La mayoría de los fines de semana en la Sociedad de Bienestar Animal de Sudáfrica son como una montaña rusa, llenos de giros, subidas y bajadas. Pero ese domingo, además de la adrenalina de siempre, trajo consigo una experiencia inolvidable, tanto para los voluntarios del lugar como para un perrito muy especial: un Schnauzer miniatura de 15 años.
El perro había sido encontrado deambulando por la concurrida calle Koeberg, en Sudáfrica, aterrorizado y desorientado. Tim Shaw, un amable transeúnte que circulaba por la zona, reconoció que estaba en problemas y, al ver el pánico del perro, corrió rápidamente a casa a buscar unas mantas y un cesto de ropa para poder atraparlo.
Al principio, el perro intentó escapar e incluso quiso morder a Shaw, a quien le llevó casi toda la mañana ganarse su confianza. Pero, finalmente, el animal sintió que estaba en buenas manos. Ya en casa de Shaw, se calmó lo suficiente como para que el joven lo acicalara con cuidado y lo dejara acercarse con comida y agua.
Horas más tarde, Shaw se tomó el tiempo necesario para cortar el pelo enmarañado que agobiaba al perro y le causaba una enorme incomodidad. Mientras le cortaba las rastas, encontró un trozo de alambre incrustado en una de sus patas delanteras, lo que debió de haber agravado sus años de dolor y sufrimiento.
Luego de unas horas en las que el perro pudo tranquilizarse, Shaw llevó al perro a la Clínica Veterinaria Forest Drive en Pinelands. Desde allí se comunicaron con la Sociedad de Bienestar Animal de Sudáfrica para que se encargaran de su cuidado.
Antes de ser trasladado, el perro de 15 años se sometió a un examen veterinario exhaustivo. Durante el control clínico, se descubrió que estaba completamente ciego por cataratas, que tenía los dientes muy descuidados, que estaba extremadamente ansioso y que tenía el pelaje muy enmarañado. Parecía un náufrago: olvidado, asustado y frágil.
Pero el animal tenía dos cosas a su favor: un amable desconocido que se había desvivido por ayudarlo y un microchip que podía rastrearlo hasta su casa.
“Cuando contactamos al número asociado a su microchip, su tutor se quedó atónito. Karnallie, como se llamaba el perro, había sido robado de su casa en Oranjezicht hacía trece años. Su familia pasó meses buscándolo, y finalmente aceptaron la dolorosa pérdida. En los años transcurridos desde entonces, habían adoptado tres perros rescatados. Y la realidad era que, aunque doliera, ya no estaban en condiciones de llevar a Karnallie a casa con ellos”, escribieron desde la Sociedad de Bienestar Animal de Sudáfrica.
Pero ese no sería el final de la historia para Karnallie. Cuando Shaw se enteró de la situación de la familia, no dudó y le ofreció a Karnallie un hogar lleno de amor. Insistió en que este valiente perrito conocería el amor, el consuelo y el suave toque de una mano amable en sus últimos días.
“No solemos presenciar milagros como este: un reencuentro que se ha gestado durante más de una década, una vida salvada y una segunda oportunidad concedida justo a tiempo. Aunque los años de abandono de Karnallie le han pasado factura y su vida puede ser corta, nos consuela saber que los días venideros estarán llenos de calidez, amor y dignidad”, escribieron emocionados desde la Sociedad de Bienestar Animal de Sudáfrica.
Para Karnallie, ahora Rufus, el largo viaje a casa no terminó donde empezó, sino exactamente donde debía estar.
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