
La política sigue enfrascada en el debate sobre la inmigración mientras la automatización avanza sin freno: los robots ya amenazan más empleos que cualquier flujo migratorio y obligan a replantear prioridades, discursos y miedos sociales.
En la ciudad de Florencia los taxistas son italianos. No hay inmigrantes al frente del volante. Ir con ellos es parte de la experiencia de estar en Italia. Hablan de fútbol, de la Fiorentina, de Batistuta, sobre todo con un argentino. Guardan, además, ciertas señas de identidad. Una pulsera de plata, anteojos de diseño con patillas metálicas, esa vestimenta entre dura y sensual.
Me llamó la atención que los choferes fueran siempre italianos. Se lo pregunté a un amigo florentino, que confirmó la presunción. Hay cierto orgullo del sector, incluso del gremio. En Madrid, en cambio, el sector del transporte está más diversificado. En los taxis hay una mayoría de españoles, pero en Cabify y Uber se reparte entre latinoamericanos, árabes, magrebíes y europeos del Este.
En Florencia, como en toda Italia, existen problemas asociados a la inmigración. Sin ir más lejos, una de las tardes que regresaba del Duomo, presencié una riña entre verduleros latinoamericanos y vendedores magrebíes, que europeos y turistas observaron entre el temor y el entretenimiento. El asunto preocupa a un nivel político real. Quizás por eso la dupla Giorgia Meloni-Matteo Salvini esté a cargo del gobierno nacional. De la primera, conocemos su posición antimigratoria desde el primer día de la gestión. Del segundo, frases resonantes como aquella de “me niego a reemplazar diez millones de italianos por diez millones de inmigrantes”.
Con eso en mente, pensé en abordar el tema con los taxistas pero en un rapto de lucidez preferí no hacerlo. Podía ser incómodo. Además, mi exeditor, el gran periodista Santiago O Donnell, me habría bochado la nota. Como fuera, lo que me impulsó a no preguntarles si temían que los inmigrantes entraran a su sector fue una idea: ¿No son los robots quienes más amenazan sus fuentes de trabajo?
Esta semana, se llevó a cabo en Tokio una nueva edición de la Exhibición Internacional del Robot. La cumbre lleva realizándose cincuenta años, y una crónica del Financial Times escrita por Leo Lewis, señala que esta última ha marcado un verdadero punto de inflexión respecto a las anteriores. La aplicación de la Inteligencia Artificial en los humanoides —tradicionalmente las estrellas del evento— supone un avance determinante.
“Las sociedades parecen completamente desprevenidas para esta transición, y la esfera política ni siquiera ha empezado a tener el tipo de debates que muy pronto podrían imponérsele”, señala Lewis respecto al progresivo protagonismo de humanoides y robots en las sociedades.
Existen diferentes informes de consultoras internacionales sobre el impacto que causará una mayor adopción de robots en la economía. Lewis cita uno realizado por Morgan Stanley que sostiene que “la transición hacia la ‘IA encarnada’ marcará un giro en la historia, pronosticando un mercado global de robots humanoides valuado en 5 billones de dólares para 2050 y una tasa de despliegue de una máquina por cada 10 humanos”.
Las opiniones ante este panorama van de la precaución al apocalipsis, y en unos pocos casos, el optimismo triunfal. El CEO de una de las principales empresas de IA, Anthropic, Dario Amodei, es de los que piensan que si las empresas de IA actúan con libertad, sobrevendrá el caos absoluto. “La IA podría eliminar hasta la mitad de todos los empleos de oficina de nivel inicial y disparar el desempleo al 10-20 % en los próximos uno a cinco años”, señaló unos meses atrás.
Desde Tokio, Lewis se permite pensar en algunos escenarios. Piensa, por ejemplo, en Japón, que produce robots desde hace años, y ha desarrollado una idea positiva en su sociedad sobre el despliegue de esta tecnología. “La población decreciente de Japón y su fuerza laboral tensionada generarán menos resistencia a los reemplazos mecanizados de seres humanos. (El país) Los necesita, y muchos podrían preferir activamente el acero y los semiconductores antes que a extranjeros y visados de trabajo”.
Este ese el caso de Japón, ¿pero cuál será el de Argentina, el de Francia o la India? De todas formas, me interesa hacer foco en algo que plantea Lewis cuando señala que algunos preferirían un robot a un inmigrante. Uno de los principales argumentos de su nota, en efecto, es que más temprano que tarde la política deberá abordar la cuestión de los robots y su impacto.
En España, el partido de ultraderecha Vox ha alcanzado su mayor intención de voto de los últimos años. Los medios ibéricos señalan que ha logrado robarle casi un millón de votos al Partido Popular, la derecha tradicional. Una de las razones del ascenso de Vox es su discurso sobre la inmigración. Desde su aparición, ha sido casi el único partido en referirse a los inmigrantes, más allá de que sus posiciones oscilen entre la xenofobia y la exageración. La realidad es que el problema migratorio existe, en Europa o en América Latina. El que se anime a abordar la cuestión, puede preguntar en Chile o en Argentina, qué piensan de los inmigrantes de Venezuela que debieron abandonar su país por el caos político y social reinante.
Advertido de la problemática (por fin), una fuerza de izquierdas se refirió al tema de la inmigración días atrás. En una declaración al presidente Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián, líder del partido de izquierdas de Catalunya ERC, afirmó: “Le pido a la izquierda menos pureza, y más cabeza. Le pido que hablemos de seguridad, sin la exageración de unos, ni la negación de otros. Le pido que hablemos de migración, y evidentemente no lo estoy vinculando, pero basta cinco minutos poner la oreja en un barrio, para saber que los flujos migratorios son un reto que se tiene que basar en la seguridad”.
Por supuesto no faltó quien lo criticara. Desde la derecha, por “contradictorio”; desde la izquierda, por haberse “derechizado”. Igual, Rufián había finalizado su discurso anticipándose a ello. Criticó a la izquierda por eso de “no compremos el marco de la derecha”, y señaló que si la realidad existe (esa preocupación por la inmigración), callarse no era un gesto astuto sino de abandono. Un abandono que, por cierto, se observa en los barrios populares donde crece Vox, no en las zonas acomodadas donde el reclamo es de un jubilado acaudalado que no tolera tener que ordenar un “caffe latte” en lugar de un “cafelito”…
Al final de cuentas, surgen algunas preguntas: ¿Cómo es posible que la izquierda haya tardado tanto en abordar una de las principales problemáticas sociales de las dos últimas décadas? ¿Pureza ideológica? ¿Oportunismo? ¿Negación? ¿Falta de ideas? El asunto debería ser un antecedente claro sobre los costos de no abordar los problemas reales que enfrentan las sociedades actuales.
El caso de la Inteligencia Artificial y el advenimiento de los robots en el mercado laboral es un hecho que ya preocupa, y debería abordarse ya. Muchos líderes progresistas (cuando no libertarios), parecen mucho más entusiasmados por anunciar la inversión de una tecnológica en un data center que en darle respuestas a una persona cuya fuente de trabajo es ocupada por un Chat Bot o un robot industrial. Mientras tanto, revaluaré la idea de hablar o no con un taxista para una nota. Después de todo, es probable que en unos años solo pueda hacerlo con un robot.
AF/MG
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