Más iguales que otras

elDiarioAREl Diario Ar28/09/20254 Views

Detrás del debate técnico por la carátula del caso de Lara, Brenda y Morena late el agotamiento de dos discursos: el de la “culpabilidad de las víctimas” y el “discurso un poco lavado y ‘universalista’” que reduce el femicidio a “que te maten por ser mujer”.

No termino de decidir si sería valioso o no tener la frialdad de corazón como para hacer un buen análisis de los modos sociales de hablar de mujeres muertas en la era Milei. Digo “mujeres muertas” porque debo confesar que no me interesa terciar en la discusión sobre el alcance de la figura penal del femicidio. No soy abogada, ni especialista en derecho penal. Tampoco entiendo cómo fue que un agravante penal se cargó tanto moralmente, como para que pensemos que en la aplicación caso a caso de un concepto legal deberían jugarse todas nuestras valoraciones sociales del feminismo y de las vidas de las mujeres. Tampoco sé si un capo narco tiene más saña contra tres mujeres jóvenes de la que tendría contra un soldadito, ni tengo la frialdad de corazón, de nuevo, como para ponerme a suponer cuál es su escala de valores, qué vidas valen más y cuáles valen menos en un universo de precarización tal que ninguna parece valer demasiado, ni para el Estado ni para nadie.

Ya metida en este segundo párrafo, vuelvo a la pregunta del primero, porque un poco sí me interesaría hacer ese análisis discursivo sobre lo que sucedió en los últimos días. En algún sentido no nos encontramos con nada nuevo: la búsqueda de conductas en las víctimas que expliquen por qué ellas se pusieron en peligro (ser fanática de los boliches, ejercer el trabajo sexual), que las responsabilicen a ellas por sus destinos al tiempo que dejan a salvo a los intachables lectores del diario (que no necesitan temer por sus esposas ni sus hijas, porque ellas sí son mujeres de bien) es tan vieja como el antiquísimo “crimen pasional”. No hay nada para sorprenderse allí.

Pero me retracto respecto de algo que dije antes: quizás sí hay algo interesante no en la discusión de la carátula del caso de Lara, Brenda y Morena sino en lo que parece estar detrás de ella. Puede que lo que se esconda tras ese debate aparentemente técnico sea el agotamiento de dos discursos: por un lado, sí, el de la culpabilidad de las víctimas, que se repitió mucho pero también aparece fuertemente cuestionado, y por otro lado, de cierto discurso un poco lavado y “universalista”, ese que justamente decía que “femicidio” es “que te maten por ser mujer”. Creo que la pregunta esa horrible si vale más la vida de un soldadito o la de una joven prostituta, la pregunta esa horrible e incontestable, es justamente la que llega al fondo de la cuestión de la interseccionalidad: demasiado a menudo parece que la interseccionalidad se tratara de acumular vulnerabilidades, de que es peor ser mujer y pobre que solamente pobre, y peor ser mujer, lesbiana y pobre que solamente mujer y pobre.

Así lo entienden, a menudo, quienes arman cupos para instituciones o ciertas versiones pop del feminismo y el progresismo. Pero no es así como lo entendió, por caso, Kimberlé Crenshaw, la abogada negra, feminista y antirracista que formuló el concepto por primera vez. Ni es así como lo han entendido, históricamente, las feministas y las personas en general que trabajan en contextos de vulnerabilidad. Justamente, para quienes están cerca de estos contextos la cuestión de la interseccionalidad es tan compleja como a algunos nos pareció esta semana: es justamente lo que hace complejo separar las mil circunstancias que hicieron que esas chicas estuvieran en posición de ser asesinadas a sangre fría por un tipo o un grupo de tipos que tienen tanta, pero tanta fe en que esas chicas no le importan a nadie que hasta se filman en TikTok.

La interseccionalidad no hace “fácil” pensar las cosas: no hace fácil explicar que las opresiones se acumulan como medallas. Es en cambio, más bien, lo que explica por qué es difícil o imposible listar todo lo que tiene que salir mal para que un crimen como este sea posible. Y no, no es “nacer mujeres”. Y sí, quizás haga falta decirlo: no es necesario, para afirmar que esas chicas fueron víctimas y sus vidas valen, decir que lo que les pasó le podía pasar “a cualquier mujer”, porque “nos matan a todas por igual”.

Hay, evidentemente, un cansancio de esa hipocresía: no, no le puede pasar a cualquiera. No, nos matan a todas por igual. Que la violencia de género esté presente en todos los contextos y las clases sociales no implica que todas estemos expuestas en la misma medida. No hace falta incluirnos a todas, incluso a las afortunadas de la clase media que no estamos ni cerca de conocer a alguien que tiene que prostituirse desde la primaria, en un “nosotras” que realmente no nos va a tocar. O parafraseando a Orwell: todas las mujeres somos iguales, pero algunas son más iguales que otras.

TT/MF

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