
Su sabor es ácido y se elabora a partir de la leche, pero su textura cremosa recuerda más a la de un yogur. Un punto diferencial del kéfir es que contiene una cantidad de lactosa reducida, por lo que resulta una opción apta. Ya en 2017 la agencia de investigación biomédica de Estados Unidos (Institutos Nacionales de Salud, NIH, por sus siglas en inglés) reconocía su popularidad y estudiaba sus beneficios, pero el consumo alimentario humano viene de mucho antes. Se han llegado a encontrar restos de ADN de kéfir en la Edad de Bronce (hace aproximadamente 3.500 años), según una publicación de la revista Cell.





