
Levantamos el móvil para mirar un mensaje y, cuando queremos darnos cuenta, han pasado 20 minutos. O una hora. Hemos recorrido sin rumbo un torrente de vídeos y noticias que ya ni recordamos. Nos prometemos que mañana será distinto, pero volvemos a caer. No es falta de voluntad, es diseño. Las redes sociales están hechas para mantener cautiva nuestra atención, sin principio ni final, sin paradas naturales, como el final de un capítulo de un libro o de una película. Este ejercicio de deslizar la pantalla del móvil —scroll, en su término en inglés— nos distrae o entretiene, pero a la vez nos empuja a un sinfín de estímulos que nos agota y, lo que es peor, daña nuestra atención.





