Más allá de la desilusión

elDiarioAREl Diario Ar02/11/20257 Views

Quizás no sean los componentes racistas, machistas y clasistas, la razón por la que las derechas ganan entre la gente joven. Acaso una juventud que se siente despojada de su autonomía está abrazando la estabilidad económica, la baja de la inflación y la ilusión meritocrática del discurso libertario como la posibilidad de ser dueños de sus propias vidas.

Estoy leyendo Historia de la juventud en la Argentina de los siglos XX y XXI, de la historiadora Valeria Manzano. Lo venía mirando con deseo hace un par de semanas pero me decidí a conseguirlo después del resultado de las elecciones, pensando que quizás me servía para escribir algo sobre eso, a mí que tengo una columna de domingo pero nunca sé qué decir sobre ese tipo de cosas. Lo empecé como empezaba en la facultad, leyendo primero la introducción y después el capítulo que más me interesaba, en este caso el más corto del libro: el epílogo, que ofrece algunas hipótesis sobre el lugar del sujeto joven este primer cuarto del siglo XXI y muchas preguntas sobre lo que se viene.

El libro está muy bien investigado y muy bien escrito, pero quizás lo que más me sorprendió, sobre todo de ese epílogo, fue su capacidad de ver más allá de las propias decepciones. Alguien podría decirme que la gracia de ser académico o experto en algo es justamente la posibilidad de alcanzar esa frialdad clarividente, pero no es cierto que esa virtud se predique de todas las personas que se especializan en algo; en general, si alguien dedica su vida a un tema es porque le interesa (y mucho), y ese interés deviene a menudo en sesgos o parcialidades emotivas. Los autores que tienen esos sesgos suelen exhibirlos sobre todo en las introducciones, o en capítulos conclusivos como el epílogo de Historia de la juventud, en los que tienen menos datos que incluir y más de su propia cosecha para aportar. Manzano se abstiene de eso. A lo largo del libro da a entender que tiene muy claras las trampas de dedicarse a estudiar a la juventud; la más importante, quizás, es que tanto jóvenes como adultos solemos depositar en el concepto de la juventud nuestras ideas, miedos, ansiedades y deseos sobre el futuro.

Luego de dedicar dos párrafos a celebrar la inteligencia pero quizás sobre todo la prudencia de Manzano, procedo a hacer lo que los columnistas hacemos para que los profesores no tengan que hacerlo: ser imprudente y extender sus ideas más allá de lo que sería académicamente prolijo para pensar lo que yo quiero pensar. Me resultaron muy útiles los planteos de Manzano para pensar el triunfo popular de estas nuevas derechas (uso a propósito la expresión “triunfo popular”, porque creo que quien quiera negarle al mileismo esa expresión una vez que acaba de ganar una elección en su peor momento económico y político sencillamente se engaña) más allá de la idea, ya repetida hasta el hartazgo, de que la rebeldía se volvió de derecha porque la izquierda se volvió status quo. Es cierto eso, y Manzano lo cita: pero la transformación que está sucediendo ante nuestros ojos, en Argentina y a nivel global, es más profunda que una cuestión de modas y oleadas, o de idas y venidas.

Quiero decir con esto que no se trata meramente de que la juventud se haya hecho de derecha, sino que lo que entendemos por juventud está en crisis, y esa crisis es paralela (y separable, aunque muy vinculada) a la debacle de las izquierdas. Pienso en dos fenómenos de los que Manzano da cuenta y que hay que pensar para entender todo esto. El primero lo menciona en la introducción, y creo que no lo vuelve a retomar, pero es clave: la edad importa, dice Manzano, como queriendo decir que existe alguna dimensión objetiva en la que no es lo mismo tener veinte que cuarenta, pero al mismo tiempo estamos viviendo en una época que quiere que la edad no importe en lo más mínimo, una cultura en guerra contra la vejez y el paso del tiempo. Manzano solo refiere a esta cultura juvenilista para aclarar que incluso en ella sigue habiendo algo importante para la experiencia subjetiva en el hecho de ser joven (o no serlo); pero creo que no es un asunto menor en el análisis de la juventud actual, y su relación con lo que tradicionalmente se ha entendido por derechas e izquierdas. Los chicos y chicas que hoy tienen entre 15 y 35 años han sido despojados mayormente de la experiencia de que la juventud conquistó para sí a lo largo del siglo XX; tienen menos independencia de sus padres, menos independencia económica en general y menos protagonismo en el devenir político de sus países. Este fenómeno es global, y se profundizó en todas partes a partir de la pandemia, pero se ve exacerbado en la Argentina por una economía que no crece hace más de 10 años y prácticamente no crea empleo, lo cual es malo para todos, pero mucho peor para quienes tenían que dedicar esa década a insertarse o crecer en el mercado laboral.

