Lo más abracadabrante es que encima hemos pagado nosotros, los sufridos contribuyentes españoles, los billetes de avión de estos zánganos. Eso y el millón que costó la ocurrencia de despachar una patrullera a hacer el paripé, además de otros gastos. Hay que agradecerle a Israel que nos los ha devuelto duchados, peinados y con una indumentaria impoluta, de esa que se ponen los canteros para lavar el coche. No seré yo quien critique a Ada Colau, Greta Thunberg, Barbie Gaza, Jordi Coronas o Joan Bordera, quienes reconocieron a toda prisa por escrito que su entrada en el país fue ilegal. Esta panda hubiera firmado cualquier cosa para no pasar un día en el calabozo, pero queda un poco feo que sean los mandamases de la astracanada quienes salgan corriendo los primeros. Y, como era de esperar, les ha faltado tiempo para pasearse por las televisiones diciendo que les han “torturado” y que han sufrido un trato “deshumanizante”. Denuncian en concreto que les dieron agua del grifo. Supongo que los perroflautas esperaban que en la cárcel de Ketziot, en el desierto del Néguev, les iban a servir Vichy Catalán, Perrier o San Pellegrino con rodaja de limón y un par de hielos. Se han quejado también del aire acondicionado, de la calidad de la comida y de que las sillas de prisión estaban muy duras. Sobre todo, de que los soldados judíos se reían de ellos. ¿Pero cómo no se iban a reír, alma de Dios? El colmo, para mí, ha sido Bordera, diputado de Compromís, que en el programa Todo es Mentira afirmó textualmente que lo que sufrieron él y los caraduras de la Flotilla, tras ser interceptados por la Marina israelí y conducidos a tierra, ha sido “un intermedio entre Guantánamo y Auschwitz”. Menos mal que estaba en plató…
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