La recta final. En Barcelona queda sólo un suspiro para la despedida, mañana. Para el adiós definitivo a los escenarios apenas un puñado más en Valencia, Bilbao y Madrid. Dicen que lo difícil es comenzar y alcanzar el reconocimiento, pero lo verdaderamente difícil es decir adiós cuando todo te es perdonado, cuando podrías seguir hasta que llegue lo que a todos llega. Sabina se marcha. El crápula, el disipado, si se desea más suavidad, el que vivió en los rincones de la noche, el que se admira y se quiere aunque quizás no se desee como hijo, arrobó este jueves al Sant Jordi apurando sus canciones más clásicas, rompiendo ya con inevitable tacha una voz astillada y áspera que sus fans ya sólo desean así, por personal, por hija de las cicatrices a causa de una mala/buena vida. Dos horas, dos bombines, uno negro y otro blanco, una chistera de copa baja, pelo negro, dos cambios de vestuario y anillos de rockero. Sabina diciendo adiós ante Serrat, presente y aplaudido en platea. Sabina recordando a Sabina. Al público le podían haber dado las doce y la una y las dos y las tres. A él ya no. Sabina se va.