Se reconoció graciosa desde chica y, como todas sus amigas y su familia en su Ceres natal, en Santa Fe, Laila Roth se anotó en clases de teatro con apenas 5 años. Continuó tomándolas durante mucho tiempo, incluso cuando se mudó a Rosario para estudiar Estadística, porque su mamá le dijo que la actuación era un hobby. Pero un día entendió que podía transformar ese hobby en profesión. Para ese entonces ya vivía en Buenos Aires y aprovechó las oportunidades, que eran muchas.
En un taller de stand up conoció a su marido, Diego Maggio, que además es su socio. Este año se animó a aceptar una propuesta interesante: acompañar a Mario Pergolini en su vuelta a la televisión después de muchos años. Así, se luce en Otro día perdido, de lunes a viernes a las 22.30, por eltrece. En una charla con LA NACION, Laila Roth hace un recorrido por su historia, por la historia de amor que marcó su vida y cuenta qué la hace reír y qué la enoja.
-Siempre le escapaste a la televisión, ¿por qué?
-No soy fan de la exposición, la verdad. Hay algo que las redes tienen de lindo y es que el algoritmo hace que le llegues a quien le tenés que llegar, y no a cualquiera. Y la tele le llega a todos, a quienes les gusta lo que hago y a los que no. En redes me sentía más contenida, aunque también están los haters. Pero bloqueo y en un momento el algoritmo se acomoda. En la tele no sabés quién te mira y eso incomoda.
-Y ahora que ya hace unos meses que estás en el aire, ¿qué pensás?
-Sigo pensando lo mismo (risas). De todas maneras, estoy disfrutando mucho el trabajo.
-¿Qué te sedujo de Otro día perdido?
-Mi idea era tomarme un año sabático y no tenía tantas giras armadas, así que podía aceptar el proyecto. Por otra parte, Cune Molinero (productor del programa) me insistió bastante y le dije que no varias veces hasta que le dije que sí. Y también me gustaba la idea de participar de la vuelta de Mario Pergolini a la televisión. Era gran un evento, después de tantos años. Tenía un riesgo, porque hay mucha gente que lo quiere, pero otra tanta que no.
-¿Cuál es el balance entonces?
-Muy bueno porque pongo por encima mi felicidad, mi tranquilidad. Es un proyecto que me gusta, y que está saliendo bien.
-¿Qué devoluciones tenés?
-No soy fan de la devolución, porque si escuchás lo bueno también tenés que escuchar lo malo. Agradezco mucho los comentarios lindos, y me duelen los malos. Podés fingir, pero la verdad es que no hay forma que dejen de doler. Hago cosas para no verlos, pero sé que existen. Si te acarician mil veces y te pegan tres trompadas, no es que porque te acariciaron mil veces las tres trompadas no te duelen. Por suerte hay más amor que hate. O hay gente que no es hate y desde el amor dice cosas que duelen. Pero bueno, es inevitable.
-Además, estás haciendo tu unipersonal…
-Estrené un nuevo show hace un par de semanas y tengo algunas funciones en el Teatro Picadilly. Y a fin de año voy a hacer un Maipo. También tengo funciones en Montevideo, Mendoza, Córdoba, Rosario… Grabo todos los días, así que solamente estoy haciendo funciones sábados, domingos, y algún que otro viernes. Ya no planeo con mucha anticipación porque eso me generaba ansiedad. Por ejemplo, el año pasado me llamaron de Luzu y aunque finalmente pude estar, se me complicó porque tenía giras armadas, incluso estuve un mes en México; en febrero ya sabía qué iba a hacer hasta diciembre. Entiendo que a algunos les puede traer tranquilidad, pero a mí me da ansiedad.
-Hablemos de tus comienzos, ¿es verdad que ya a los 5 años tomabas clases de teatro?
-Sí. Mi abuelo fue actor amateur, trabajó en el Teatro del Pueblo con Leónidas Barletta durante 20 años, entonces había algo en los genes (risas). Y además, toda mi familia iba a talleres de teatro. Era algo natural. Nuestra profesora de teatro era la mamá de una amiga. Me gustaba mucho, lo disfrutaba. También era muy tímida y me daba vergüenza pedir el espacio. Por ejemplo, para cuando me animaba a levantar la mano, los papeles protagónicos ya estaban tomados. Pero siempre participaba. En mi adolescencia, el Instituto Nacional de Teatro empezó a financiar teatros del interior y mandaba profesores del Instituto a dar talleres y participábamos de festivales regionales. La cosa empezó a tener otro condimento.
