CASPALÁ, Jujuy.- La noche es impenetrable y solo se ve el haz de la luz del auto que lucha contra las nubes y la oscuridad. El camino hasta Caspalá puede ser trampa cuando se va el sol. Está a solo 110 kilómetros de Humahuaca, pero se necesitan como mínimo seis horas para llegar. En un momento la huella serpenteante, con hielo a sus costados, y donde apenas hay espacio para un vehículo, alcanza los 5000 metros de altura sobre el nivel del mar y luego baja a los 3300. Hasta 2008 este camino no existía, y el pueblo estaba aislado.
“Este es el pueblo de las nubes y quedamos suspendidos en el tiempo”, dice Agustín Quipildor, que nació aquí y en diciembre asumirá como Comisionado Municipal. Su casa es uno de los hospedajes del pueblo que en 2021 fue elegido por la Organización Mundial de Turismo para integrar su lista de Best Tourism Villages, un selecto grupo de localidades en todo el mundo, que se renueva todos los años, y que los reconoce a aquellos por su compromiso con la promoción turística sostenible.
Caspalá se encuentra a 3300 metros de altura, está a 240 kilómetros de San Salvador de Jujuy, aunque el viaje pueda demandar hasta 10 horas, por lo dificultoso del camino. En las distintas laderas se ve a lo lejos cómo la huella zigzaguea la montaña. Un colectivo de la empresa Armagedon se anima a realizar la arriesgada travesía uniendo algunos pueblos perdidos en la montaña, como Santa Ana y Caspalá.
“Nosotros estamos acostumbrados a vivir en el paraíso”, dice Quipildor. El pequeño pueblo se asienta en la ladera de un cerro. Sus casas son de adobe y piedras y está inmerso dentro de una cadena de montañas de colores rojizos de gran altura por donde sobrevuelan cóndores, majestuosos. “Son los dueños de nuestro cielo”, cuenta Quipildor. Una de estas formaciones tiene un nombre pictórico: “De los 14 Colores” y cerca de allí está la Cascada del Silencio.
“Lo seguimos usando, ninguna tecnología puede superarlo”, confiesa Quipildor. Se refiere al Camino del Inca (Qhapaq Ñan, en quechua) que cruza por el pueblo. Hasta que se hiciera la ruta carretera era la única manera de que los caspaleños se conectaran con el mundo, en este caso Humahuaca. “Son doce horas de caminata”, recuerda Quipildor. Hacían noche en una posta, seguían la marcha hasta dar con el pueblo quebradeño. Allí compraban las provisiones y regresaban. “Era nuestro deber: acompañar a nuestros padres”, cuenta.
“Para nosotros está vigente y queremos conservarlo para demostrarle al mundo que algo tan antiguo funciona”, asegura Quipildor. El Camino del Inca, es una arteria que abraza las laderas de las montañas que protegen al pintoresco pueblo. Como si fuera una red de venas coronarias que se adhieren al corazón de los cerros entre los cóndores, cardones y arbustos. “Para nosotros es el único camino que sirve para llegar a nuestros campos”, dice Quipildor.
“Es un privilegio tenerlo”, sostiene. La época de mayor expansión del Camino del Inca fue bajo el emperador Pachacutec, entre 1400 y 1471. Es Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco y el tramo que pasa por Caspalá es una vía que une a través de precipicios desde Humahuaca hasta Libertador General San Martín, en la zona de yungas. “Hacemos lo que hacían nuestros abuelos: cultivar y cuidar nuestra cultura”, dice Quipildor.
El Camino del Inca es usado para llegar a los campos donde alrededor de cincuenta familias que viven en el pueblo tienen su ganado y cultivos. “También se ha convertido en un atractivo turístico”, dice Quipildor y muchos apuntan al turismo como una de las principales fuentes laborales. Las familias abren sus casas como hospedaje, lo que consigue consagrar la experiencia del acercamiento con el estilo de vida del pueblo de altura. Algunos comedores ofrecen platos típicos como el locro, el charqui y el guiso de papa verde.
“Solo queremos recibir 60 turistas por día”, asegura Quipildor. El pueblo conserva el sentido de vivir fuera del mundo, y su altura hace que todo se mueve a ritmo lento, cada paso se hace en cámara lenta. La señal telefónica no alcanza a penetrar las montañas. Las calles son un laberinto caprichoso y encantador, suben y bajan, son estrechas y no entran vehículos, están hechas para ser caminadas. Una plaza en lo alto del caserío es el punto de encuentro. “Era el viejo cementerio, algunos cuerpos quedaron”, dice Excel Figueroa.
