
Francia se ha acostumbrado a vivir catástrofes profundas provocadas por accidentes fugaces. Una desastrosa disolución de la Asamblea Nacional poco después de una derrota, un primer ministro de apenas 836 minutos o un asalto dramático a su gran museo de apenas 420 segundos. Este último, el que terminó hace una semana y concluyó con el robo de las joyas de Napoleón, valoradas en unos 88 millones de euros, quizá sea un nítido resumen de la sensación de descomposición que atraviesa al país desde hace algún tiempo. También la de su presidente, Emmanuel Macron, empeñado en ligar su suerte a la de la pinacoteca desde que accedió al cargo.






