La noche final de los últimos fusilados del franquismo, la dictadura que murió matando: “Oí los disparos y grité”

elDiarioAREl Diario Ar27/09/20259 Views

El 27 de septiembre de 1975, hace hoy 50 años, cinco integrantes de ETA y del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota fueron ejecutados pese a la fuerte oposición internacional .

El recuerdo está congelado en su memoria desde hace medio siglo. Su hermano, José Luis Sánchez Bravo, acariciaba la barriga de su novia, Silvia Carretero, embarazada de cuatro meses. Iban a tener una hija que se llamaría Luisa a la que José Luis nunca llegaría a conocer. No lo haría porque esa era su última noche y él se convertiría en uno de los cinco últimos fusilados del franquismo. Vicky Sánchez Bravo y su madre le acompañaron en sus últimas horas antes de que un pelotón de fusilamiento lo ejecutara junto a otros tres compañeros en el campo de tiro El Palancar, en Hoyo de Manzanares (Madrid). “Nos lo mataron”, dice Vicky al otro lado del teléfono.

Era un sábado al amanecer, un 27 de septiembre de hace hoy 50 años. Franco, ya enfermo, iba a morir en menos de dos meses y el régimen buscaba dar un golpe de efecto que se tradujo en las cinco ejecuciones de dos miembros de ETA y tres militantes del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP). Ocurrió en pocas horas: hacia las 8 de la mañana, Ángel Otaegi, de 33 años, era sacado de la cárcel de Burgos para ser disparado contra la tapia de la prisión y más o menos a la misma hora, pero en un claro de un bosque barcelonés, Jon Paredes Manot “Txiki” (21) cantaba el Eusko Gudariak hasta recibir el tiro de gracia. A más de 600 kilómetros de allí, José Luis, también de 21 años, Xosé Humberto Baena (25) y Ramón García Sanz, de 23, salían de la cárcel de Carabanchel para correr la misma suerte. Sobre las 10.15 todo había terminado.

Fueron condenados a la pena de muerte en cuatro consejos de guerra celebrados entre el 27 de agosto y el 19 de septiembre. Justicia militar franquista para los miembros de dos organizaciones violentas y armadas contra los que había que ser contundentes. No hubo clemencia a pesar de los innumerables intentos de paralizar los fusilamientos al final de una dictadura de 40 años que murió como empezó: matando. “Yo creo que lo que querían era dar un escarmiento por las movilizaciones antifranquistas de aquel tiempo en el que, además, ya Europa miraba con recelo la dictadura, pero les salió mal y lograron lo contrario”, opina Vicky.

Imagen de los últimos fusilados del franquismo el 27 de septiembre de 1975.

A todos les atribuían delitos de sangre contra miembros de las fuerzas del orden público. Ángel Otaegui fue condenado por el atentado de Gregorio Posadas, cabo primero de la Guardia Civil, ‘Txiki’ por el homicidio del cabo primero de la Policía Armada Ovidio Díaz durante un atraco al Banco Santander en Barcelona y los activistas del FRAP, por los asesinatos del policía Lucio Rodríguez y del teniente guardia civil Antonio Pose en sendos atentados. Los juicios sumarísimos acabaron en total con once condenados, pero a seis –cinco del FRAP, entre ellos dos mujeres, y uno de ETA– o bien les sentenciaron a penas de prisión o les conmutaron en el último momento la pena capital.

Un día antes de morir

Entre ellos estaba Manuel Blanco Chivite, militante del FRAP y del PCE (m-l), condenado en el primer consejo de guerra celebrado en el acuartelamiento de El Goloso (Madrid). El antifranquista cuenta cómo fueron los primeros momentos tras la detención: “Era un proceso militar, lo primero fue trasladarnos a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, y allí ya veías al juez. Estabas delante de él, por supuesto sin abogado, esposado y con dos miembros de la Brigada Político Social a cada lado. Si lo que decías no le convencía, volvías a los interrogatorios, a las palizas y a la tortura hasta que construían el caso”.

