
El joven gazatí Shaban Kilani creyó que moriría aquella noche. Tenía 16 años y su pueblo, Beit Lahiya, a siete kilómetros de Ciudad de Gaza y como toda la Franja, vivía bajo un toque de queda casi permanente impuesto por Israel tras la guerra de 1967. “Cada dos o tres días el ejército nos daba una hora para salir de casa; fuera de ella, cualquiera que estuviera en la calle era fusilado, sin preguntas”, explica. Su madre enfermó e ingresó en el hospital Al Shifa, hoy reducido a escombros, y decidió “utilizar esa hora para estar con ella”. El toque de queda le sorprendió en el hospital y el médico le obligó a salir “por orden del ejército” alegando que si no lo hacía, él sería el culpable: “No lo entendí: sabía que me matarían. ¿Por qué él o yo?”. Shaban se agazapó en el recinto hospitalario hasta el día siguiente. Evitó ser descubierto. “Esa noche juré que sería médico, como forma de rebelarme contra la injusticia. Sí, estudié Medicina por esta situación trágica”, reconoce.