-Sin embargo, decidiste estudiar Estadística….
-Sí. Vengo de una familia muy tradicional en algunas cosas; mi papá es cirujano y hasta estuvo en mi parto…. Cuando estaba en la secundaria y le comenté a mi mamá que pensaba estudiar teatro, me dijo: “Es un hobby, no es una carrera… Buscate una carrera”. Mi idea nunca había sido quedarme a vivir en el pueblo, porque mis hermanos, que son bastante más grandes, ya estaban viviendo y estudiando en Rosario. Entonces siempre tuve muy claro que iba a terminar la secundaria y me iba a estudiar a otra ciudad. Elegí Estadística y me fui a Rosario.
-Pero no terminaste, ¿por qué?
-Me faltan tres materias y la tesis. Me mudé a Buenos Aires porque conseguí un trabajo y ya había terminado la cursada. Cuando en casa me dijeron que rindiera esas materias, aunque sea para tener el título, encontré una buena excusa para no hacerlo: dije que si renunciaba al trabajo, me recibía y no hacía nada de estadística durante diez años, cuando fuera a buscar trabajo me iban a preguntar qué había hecho en esos años… Y le iba a responder que conté chistes. Pero si en diez años quiero dedicarme a la estadística y la termino en ese momento, cuando me pregunten qué hice en los últimos diez años puedo decir que estuve estudiando estadística. Y esa lógica les cerró (risas).
-En algún momento convertiste tu hobby en tu profesión, ¿cómo fue?
-Seguí yendo a todos los talleres de teatro que podía, incluso a los que eran gratuitos en la Municipalidad de Rosario. Aprovechaba todo. Hice talleres de impro, de clown. Y cuando me mudé a Buenos Aires también seguí. No siempre me fue bien, tuve que trabajar en lugares horribles, volantear ocho horas antes para que hubiera diez personas. Y muchas veces me cuestioné si no me estaba arruinando el hobby pidiéndole que, además, me diera plata. Tener la posibilidad de actuar ya era un buen momento. En el camino me lo cuestioné mucho.
-¿Te mudaste a Buenos Aires en busca de oportunidades?
-Vine porque encontré trabajo en una empresa de investigación de mercados y consultoría, y ya había terminado la cursada en Rosario. Tenía 23 años y hasta ese momento no había trabajado nunca. Bueno, había tenido changuitas: cuidaba a un nene, hacía encuestas, en una época trabajaba de doblar ropa en locales, durante las fiestas. Y acá pude seguir haciendo talleres en lugares que no había imaginado; por ejemplo, en Timbre 4, o tener como profesores de improvisación a los de Improcrash. Empecé a ver que quienes me daban las clases eran actores de verdad y podían vivir de eso. Algo que en mi pueblo no sucedía.
-Se te encendió la lamparita…
-Exacto. El stand-up también me abrió muchas puertas. En el 2011 hice un curso con Diego Wainstein y me largué a hacer shows. Y por ese entonces también conocí a mi marido, Diego Maggio, que hacía stand up y producía. Empezamos a trabajar juntos y recuerdo que él estaba convencido de que íbamos a poder vivir de lo que nos gusta. En un momento renuncié a mi trabajo y puse foco en esto. Al mismo tiempo falleció mi abuelo y quedó el departamento vacío, así que ya no tenía que juntar plata para pagar el alquiler. Eso también fue algo que me hizo animarme.
-¿Fue difícil tomar esa decisión?
-Me costó más anímicamente, porque tuve que decírselo a mis padres. ¿Qué iba a decirles? ¿Que contar chistes ahora era mi trabajo? Me costó un poco. Y creérmela también. Después las cosas se fueron dando, mi marido es muy laburante y tiene mucho ojo para el negocio. Diego hizo que esto fuera un trabajo que genere dinero.
-Te casaste después de varios años de convivencia, ¿por qué?
