
“¿Qué significa el tiempo para vos?”, fue una de las preguntas que sobrevoló durante las ocho horas del megaencuentro que celebró los 15 años de TEDxRíodelaPlata, al que asistieron más de 1700 personas. Desde las 10 hasta las 18, el Centro de Convenciones de Buenos Aires (CEC) se transformó en una máquina de pensar el paso de las horas, los días y las eras, a través de historias personales, descubrimientos científicos y obras colectivas.
El auditorio principal se colmó en pocos minutos. Las luces se atenuaron, sonó una melodía suave y, sobre un círculo rojo, Hache Merpert, uno de los directores del encuentro, dio la bienvenida. “TEDxRíodelaPlata nació para difundir ideas, pero también para generar encuentros. Y cuando una idea se comparte, el tiempo se vuelve colectivo”, dijo Merpert, que durante el evento recibió un reconocimiento del legislador Darío Nieto, quien entregó una distinción de la Legislatura porteña que declaró de interés cultural las charlas. El reconocimiento sintetizó un recorrido de cientos de charlas, millones de visualizaciones y una comunidad de voluntarios que creció año tras año.
Durante la mañana se sucedieron las primeras presentaciones. Entre los nombres más esperados estuvo el del físico Gabriel Mindlin, que hace décadas estudia el canto de las aves. Subió al escenario con su tono pausado y comenzó con una historia mínima, de observación y asombro. “Una mañana, caminando por el parque, vi a una pareja de horneros que se disponía a cantar. Al principio estaban perfectamente coordinados: una sílaba el macho, una sílaba la hembra. Pero de repente el macho empezó a acelerar y la hembra empezó a saltearse sílabas. Parecía un gran tropezón”, relató.
Intrigado, volvió al día siguiente con un grabador. “Quise saber si eso había sido un error o si todos los horneros cantaban así. Cuando convertí esos ritmos en números, vi algo que no podía creer: eran los mismos patrones matemáticos que aparecen en la forma en que se acomodan las semillas del girasol. Esos números marcan la transición entre el orden y el caos”.

Mindlin aprovechó el hilo de su relato para desplegar una reflexión sobre la ciencia y la búsqueda de sentido. “Esto que hice yo es parte de una tradición humana hermosa que viene desde Pitágoras. Él fue el primero que vinculó la matemática con la naturaleza. Después tuvimos que esperar 2000 años hasta Newton, que volvió a escribir la naturaleza en forma matemática”, señaló Mindlin.
Con la misma calma, introdujo una nota más contemporánea. “Hace unos ocho años me desperté con otra visión, mucho más distópica. Pensé que todo lo que enseñábamos iba a quedar viejo, que la inteligencia artificial iba a cambiarlo todo”. Y agregó: “La IA puede predecir, pero no entiende. Los humanos evolucionamos para mirar la naturaleza y encontrar reglas en lo que nos asombra. Ese impulso por entender es irrenunciablemente humano”, señaló el físico y docente de la Universidad de Buenos Aires.

La arquitecta Margarita Gutman, directora del Observatory on Latin America de The New School University, comenzó su exposición con una pregunta que descolocó al público: “¿Cuándo empezamos a pensar el futuro tal como lo entendemos hoy?“. Explicó que la idea moderna del porvenir, como un tiempo terrenal y abierto a la acción humana, es en realidad reciente. “Tiene apenas 250 años”, remarcó. Antes de mediados del siglo XVIII, el futuro se pensaba en el más allá o en un pasado idealizado. “Hoy, en cambio, pensamos en un futuro para nosotros y para quienes vendrán”, dijo. Y aclaró que aunque no es posible conocerlo ni diseñarlo, sí es posible imaginarlo. Cada vez que lo hacemos, ese futuro “lleva la marca del presente en el que vivimos”, por lo que imaginarlo es también una forma de intervenir sobre el ahora.
Entre el público, algunos tomaban notas, otros simplemente escuchaban con atención. “Las charlas me dejaron pensando en cómo usamos el tiempo para entender las cosas, no solo para medirlas”, dijo Lucía González, docente de 33 años, al salir de la sala.
Al mediodía, las puertas del CEC se abrieron y el evento se transformó en una plaza de experiencias. Había talleres de origami, muestras artísticas, narraciones orales y un escenario donde los clubes TED de distintas escuelas secundarias presentaban sus charlas. “Hay espacios para pensar, pero también para hacer. Lo que más nos interesa es que las personas participen, que el evento sea una experiencia compartida”, dijo Merpert.

En una de las mesas, una mujer doblaba papeles de colores con la concentración de quien medita. En otra, un narrador contaba una historia sobre el amor y los relojes. Más allá, un grupo de estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes debatía sobre los relojes biológicos. “Me sorprendió lo diverso del público”, comentó Marcos Feldman, programador de 29 años. “Vine por las charlas, pero terminé en un taller sobre cómo el tiempo se percibe cuando estás enamorado. Paso mis días tratando de optimizarlo, pero capaz hay algo más importante que aprovecharlo, y es entenderlo”.
El matemático español Eduardo Sáenz de Cabezón, uno de los curadores de esta edición de TEDxRíodelaPlata, explicó que el desafío de este año fue construir un formato distinto, en el que la unidad no fuera la charla individual, sino una secuencia de presentaciones unidas por un hilo temático. Invitado por Jerry Garbulski, decidió sumarse a la propuesta sin saber del todo cómo resultaría. “Me pareció una idea buena, creativa, diferente, y eso me motivó. Cuando hay algo nuevo, de eso se puede aprender”, afirmó. Juntos idearon un bloque sobre el tiempo que comenzó con conversaciones abiertas en línea, donde cientos de personas participaron aportando miradas diversas. De esas charlas surgió la idea de llevar al escenario una conversación coral, más cercana al teatro que a una conferencia, centrada en las distintas escalas y experiencias del tiempo.
Sáenz de Cabezón explicó que lo más interesante fue descubrir cómo un mismo concepto —por ejemplo, un instante decisivo— puede significar cosas muy diferentes según el contexto: “No es lo mismo para alguien que vive en la calle que para un atleta olímpico o para un paleontólogo que trabaja con millones de años”.
“No era una charla más, era como espiar cómo personas muy distintas pensaban el tiempo desde sus mundos. Uno hablaba de segundos, otro de millones de años, y sin embargo todo tenía sentido junto. Me hizo pensar que quizás la manera en la que cada uno vive el tiempo dice más de lo que somos que de lo que hacemos”, argumentó Pablo Novillo, de 28 años, uno de los espectadores.
A medida que el encuentro llegaba a su fin, el hall se volvió a llenar de conversaciones cruzadas. “Me quedo con la idea de que el tiempo no siempre cura, pero siempre enseña”, señaló Santiago Méndez, médico clínico de 45 años.
“Vine con mi hija de 15 años”, comentó Patricia Lozano, una contadora de Avellaneda. “Ella me dijo algo que me quedó dando vueltas, y fue que el tiempo pasa distinto cuando estás entusiasmada. Me parece que eso es exactamente lo que pasó hoy”, remarcó Lozano.
“Me fui con la cabeza llena y el celular en silencio, algo que no me pasaba hace mucho”, contó Valeria Núñez, una ingeniera de 41 años. “Me encantó el evento. No se trató solo de ideas, sino de cómo las personas vivimos en el tiempo. Cada charla, cada historia, te hacía mirar tu propio reloj de otra manera. Salí sintiendo que tal vez el tiempo no se gana ni se pierde, sino que se habita”, concluyó.





