Jacob pulsa el play del radiocasete y empieza hablar cuando la melodía, una base para hacer hip hop, comienza a sonar. “Mirad: hay que hacer barras de cuatro frases. Decid lo que sintáis, lo que penséis o lo que echáis de menos de afuera. El rap es para eso”, dice. Le escuchan seis chavales con historias delictivas que pasan sus días, junto a otros 40, en el Centro de Reinserción Social para Adolescentes Infractores (Cersai) de Juárez. La ciudad está situada en el norte de México, junto a la frontera con Estados Unidos y perteneciente al estado de Chihuahua. Son muchachos condenados por violación, homicidio o secuestros en una urbe muy dada a los crímenes: fue la más peligrosa del mundo durante cuatro años (del 2009 al 2012), los narcotraficantes se disputan esquinas y locales, allí se acuñó el término feminicidio por la cantidad de asesinatos a mujeres durante las pasadas dos décadas (a una media de 300 anuales en los peores años). En todo 2019, solo hubo siete días sin ejecuciones en sus calles.

Visita a un centro de reinserción de jóvenes delincuentes en Ciudad Juárez
En el Cersai reside medio centenar de adolescentes condenados por asesinato, homicidio, violación o secuestro. Fuera les esperan de nuevo el crimen, la droga y las balaceras. Dentro, algunos luchan por redimirse y rehacer sus vidas aunque parezca una quimera