La historia del Maresme, la pequeña comarca alargada que cubre la costa al norte de Barcelona antes de que se convierta en la Costa Brava, siempre ha basculado entre dos almas: tranquilidad y actividad, ocio y negocio. Ya era así para los romanos, que instalaron ahí sus villas para gozar de la calma, pero que también supieron explotar el territorio con sus viñas. Del Maresme salieron con ímpetu los repobladores de Mallorca —entre ellos, la familia de Ramon Llull— y al Maresme fueron a descansar los que habían ido a hacer las Américas. Ya en tiempos modernos, esta dualidad se veía en el hecho de que los pueblos de montaña de esta comarca fueron los primeros destinos de veraneo para la burguesía barcelonesa, y a la vez este territorio, con sus fábricas textiles, tenía una fuerte actividad industrial, lo que motivó la construcción de la primera línea de tren de España, Barcelona-Mataró, en 1848.