“Nuestra entrada en la DGS no siguió el protocolo habitual: no había parte con fecha y hora, con lo que oficialmente no estábamos en ningún sitio”, explica Chivite, que ha plasmado sus recuerdos en un libro sobre las últimas ejecuciones coordinado por la Plataforma ‘Al alba’ (editorial Garaje). A Vicky esto le suena familiar. “Cuando detuvieron a José Luis el 29 de agosto intenté ir a verle a la DGS, pero allí me decían que no estaba y me mandaban a Carabanchel. En la cárcel pasaba lo mismo y me decían que tenía que estar en la Puerta del Sol. Así fui de un sitio para otro sin señales de vida de mi hermano”. La primera vez que le pudo verle fue el 26 de septiembre, un día antes de morir.

Fue, como había cantado Luis Eduardo Aute, la noche más larga. Vicky rememora la impresión al ver a su hermano, “muy desfigurado y con los labios y los ojos hinchados por las palizas que le habían dado”. Recuerda haber bajado unas escaleras para acceder a las celdas subterráneas en las que habían encerrado a los condenados, donde ella y su madre pasaron con José Luis sus últimas horas. Silvia, su mujer, llegaría un poco más tarde, sobre las once de la noche, procedente de la cárcel de mujeres de Yeserías, en la que estaba encarcelada.

Las notas de Bachillerato de José Luis Sánchez Bravo.

Desde allí, Rosa María García Alarcón y el resto de compañeras del FRAP encarceladas, hicieron lo que pudieron desde dentro para que la dejaran acudir. “Lo intentamos con Maruxa la pareja de Xosé Humberto Baena, pero no lo conseguimos porque no estaban asados”. La activista antifranquista compartió cárcel con María Jesús Dasca y Concepción Tristán, las dos mujeres del FRAP inicialmente condenadas a muerte pero a las que acabaron conmutando la pena. “Fue algo terrible conocer que los iban a fusilar sí o sí, que no había indulto. Pensábamos que no lo iban a hacer, pero lo hicieron”.

“Estaban Xosé Humberto y Ramón García también. Recuerdo que cantaban canciones en gallego y así se fueron pasando las horas. Lo que más tengo presente es el abrazo que me dio al final, no se despegaba de mi. Lo último que me dijo es que cuidara de nuestra madre”, cuenta Vicky sobre esa última noche. A la mañana siguiente, ya en la calle, vio pasar varios furgones que subían hacia un alto mientras ella y el abogado Fernando Salas se quedaban abajo, en la carretera. “Ese momento es algo muy difícil de recordar. Oí los disparos y lloré y grité de pura desesperación”.

El “enterado” del 26 de septiembre

Los procesos habían estado plagados de irregularidades. Magda Oranich, una de las abogadas del integrante de la organización terrorista ETA Jon Paredes ‘Txiki’, menciona que los juicios se hicieron “deprisa y corriendo” como si el resultado final ya estuviera escrito. “Que las ejecuciones fueran el mismo día y a la misma hora es demencial si lo piensas”, dice la letrada. “No había ninguna prueba, habían sido torturados y todas las pruebas de la defensa fueron denegadas, ni siquiera la balística nos aceptaron. Recuerdo un testigo de la acusación que decía que había visto disparar a un chico alto y fuerte, pero a Txiki lo llamaban así porque era muy bajo, medía 1,50”.

Todo se complicó todavía más, si cabe, cuando el Gobierno de Arias Navarro aprobó el decreto ley 10/1975 sobre Prevención del Terrorismo, que fue aplicado a pesar de entrar en vigor a finales de agosto, después de los hechos que se iban a juzgar. Esto transformó los consejos de guerra en sumarísimos, que estaban inicialmente previstos en caso de guerra, traiciones o deserciones. “Nos dieron cuatro horas para responder al escrito de acusación, pero además no nos lo notificaron a las 12 del mediodía, no, sino de la noche. Yo fui de madrugada a la cárcel Modelo a comunicárselo a Txiki, él ya se lo esperaba, solo me dijo que por favor no le aplicaran el garrote vil”, cuenta su abogada.