Mi sensación (y aquí sí soy profundamente imprudente) es que los adultos les han robado a los jóvenes todo lo que valía la pena de ser joven. Son los cuarentones y cincuentones los que tienen dinero para el tipo de ocio y entretenimiento que, explica Manzano, definió a lo largo del siglo XX lo que implicaba ser joven: ir a tomar algo, a comer, al cine y al teatro, hacer un viaje de fin de semana. Las jóvenes promesas de la política hoy andan por esa edad (que era la edad de los presidentes hace medio siglo). Incluso la belleza está en un momento profundamente curioso: las famosas de veintis, en lugar de exhibir y disfrutar sus rostros lozanos, se hacen la cara toda entera para parecerse a lo que las de cuarenta hacen para parecer jóvenes. Se sacan incluso los cachetes, esos que te hacen parecer todavía un poco nena a los 24, para pelar un rostro afiladísimo de villana de villana sin edad. En este contexto, los jóvenes ya no tienen esa sensación de protagonismo de los sesenta, los setenta, los ochenta o los noventa; sienten en cambio la impotencia de ser unos niños encerrados (por algo influyó tanto en ellos la pandemia), mirando el mundo de los adultos con la ñata contra el vidrio desde una casa de sus padres que no tienen medios para abandonar.

La otra hipótesis que recorre el libro de Manzano, en la que ella sí ahonda, es la relación de la consolidación de la subjetividad joven a lo largo del siglo XX con ciertas instituciones; fundamentalmente, las instituciones educativas, la escuela y la universidad. Es difícil disociar la crisis de esas instituciones y del valor de la educación en general (su valor económico, su valor social) de la crisis de lo que entendíamos por ser joven. Pienso en los jóvenes libertarios que veo en Instagram, vistiéndose de traje y hablando de tener hijos a los 25 (solo hablando: nadie lo hace) y me pregunto si no estamos volviendo de alguna manera a ese mundo previo a la década del 60, en el que uno dejaba de ser niño para pasar a ser adulto. La grieta hoy parecería estar entre esa posibilidad y su contraria absoluta, la de ser adolescente desde los 11 hasta los 50.

Dice Manzano, al final de su libro, que en este ahora incierto siglo XXI en nuestro país, la categoría de la juventud (igual que la de política de masas y la de democracia, ambas muy cercanas simbólica e históricamente a ella) están en una suerte de suspenso. Un par de párrafos antes habla de algo que he escuchado menos de lo que siento que debería haber escuchado en círculos progresistas que tratan de explicar la derrota de 2023 y la de la semana pasada: los libertarios tomaron para su identidad, sobre todo, la figura del emprendedor, y las ideas económicas que se le asocian. Es verdad que esas derechas incluyen componentes racistas, machistas y clasistas, pero humildemente no creo que sea por eso que ganan entre la gente joven; más bien, la sensación es que una juventud que se siente despojada de su autonomía, de sus posibilidades de independizarse y vivir con plenitud los que se supone que deberían ser los años más excitantes y productivos de su vida, está abrazando las ideas económicas que piensa, equivocadamente o no, podrían acercarla un poco más a eso.

Para bien o para mal, han identificado a la estabilidad económica, la macroeconomía ordenada, la baja de la inflación y la ilusión meritocrática con esa posibilidad de ser dueños de sus propias vidas; la apelación a lo colectivo les parece, en cambio, una promesa de pobreza eterna. No sé qué debe hacer frente a esto un partido progresista, pero pienso que cualquier interpretación de la derrota reciente del peronismo que no dé cuenta de esto es condescendiente; y que la condescencia con un grupo social que, justamente, está reaccionando ante su infantilización, es una receta infalible para seguir fracasando.

TT/MF

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