“Think tanks”, dinero y batalla cultural: cómo es la estructura oculta del libertarismo en América Latina

elDiarioAREl Diario Ar08/11/20256 Views

La periodista Soledad Vallejos acaba de publicar el libro “Los dueños de la libertad”, una exhaustiva investigación que reconstruye los últimos 70 años en la historia libertaria, desde los albores de la Guerra Fría hasta la presidencia de Javier Milei en Argentina. A continuación, un adelanto del primer capítulo que lleva como título “Un millón de amigos” y salió por la editorial Sudamericana.

Este presente comenzó a tejerse en los albores de la Guerra Fría. El ascenso global del liberalismo y el movimiento conservador no arrancó en 2020. No se debió a la pandemia, aunque, por las condiciones inéditas en las que transcurrió la vida cotidiana durante esos meses, la circunstancia pudo haber sido un acelerador.

No pasa, ni pasó, solamente en la Argentina. Es una experiencia transnacional y configura redes. Mejor dicho, es posible gracias a esas redes.

La periodista Soledad Vallejos acaba de publicar el libro "Los dueños de la libertad".

Hubo otras palabras, otros modos, nombres que no resonaban hasta entonces. Eso que durante la campaña presidencial de 2023 en la Argentina podía parecer ruido disperso, el día en que Javier Milei ganó el cargo tuvo una lógica.

Lo que decía resultaba tan inusual que despertaba escándalo, sorpresa, incluso indignación y risas. Como diputado primero y como candidato a presidente después, habló de “escuela austríaca”, de “anarcocapitalismo”. Una vez le preguntaron si estaba de acuerdo con la venta de órganos humanos, y dijo que sí, porque era “un mercado más”. Otro día respondió “depende” a la siguiente pregunta: “¿Está a favor de la venta de niños?”.

Resultó que no era ruido, sino música. Una música que tiene sentido, que a alguien le habla, que dice, y mucho, a cierto número de gente. Ahí había una partitura.

El comienzo de esa presidencia era solo la punta del ovillo, tirando del hilo tenía que haber más. Más para entender, para escuchar, para preguntar, para intentar dar sentido a un mundo que, repentinamente, parecía funcionar según otras reglas.

Cuando el presente quema, a veces conviene buscar dónde empezó. Rastrear esa construcción que comenzó en el pasado, pero no es pieza de museo ni está muerta. A fin de cuentas, el pasado nunca se va, nunca termina del todo, siempre está aquí también.

El artista polirrubro Federico Manuel Peralta Ramos decía: “Pinté sin saber pintar, escribí sin saber escribir, canté sin saber cantar. La torpeza repetida se transforma en mi estilo”. Es una idea que ilumina, advierte que siempre hay un patrón. Hay que tomar nota de las repeticiones. Prestar atención a los años, los lugares, las relaciones que parecen —también— repetirse entre nombres de personas —al parecer— desconocidas. Y sí, ahí hay un patrón.

En “Los intelectuales y el socialismo”, un ensayito de 1949 que think tanks y fundaciones liberales de todo el mundo convirtieron en oráculo e inspiración, F. A. Hayek, uno de los referentes de la escuela austríaca, analizó cómo “las opiniones de los intelectuales influyen en la política del mañana”. El futuro se cifraba en esa fábrica de modos de pensar, no en las nimiedades políticas del día a día. Había que lograr influencia desde el inicio: los intelectuales, “intérprete profesional de ideas”, “vendedores de segunda mano de ideas”. Había que construirlos desde cero, porque todos los intelectuales existentes ya estaban perdidos, habían sido ganados por el “socialismo”.

Las ideas ante todo.

Unos años antes, Hayek se lo había dicho también a un lector entusiasta, un joven que había ido a golpearle la puerta para pedirle opinión: ¿Tenía sentido que se involucrara en política para combatir en la arena pública a favor de la razón liberal? El lector Antony Fisher salió de esa charla decidido a cambiar el mundo a la manera austríaca. Fue un empresario que amasó millones y los dedicó a la causa, creador del primer think tank inglés y también fundador, en los Estados Unidos, de lo que sería una gran red global para atar cabos de influencia.

Vallejos llevó adelante una exhaustiva investigación alrededor de fundaciones, think tanks y publicaciones libertarias de los últimos 70 años.

Los libertarios constituían un grupo marginal, que sostenía una perspectiva radical de la economía con escaso arraigo en la academia y la política. Eran pocos pero persistentes. Y tenían acceso a fondos, porque algunos de esos pocos eran magnates con alma de filántropos. Especialmente cuando se trataba de sembrar viento a favor de la libertad de empresa y el individualismo.

Las ideas de la escuela austríaca nacieron en Europa en el siglo XIX, pero maduraron —exilios y Segunda Guerra Mundial mediante— en los Estados Unidos en el siglo XX. Se desparramaron en el continente americano, fueron y vinieron entre América y Europa. Hoy, en el siglo XXI, sus partidarios parecen estar distribuidos por todo el planeta y ser —por lo menos— miles.