Los abogados se coordinaron desde Madrid, Barcelona y Burgos y pusieron en marcha una intensa movilización para defender a los acusados a pesar de que sabían que estaba perdido. Oranich, parte del equipo de abogados que había defendido poco antes a Salvador Puig Antich, lo recuerda: “Nos llamábamos a las 3 de la mañana y estábamos todos en el despacho, nos dábamos ideas…Y aunque hacíamos muchas cosas, todos sabíamos que no había nada que hacer. Corrían tanto que daba la sensación de que querían ejecutar antes de que Franco muriera, por eso intentábamos, como mínimo, retrasar todo”.

Juan Paredes Manot 'Txiki'.

De nada sirvió la repulsa internacional en forma de manifestaciones, comunicados, mítines y protestas que reclamaban al régimen que no ejecutara a los condenados. En Suecia, el primer ministro Olof Palme llegó a salir a las calles de Estocolmo y el papa Pablo VI pidió “clemencia” hasta la última noche, cuando según el historiador y sacerdote Vicente Cárcel Ortí intentó llamar personalmente a Franco “sin que esa llamada se la pasaran nunca”. El dictador hizo oídos sordos y en un Consejo de Ministros celebrado en la mañana del 26 de septiembre en El Pardo, el Gobierno dio el “enterado” a las ejecuciones y rechazó los indultos.

Al por qué se acerca la historiadora Paola Lo Cascio, vicedirectora del Centre d’Estudis Històrics Internacionals de la Universitat de Barcelona: “Se acerca la muerte de Franco y eso tensa la dictadura, que se encuentra en una debilidad muy clara. El franquismo había pensado una sucesión más o menos ordenada bajo el mando de Carrero Blanco, pero después de que ETA le saque violentamente de la ecuación y le asesine, el plan fracasa y hay mucha incertidumbre. Las últimas condenas son una manera de volver a subrayar quién manda en un momento en el que el régimen no está tan débil como para caer y sí suficientemente fuerte como para hacer esto”.

La ejecución de ‘Txiki’

Los abogados de ‘Txiki’, Magda Oranich y Marc Palmés, y su hermano Mikel estuvieron con él desde las 20.00 horas del 26 de septiembre hasta las 8 de la mañana del día siguiente. “No sabíamos dónde iba a ser la ejecución, pero nos dejaron ir a los tres en nuestro coche particular y seguirles. Estaba todo cortado y había muchos furgones. Pararon cerca del cementerio, en un terreno pequeño no asfaltado y allí ya estaba todo preparado. Txiki estaba atado con unas cintas por las muñecas a una especie de trípode. No quiso que le taparan los ojos”, recuerda Oranich.

Era un pelotón de fusilamiento de seis guardias civiles que, a la orden del jefe, empezaron a abrir fuego contra ‘Txiki’, vestido con un jersey de lana que habían confeccionado para él las presas políticas de la Trinitat, la prisión de mujeres de Barcelona. Varios disparos le acribillaron y un tiro de gracia en la sien acabó con su vida. “El médico militar estaba destrozado, lloraba y decía que le habían mandado a un servicio pero no sabía que era este”. Cuando todo había acabado Oranich recogió del suelo diez casquillos de bala que ha guardado hasta ahora, varios de ellos están desde hace diez años en una fundación vasca. “A Mikel, su hermano, tuvimos que aguantarle para que no hiciera ninguna barbaridad. Fue terrible”.

Ha pasado medio siglo y la abogada guarda los casquillos y los recuerdos como un tesoro. También Vicky sigue volviendo de vez en cuando a aquel día, aunque duela, para que no se pierda la historia. En casa tiene el documento en el que el Gobierno reconoce que las sentencias que condenaron a muerte a su hermano son nulas y le reconoce como víctima de la dictadura. Es muy importante, dice, pero no suficiente: “Este tipo de cosas deberían hacerse más públicas y que todo el mundo sepa lo que pasó, que llegué a los colegios e institutos”, defiende a través de un mensaje de Whatsapp. “La vida no te la devuelven, pero repara…”, añade. En su foto de perfil, un joven José Luis, mira a cámara.

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