Dos damas tilingas y una mestiza chúcara, perdidas en la noche virreinal

elDiarioAREl Diario Ar25/10/20257 Views

En compañía de un soldado y un cabo españoles, tres hermanas andan huyendo del incendio de La Ranchería, histórico primer teatro porteño, en la hilarante obra “Civilización”.

Sin el menor rodeo, el soldado español Piedrabuena nos pone en eje teatral: “A partir de ahora, estamos en 1792”. Y hay que creer o reventar, como dice el dicho popular que, se da por bueno, proviene de la época en que ocurrían milagros a cargo de santas y santos. A su modo, el teatro es un milagro que sigue sucediendo en la ciudad de Buenos Aires (y en menor escala, en todo el país). Digan ustedes si no: que un lunes a las 20, en la calle Guevara al 300, en un sitio que se nombra Galpón, haya suficiente público para ver una obra –que ya se dio en otras salas– previo pago de $22.000, cerca de fin de mes y con el cuarto kilo de buen café tostado a $20.000 en el supermercado, ¿es o no un hecho prodigioso?

Obviamente, se trata de una platea más que dispuesta a creerse todo lo que ocurre en escena, e incluso muy propicia a celebrar con risas cómplices cuando el susodicho soldado anuncie más adelante: “Ahora va a cantar un grillo”. Porque el juego del teatro ya está en marcha y le seguimos el tren (metafórico, ya que la primera locomotora a vapor es de 1804) al recluta un tanto desaliñado, que la va de detective improvisado tras las pistas de un incendio mientras maldice su destino “en este culo del mundo, en Buenos Aires, donde no hay ni justicia ni cultura ni civilización”.

Sancerni, Nussembaum, Brito.

El hombre quiere entonar un quejío (él dice “quejica”) expresión del cante flamenco, ayes de dolor o nostalgia, anticipándose a esa muestra de la cultura gitana, que quedó asentada en el siglo XIX. Pero que viene de perillas para el lamento de Piedrabuena, que se hace a un lado para darle cabida a dos damas amaneradas en su hablar, pero con sus primorosos trajes (mérito de Julieta Harca) muy deteriorados, farolito en mano una de ellas. Dos chetas presumidas de fines del XVIII que fueron a ver teatro en La Ranchería y salieron trasquiladas porque la precaria sala se incendió. Y ambas deducen que una medio hermana (“por la debilidad de padre que preñó a la servidumbre”) que las acompañaba, ha muerto achicharrada. Mas no: cuando Mariquena y Juana María se alejan un poco, irrumpe una morocha aguerrida que se pregunta: “¿Seré un fantasma?”, y declara su voluntad de hacer justicia. Se borra la hermana malquerida y reaparecen las dos damas que antes hicieron gala de cultura literaria y de urbanidad: ahora, a Mariquena le “pica el bagre” mientras que a Juana María le preocupa el indio, “tribu diversa de avanzada variopinta”, que puede raptarlas. “Demonio lúbrico”, según JM. Para la previsora Mariquena, conviene entregarse… Ahí es cuando hace su entrada el cabo Piedramala, representante del virrey, otro uniformado descontento del lugar (“carísimo todo, humedad, condenado a buscar la oferta”), para hilaridad del público, por el anacronismo y por la vigencia actual del reclamo.

Y ya tenemos completo el quinteto de personajes en esta comedia de situaciones premeditadamente absurda, que da pie a esmerados chiches de actuación de actrices y actores, con Pablo Fusco y María Inés Sancerni a la cabeza, compitiendo en chispa cómica, bien respaldados por Andrea Nussembaum, Mariano Sayavedra y Julieta Brito (con un rol menos desarrollado). Mariquena y Juana María alardeando superioridad en todos los niveles, con algún intertexto de Sor Juana; Remedios dando su discurso de orgullo y asumiendo la defensa del teatro como arte. Y ¿por qué no? hay por parte del autor, Mariano Saba, una mirada de simpatía hacia esos simples soldados españoles que extrañan su tierra, que no saben bien qué están haciendo en estas playas barrosas, llenas de pastizales.

Talía, musa de la comedia. Escultura romana, siglo II

De paso, Civilización brinda un tributo a aquel primer teatro porteño, la Casa de Comedias La Ranchería, donde también se daban obras líricas, que se incendió efectivamente en 1792. Según se dedujo por causa de un cohete disparado desde el atrio de la iglesia de San Juan Bautista, aunque considerando que la iluminación era con velas de sebo, quizás no haya sido necesario el cohete de marras. Según el historiador José Torre Revello (El teatro de la colonia, 1933), fue el virrey Vértiz, natural de México y tirando a progre, quien habilitó primeramente el Corral de La Ranchería para bailes de máscaras. Destino pecaminoso que encrespó al clero del momento, y hubo que cerrar.

Tiempo después, con su espíritu abierto, en 1783 Vértiz remite un oficio al Cabildo para que decida “sobre la conveniencia o no del establecimiento de una Casa de Comedias, cuyos beneficios de aplicarían al sostenimiento de la Casa de Niños Expósitos (como se puede apreciar, con más sensibilidad social que políticos aborígenes actuales indiferentes a la crisis del Hospital de Niños Garrahan). El proyecto fue aceptado ”teniendo en cuenta que en todos los reynos (sic) se representan tragedias, zarzuelas, dramas, óperas y comedias“. Un género este último que se sigue cultivando en Civilización, bajo la diestra dirección de Lorena Vega, con el siempre valioso aporte de Jazmín Titiunik en las coreos. 

Civilización, con la dirección de Lorena Vega.

Así fue que don Vértiz hizo reabrir el galpón La Ranchería y quiso fomentar la producción de obras locales iniciada por Manuel de Lavardén con Siripo, presentada en 1789. El sitio era modesto, pero con escenario, una garita para el apuntador, bambalinas y telones, varios bancos como platea y palique para los carros atrás del patio, con palco de honor; y una cazuela para los hombres y otra para las mujeres. En la parte del proscenio podía leerse en letras doradas: “Es la comedia el espejo de la vida”.

Allí fueron las tres hermanas la noche del 16 de agosto con sus preciosos vestidos que quedaron chamuscados. Y cada una aprendió alguna lección relativa a la necesidad ancestral de los seres humanos de la representación teatral, arte protegida en la mitología griega por Melpómene y Talía, que no hay pretendida batalla cultural que pueda cancelarla, abolirla, desactivarla, revocarla, etcétera.

“Civilización”, los lunes a las 20 en Galpón de Guevara. Hasta el 17 de noviembre.

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