de la ONU. Nadie esperaba que el Presidente electo en 2021 se jugara tan fuerte por una figura de su propio gobierno terminado. A lo anterior, se suma el discurso que ha tenido Boric respecto de la administración de Donald Trump. En su discurso ante la ONU, al criticar veladamente (pero con fuerza) el negacionismo climático y también ha cuestionado abiertamente el rol del mandatario estadounidense en el conflicto entre Isrrael y Gaza.
Con esta apuesta, el mandatario chileno busca construir proyección internacional progresista, reivindicando una figura con reconocimiento simbólico y coloca a Chile en un escenario diplomático global. Esta jugada, que le otorga músculo moral frente a la ultraderecha continental, también le permite marcar diferencia frente a la extrema derecha global.
Por cierto que Boric sabe que su estrategia puede tener costos políticos internos. Pero parece dispuesto a asumirlo, porque lo que está en juego es la disputa del relato y el protagonismo simbólico del nuevo bloque opositor.
Con todo, la estrategia de Boric es audaz y ambiciosa. Puede transformarse en el eje narrativo de la oposición chilena y operar como un “jefe moral” que no necesita ser candidato para marcar la agenda. En esa arquitectura, puede tolerarse que la candidatura Jara asuma protagonismo electoral, mientras él encarna el rol simbólico, crítico y confrontativo con Kast y la ultraderecha.
En definitiva, Gabriel Boric parece decidido a convertir su salida del poder en un nuevo punto de partida. Si logra mantener la iniciativa discursiva, conservar su base moral y administrar las tensiones dentro del oficialismo, puede emerger como el articulador del progresismo chileno en la era post-Kast. Su apuesta no es inmediata ni exenta de riesgos. Depende de que el país perciba su reaparición no como nostalgia de un liderazgo joven que ya fue, sino como la maduración política de quien intenta preservar una identidad de izquierda moderna frente al avance del populismo de derecha.
La incógnita es si su estrategia resistirá la prueba del tiempo. El tránsito de presidente a opositor, de figura institucional a voz crítica, suele ser terreno minado en Chile. Aunque Boric, fiel a su estilo, parece más interesado en el desafío que en la comodidad. Su final en La Moneda no se perfila como un cierre, se plantea como el inicio de un experimento político mayor y que tiene que ver esencialmente con construir desde el pospoder la narrativa que dispute el alma del país.
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