
Aunque Diego Ramos echó toda su vida trabajando en los campos de Jerez, a él lo que realmente le gustaba era el cante. Así que hace casi 30 años, eslomado de tanta faena, decidió hacerse la concesión de abrir los fines de semana el garaje de su casita perdida entre pagos de Jerez para servir el mosto casero que él producía por afición y echarse “unos cantecitos”. Ni cobraba —la uva la conseguía rebuscando los racimos perdidos de la vendimia en las viñas cercanas—, ni hacía falta más para que la juerga se alargara hasta noche. “Tenía más amigos que la mar, normal…”, bromea risueño Ramos, de 75 años.






