
Las ventanas de la biblioteca del Tribunal Supremo están abiertas y dan a uno de los mejores rincones del centro de Madrid, la plaza de la Villa de París. En la biblioteca se amontonan medio centenar de periodistas siguiendo por señal interna lo que ocurre a cincuenta metros, en la sala judicial, mientras teclean con frenesí. A buen volumen, declara Alberto González Amador, empresario y novio de Isabel Díaz Ayuso. Se queja de que en los correos y mensajes se refieren a él como “novio de Ayuso” o “pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid”. En el turno anterior, Miguel Ángel Rodríguez también ataja las alusiones: “Dejen de referirse a él como ‘novio de Ayuso”. Y automáticamente pasa a llamarle “don Alberto”. MAR no tiene medida alguna. “Don Alberto” por aquí y “don Alberto” por allá. La gente no daba crédito. Sin embargo, Ayuso no es “doña Isabel”. Doña Isabel no puede ser nadie en España desde los Reyes Católicos: retiraron la camiseta. Ni siquiera la Preysler es “doña Isabel”. MAR, eso sí, en la agenda de su móvil tiene a don Alberto como Alberto Quirón. Eran tiempos de negocios y ahora es tiempo de famiglia.






