“Fue una larga fiesta: todo lo viejo era malo, todo lo nuevo era bueno”. En 1969, el éxito impensado de la película Busco mi destino inauguró una época milagrosa, la última Edad de Oro del cine estadounidense, en la que una banda de directores jóvenes tomaron por asalto la realización del séptimo arte y revolucionaron el sistema de estudios. Consumieron toneladas de cocaína, practicaron casi todas las formas de la autodestrucción, llevaron a la cama (o a la alfombra) a cualquier cosa que se moviera y mientras tanto hicieron El padrino, Taxi Driver o Tiburón. La reedición de Moteros tranquilos, toros salvajes, la extensísima crónica del periodista Peter Biskind sobre aquellos años, actualiza una mitología maldita para los cinéfilos intrigados por la tríada sexo, drogas y rock and roll.
Si uno era joven, ambicioso y talentoso, dice Biskind, no había ningún lugar mejor en la Tierra que Hollywood en aquellos años
Si uno era joven, ambicioso y talentoso, dice Biskind, no había ningún lugar mejor en la Tierra que Hollywood en aquellos años. Según Steven Spielberg, en los 70 se levantaron por primera vez la restricción y el prejuicio sobre la edad y los boomers nacidos después de la Segunda Guerra Mundial provocaron una avalancha de ideas estimulada por la ingenuidad, la sabiduría, el privilegio y la arrogancia de la juventud. La crónica registra ese lapso único en la industria y el arte del cine, un ambiente en el que todos querían entrar, aun con un fallido perdido en la traducción. El título original del libro es Easy Riders, Raging Bulls (por las películas Busco mi destino y Toro salvaje, que inauguraron y clausuraron el período, respectivamente) pero en España se inclinaron por la literalidad, algo curioso en un país que tiene un vínculo sui generis con las traducciones: la fenomenal Después de hora allí se llamó Jo, qué noche.
Se dice que Dennis Hopper le pegó a su esposa Brooke Hayward ni bien se casaron, que Martin Scorsese estuvo a punto de no zafar de su adicción a la cocaína y que Francis Ford Coppola se quejó a George Lucas: “Soy el único de todos tus amigos que nunca recibió una parte de Star Wars”. Con vocación de chimentero, Biskind revuelve las miserias personales de los artistas aunque muchos de los chismes son incomprobables o, directamente: falsos (si quiere hurgar en mugre de la buena lea Hollywood Babilonia, de Kenneth Anger). Lo más interesante de Moteros tranquilos, toros salvajes es el registro de cómo se adaptó la teoría del autor, algo inventado por los críticos franceses que decían que los directores eran a las películas lo que los poetas a los poemas, en un sistema comercial. “Habría sido instructivo si Biskind hubiera investigado con mayor precisión cómo esta controvertida posición intelectual, formulada en Francia e importada a este país por el crítico Andrew Sarris, logró arrasar como el fuego a través de un lugar tan antiintelectual como Hollywood”, dijo la reseña del diario The New York Times en 1998, cuando se publicó el libro por primera vez. Todavía hoy es una tensión no resuelta.
¿Arte o negocio? En fin. La última era dorada del cine estadounidense duró apenas una década que dejó enormes películas. Fue demasiado bueno y acaso por eso mismo tenía que terminar. Según Biskind, la frase del final de Busco mi destino resume la pulsión autodestructiva de los genios, esa aceptación de lo que parece inevitable, el momento de revelación cuando un motero tranquilo dice al otro: “La hemos cagado”.
El período conocido como New Hollywood se desarrolló durante la década del 70 con la prevalencia de los directores sobre los productores.
Esta “nueva ola” estuvo integrada por Martin Scorsese, Brian de Palma, George Lucas, Steven Spielberg y Francis Ford Coppola, entre otros.
La crónica Moteros tranquilos, toros salvajes, que ahora se reedita, explora las glorias y las miserias de “la generación que cambió Hollywood”.