
Un Trump creado con IA pilota un caza con las palabras King Trump grabadas en el costado, sobrevuela manifestantes y les arroja excrementos. Parece claro que no estamos ante un político que oculta su crueldad, más bien la convierte en espectáculo. La obscenidad del gesto no es accidental; es el método. Trump no defiende valores tradicionales para violarlos en secreto: exhibe abiertamente su desprecio por las normas democráticas y sus seguidores lo celebran precisamente por eso. Lo que nos parece un colapso moral es, en realidad, una tecnología de poder sorprendentemente eficaz: la obscenidad performativa como estrategia política. No hay máscara ni doble moral. Sus seguidores no se engañan, más bien lo siguen porque desprecia abiertamente la moralidad. Y funciona. ¿Por qué? Tal vez genera un tipo particular de vínculo político, el goce compartido en la transgresión, porque cuando Trump viola las normas insultando, humillando o desafiando leyes, no está cometiendo errores políticos, sino ofreciendo a sus seguidores una experiencia de liberación, la fantasía de que ellos también podrían desafiar las restricciones que perciben como opresivas.





