Cacería de brujas: un rol atípico para el regreso de Julia Roberts a la pantalla grande

La NaciónLa NacionCine09/10/20251 Views

Cacería de brujas (After The Hunt, Estados Unidos/2025). Dirección: Luca Guadagnino. Guion: Nora Garett. Fotografía: Malik Hassan Sayeed. Edición: Marco Costa. Elenco: Julia Roberts, Ayo Edebiri, Andrew Gardfield, Chloë Sevigny, Lio Mehiel. Calificación: No disponible. Distribuidora: UIP. Duración: 139 minutos. Nuestra opinión: regular.

Hace ya veinte años el director Mike Nichols filmaba Closer, una pieza teatral de Patrick Marber -luego guionista de una película polémica con aspiraciones de prestigio como fue Escándalo-, que ponía en discusión temas universales desde una perspectiva contemporánea: la pareja y el sexo, la lealtad y la manipulación en el terreno del amor, el poder y las tensiones generacionales. Julia Roberts era la cabeza de un elenco que completaban Natalie Portman, Jude Law y Clive Owen, en una especie de desfile de personalidades para dar cuerpo a una serie de ideas que estaban definidas y empaquetadas de antemano. Nichols lo había hecho mejor en sus primeros tiempos –El graduado, Conocimiento carnal-, y ahora se veía tentado por ese aire de importancia a menudo derivado en una subrayada solemnidad.

Luca Guadagnino parece caer en la misma tentación al ofrecer su creativa mirada a un guion encorsetado en su propia relevancia, la de sus temas y discusiones actuales, todos modelados por reflexiones de este tiempo post #MeToo y por una colisión generacional que no parece tener salida. El guion es de la escritora y actriz Nora Garrett, y el ambiente es el de la Universidad de Yale, un remolino intelectual y académico que pone en discusión el poder, el abuso y una compleja disección de culpas y complicidades. En sintonía con un tema “importante”, el Guadagnino juguetón que filmó el triángulo sexual de tenistas en Desafiantes, o el provocador que exploró el controvertido camino de la ayahuasca de William S. Burroughs en Queer, elige esta vez una estética fría y distante, encuadres geométricos, un vestuario de colores blancos y pasteles, y una banda sonora de impronta atonal que asimila -con más esnobismo que inteligencia- las coordenadas morales que intenta representar.

En ese sentido, el disparador argumental es sencillo: Alma Imhoff (Julia Roberts), una prestigiosa profesora de filosofía, celebra una reunión con colegas y alumnos en su casa y, al terminar el ágape, su amigo y discípulo Hank (Andrew Garfield) se retira algo beodo con Maggie (Ayo Edebiri), una alumna joven, rica y afrodescendiente. Al otro día, Alma recibe la visita de Maggie, visiblemente perturbada, quien le pide apoyo para denunciar el abuso sexual de Hank, cometido la noche anterior. Alma duda, se siente tironeada entre la lealtad afectiva y el sentido de la verdad, oculta el dilema a su marido (Michael Stuhlbarg), psicoanalista afecto a las melodías inquietantes, y se ve arrastrada hacia una encrucijada compleja que involucra su posición en Yale -y su esperada titularidad-, pero también un secreto del pasado que puede salir a la luz.

El diseño de la película está siempre al servicio de sembrar en el espectador los interrogantes de los personajes, sobre todo de Alma quien -salvo algunas trampitas ocasionales- ofrece su punto de vista para la identificación. El problema es que nosotros también somos manipulados, como la propia profesora cree, en el ir y venir de quienes reclaman su apoyo y exigen su compromiso. Y muchas de las decisiones -cómo Maggie descubre el secreto, cómo se comporta el marido de Alma en diferentes ocasiones- son arbitrarias, por no decir abiertamente caprichosas. Incluso la puesta en escena a menudo se siente como la vestidura ajena de una historia que se sostiene únicamente en el discurso (algo que a veces ocurre en el cine de Guadagnino, dependiendo de quién sea su guionista).

Cacería de brujas (UIP-Sony)

Aún con sus buenas actuaciones y una clara evocación de esas piezas de prestigio al estilo Closer, Cacería de brujas no termina de emancipar a sus personajes de su condición de voceros de un dilema impuesto, al que Guadagnino intenta agregarle su estilo sin conseguirlo. La artificialidad de la construcción torna forzadas las resoluciones finales -en las que tiene que recurrir a confesiones explícitas como la de Alma a su marido, o la de Maggie al final- y envuelve al relato en una persistente distorsión perceptiva que encuentra en el tic-tac de un intrusivo reloj su explícita metáfora.

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