“Como el programa de computadora, así me llamo”, dice. Cuenta que cuando comenzó a crecer el pueblo, el cementerio quedó en el “centro”, y decidieron cambiarlo. Algunos restos se trasladaron a la nueva ubicación, pero otros quedaron. Ahora es la plaza donde las tejedoras y bordadoras venden sus creaciones. También hay una tamalera, una mujer que vende empanadas y otra, tortillas, una masa que se asa a las brasas rellena de varios sabores, la que más se vende es la de jamón y queso.
Excel es el curandero del pueblo. La mayoría usa medicina ancestral. En la plaza, sobre un mantel tiene un arcoíris comestible: más de treinta variedades de papas y veinticinco de maíz. “Cada papa tiene un sabor distinto”. Aconseja probar el guiso de papa verde, con charqui, y arroz. Es un guiso popular. Al lado de esa manta, los yuyos. “Es el poder de la naturaleza y de Dios”, afirma Figueroa. “Curo todos los males”, agrega.
Para el mal de altura: té de siempre viva. Para el insomnio, carqueja. “Si uno ha tomado una copita de más, té de clementina”. Y asegura tener una solución para el mal de amores: “Una porción de Dios y descanso” Excel hace cremas y es consultado como si fuera un sabio andino. “El hombre siempre tiene un vacío: el amor, siempre lo busca y a veces pasa toda la vida intentando llenarlo”, dice.
Las mujeres de Caspalá se visten de colores llamativos. Usan el rebozo, un poncho que se sujeta con un botón en el hombro. Los colores de sus faldas y rebozos cambian según su edad y estado civil. Usan tinturas naturales. Las acompañan sus hijos para buscarlas. “Las flores son una alegría para nosotros”, dice Silvia Flores, esposa de Quipildor, tejedora y bordadora.
Cuenta que es tan difícil salir del pueblo y hay tan pocos autos que cuando un vecino sale con uno, avisa a los que más pueda y se organizan para poder encargarles aquello que necesitan. La ruta 73 que conecta Caspalá con Humahuaca es un desafío con rango épico. Incontables curvas y contracurvas suben y bajan cordones montañosos. En algunos tramos apenas medio metro separa al auto del precipicio. El margen de maniobra es escaso y riesgoso. Hasta 2017 el pueblo no tenía electricidad. “Nos iluminábamos a velas en la noche”, cuenta Flores. Algunos vecinos venden combustible.
“Le enseño a bordar a las chicas para que tengan su plata y no dependan de un puesto municipal o de un hombre”, afirma Mirta Colque. Se levanta todos los días a las 4 para trabajar, sus rebozos, bufandas, ruanas y gorros son su orgullo. Explica cómo logran llegar a los colores, tan vivos, con los que tiñen la lana de llama.
Con raíces de lampazo hacen el amarillo; con el suico, el verde. La lista es interminable. “Nosotras no necesitamos al mundo: la naturaleza nos da todo”, afirma Colque.
“No queremos que vengan de afuera a decirnos las cosas, queremos ser nosotros los dueños para que el pueblo no se contamine con ideas raras”, dice Quipildor. Los que más se dejan ver son motoqueros de todo el mundo, y aventureros. “El turismo masivo ha arruinado muchos destinos, Caspalá aún conserva la pureza”, dice Walter Freling, junto a su esposa Mónica Rimoldi hace 40 años que viajan por el país con un presupuesto muy limitado. “No tener plata no es ningún impedimento para conocerlo”, cuenta Freling.
Usan un método: están atentos a las promociones de las líneas aéreas low cost, llegan a destino y toman el transporte público, remises o cualquier medio de bajo costo. A veces hacen dedo cuando no hay ninguna conexión hasta su destino, y una vez allí, se hospedan en hostales o el alojamiento más barato que consigan. “Nos interesa oír historias: así es como conocés mejor los pueblos” afirma Freling.
“Poder caminar por el Camino del Inca es único”, confiesa Rimoldi. Se quedan en Caspalá tres días más, cuando el ómnibus los devuelva a Humahuaca. ¿Es necesario reservar pasaje?: “¡No! El chofer solo viene a Caspalá a buscarnos a nosotros”, sonríe Freling. Las reservas son de palabra, así son los códigos de las comunidades de altura. Lo que se dice, se cumple. “Es un pueblo aislado, pero se siente una Argentina pura”, concluye el viajero.