-Hay algo triste detrás de esa decisión. En 2021 mi mamá falleció de COVID, y el chiste que digo es que, de repente, mi urgencia por casarme fue para que ese año sea el de mi casamiento y no el que murió mi mamá. Y Diego me dijo que igual es el año de las dos cosas. Me di cuenta que hay ciertas cosas de los procedimientos médicos que se pudieron hacer porque mi mamá y mi papá estaban casados, porque sino los hijos, los hermanos o los padres son los que terminan decidiendo por sobre la pareja en esos momentos complicados. Hacía ocho años que estábamos juntos, nos casamos y festejamos en una sala de escape, porque nos encanta.
-Y decidieron no tener hijos…
-Alguna vez tuve la fantasía de querer ser madre. Pero me parece que fue eso, una fantasía. Ver maternar y paternar a mis hermanos me hizo dar cuenta que no es fácil ser padres. Me gustaba la foto. Cuando la posibilidad se volvió más concreta, lo dejaba para más adelante. Y cuando el momento pareció perfecto porque teníamos trabajo, una casa y estábamos bien y ya no había excusas, entendí que no quería ser mamá. Dejás de ser el protagonista de tu vida y todo cambia muchísimo. Por otra parte, no quería ser madre grande porque yo tuve padres grandes.
-Volviendo al trabajo, ¿te interesa hacer ficción y teatro de texto?
-Creo que no lo hago tan bien. Soy mejor haciendo stand up (risas). Tuve experiencias más amateurs y me divierte… Supongo que va a llegar en algún momento.
-¿Es difícil ser comediante y hacer reír hoy, cuando ya está mal visto hablar de ciertas cosas?
-Mi limite es que me cause gracia a mí y no ofender a alguien que no me interesa ofender. Se hería a mucha gente. Hay cosas de las que no se habla y no porque sea incorrecto sino porque ya no causan gracia. Un chiste sobre rubias es una pavada, por ejemplo. O los chistes sobre gordos nos hieren. Ahora tenés consecuencias si hablás de ciertas cosas y no gusta responder a gente que se enoja con tus chistes. Hay truquitos del comediante para buscar chistes que no hieran. Por ejemplo, si pienso algo que es incorrecto, por ahí lo digo pero en boca de mi tía y el chiste funciona igual y mi postura queda clara. Hay que encontrar cuándo vale la pena y cuándo no. Y tampoco hay que llorar tanto.
-En un mundo de gente hegemónica, ¿te dolió no encajar?
-Nunca fui hegemónica, pero hoy veo fotos de la Laila de 20 años y me pregunto por qué me veía gorda. El mandato de la flacura es súper intenso y a gente que no es gorda se le dice gorda. Lo sufrí porque es incómodo ser distinto al resto. Se carga al que tiene algo que es diferente. Se sufre ese estigma, pero tenía más que ver con la mirada del otro que con mi experiencia personal. Tuve suerte porque en mi familia, aunque es importante lo estético, un gran valor es ser inteligente. Entonces tuve el foco en otras cosas y no en el tamaño de mi cuerpo, y eso me sirvió.
-¿Fue difícil aprender a reírte de vos misma?
-No, fue muy fácil. No fue un aprendizaje. Fue un impulso. No se si me salvó, pero me sirve y es mi trabajo.
-¿Qué te hace reír?
-Me hace reír el fracaso, pero no desde un lugar perverso. O los bloopers reales, y cuando sé que no se hicieron nada. La tristeza me hace reír. Lo absurdo. John Mulaney es mi preferido. Y me encanta Sara Silverman. Y de chica veía muchas telenovelas, pero el dramón me causa gracia. Me gustaba La usurpadora, porque había momentos en que la protagonista hablaba en voz alta mirando a la cámara para mostrar qué estaba pensando. Eso me hacía reír mucho. Y veía a Antonio Gasalla y Tato Bores porque mis papás lo veían; y Cha cha cha y Todo por dos pesos porque los miraba mi hermano.
-En una pareja de comediantes, ¿están pendientes del chiste en el día a día?
-Diego ya no hace stand up sino que es productor. Y en mi contrato hay una cláusula que dice que él tiene que acompañarme (risas). Es mi requisito porque sabe cómo tengo que construir mis chistes y me hace sugerencias. Tenemos un grupo de WhatsApp que se llama Show Laila, en el que nos mandamos frases o fotos que nos parecen curiosas. Tenemos una productora de stand y producimos también a Connie Ballarini y a Darío Orsi.