Entre un momento y otro, la gran manta del liberalismo englobó tribus: la austríaca, la individualista, la que veía en el Estado de bienestar el germen del fascismo, la norteamericana que en la década de 1970 encontró en el Partido Libertario una bandera, pero había comenzado mucho antes, tanto que los relatos de La pequeña casa de la pradera, los de la familia Ingalls, son parte de la mitología propia. (La periodista Rose Wilder Lane, hija de Laura Ingalls, reescribió los manuscritos de su madre para fortalecer el perfil de épica libertaria en la historia).

El puente entre ese pequeño universo e Iberoamérica fue un puñado de argentinos, guatemaltecos, mexicanos, españoles. Así nació, en parte, este presente.

La etiqueta definitiva es difícil de decidir: ¿liberales?, ¿liberales clásicos?, ¿libertarios?, ¿anarcocapitalistas? Son identidades complejas. En la Argentina, en particular, la historia contemporánea propicia asociaciones conflictivas. “Liberalismo” es un término que ha sonado en relación con la década de 1990 cuando el presidente constitucional llegó al poder como peronista, pero aplicó medidas tradicionalmente propuestas por los liberales (desregulaciones, privatización de empresas estatales, entre otras). Por esa época, una compilación publicada por una organización norteamericana que hoy ya no existe —Fighting the War of Ideas in Latin America, del National Center for Policy Analysis, que buscaba “desarrollar y promover alternativas privadas a la regulación y el control gubernamental”— se esperanzaba: “En la Argentina, ni siquiera los marxistas recomiendan ya la creación de más corporaciones estatales”. En el mismo volumen, un recuento servía como panorama histórico, a grandes rasgos: “Con demasiada frecuencia, las actitudes de Estados Unidos hacia Latinoamérica varían desde la opinión de que ‘la situación es desesperada’ hasta la de que podemos ‘comprar la lealtad de los países latinoamericanos con dólares de ayuda exterior’. Cuando la ayuda exterior falla, invariablemente recurrimos al envío de armas. En ningún momento se ha considerado seriamente involucrarse en una guerra de ideas”. Esa “guerra”, propuesta por entonces de manera sistemática, fue la que sembró “organizaciones de investigación independientes” con sus “conferencias, sesiones informativas y seminarios para periodistas, profesores, empresarios y organizadores políticos”, además de la formación de “nuevos partidos políticos con el propósito expreso de promover políticas liberales clásicas”.

“Liberalismo” ha sonado, también, con relación a la última dictadura, algo tradicionalmente silenciado “porque es una herida muy profunda”, me dijo un entrevistado. De eso no se habla porque toca a las familias de muchos activistas del presente: “Prácticamente no hubo un liberal en la Argentina del 76 que no se metiera con el Proceso [de Reorganización Nacional, como fue autodenominado por los militares responsables del golpe de 1976]. Lo apoyaron y además ocuparon puestos en el gobierno, menores pero ocuparon”. Cuando empezó a ser innegable que operaba una represión clandestina y sangrienta, en el mundillo no voló una mosca. “¿Y cómo te posicionás en una Argentina en la que la izquierda, por un lado, te acusa de ser un genocida y, por el otro lado, intentás ser un liberal moderado que dice: ‘Sí, comprendo cómo surgió el Proceso, pero no soy peronista’, y a la vez distanciarte? Es muy difícil”.

Es muy difícil.

Algo más también escuché. Fue en una reunión de liberales de toda la vida. Gente grande que se conoce desde la juventud. Gente que habla de “las ideas” y celebró la llegada a la presidencia de Javier Milei. Había transcurrido un año del gobierno libertario en la Argentina y estaban preocupados por lo que entendían como una deriva autoritaria. “Es fascismo de mercado”, dijo uno de ellos.

A cada protagonista de esta historia al que le pedí entrevista le dije —o escribí— lo siguiente: “La investigación parte de la pregunta sobre cómo fue posible este momento de fortalecimiento del liberalismo a nivel mundial. Quiero contar cómo el trabajo de años de distintos think tanks, intelectuales, non-profits y elaboración académica, entre otras cosas, cimentó el camino para ese crecimiento”. A veces la respuesta fue un sí, con su horario, día, lugar. Otras veces, una o más citas —según la desconfianza— para un café, una charla previa, casi un filtro; ¿valía la pena arriesgarse a hablar con una periodista ajena al mundillo? Muchas veces siguió otro encuentro, una, varias entrevistas.

Hay un mundo que desde afuera parece monolítico y es en realidad heterogéneo, plural, con distintos espacios y recorridos. Es un universo de fundaciones, grupos y trayectorias intelectuales y personales. Aquí aparecen nombres poco conocidos, o jamás nombrados en las noticias, pero son los auténticos predicadores de las ideas en la Argentina, desde mediados del siglo pasado, hace más de setenta años, y siguen siendo protagonistas de esta historia.

SV

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