Historia de un origen y un doble femicidio

Hay una casa de dos plantas que es todo piedra, bloques grandes de color ocre, arena. Una construcción tan de ángulos rectos como firme, hecha -quizá- para que perdurara por generaciones. Comparte paleta de tonos con las tejas anaranjadas de otras épocas, como la mayoría de las casas de ese pueblo. Y aunque tiene un balcón como de escenografía de teatro de zarzuela, nadie se asoma por estos días desde esa ventana. Hacia la calle, la reja torneada del portón es puro óxido. Es que la casa se cerró hace más de 70 años, cuando todos los de la familia se fueron después de lo que sucedió: un doble femicidio.

Un hombre mató a su esposa y a la madre de su esposa. En la mañana del 4 de noviembre de 1954, la mujer mayor, Antonia de la Hoz, estaba sentada en uno de los bancos de piedra levantado sobre la vereda de una de las calles del pueblo, cuando recibió el tiro. La hija, Aurora Rubio de la Hoz, esposa del hombre que tenía el arma y le apuntaba -aún as- se quedó con la madre para ayudarla. Las dos fueron asesinadas por Tomás García Barrio.

Muñoz es directora de cine; cine documental. Tal vez por eso suena orgánico escucharla narrar, en primera persona, la historia; preguntar e investigar sobre este doble femicidio en el documental Suerte de pinos. Además de dirigirlo, puso la voz y el cuerpo

“De chica, me contaban que había una casa en España que era de mi familia, que estaba cerrada hacía años. Que nuestros familiares se habían ido del pueblo; habían dejado la casa vacía, con la huerta vacía. La casa desembocaba al río Duero. El pueblo se llamaba Salduero, porque era la saliente del río. A mí se me generó toda una fantasía en relación a esa historia. Con un pueblo en medio de un bosque de pinos, medio Twin Peaks”, dice Lorena Muñoz. Ella es descendiente de las dos mujeres, eran su bisabuela y su tía abuela. Muñoz es directora de cine; cine documental. Tal vez por eso suena orgánico escucharla narrar, en primera persona, la historia; preguntar e investigar sobre este doble femicidio en el documental Suerte de pinos. Además de dirigirlo, puso la voz y el cuerpo. Es quien dijo: acción; y quien traccionó el avance de la historia. Por eso también se la ve, en la película, en el juzgado donde tramitó la causa; ahí está, detrás del expediente que quiere leer (porque solo pueden acceder a esa lectura familiares directos) y con el que le cuesta encontrarse. Lorena Muñoz lo considera su trabajo más personal. “Tardé tiempo en aceptar, en darme cuenta de que la mejor forma de narrarlo era estar al frente. Poniendo el cuerpo y la voz. Es algo que no había hecho nunca y para mí fue muy agotador. No lo volvería a hacer. Cuando volví de filmar estuve como un mes acostada. Cuando uno está detrás de cámara tiene esa distancia. Esta es una película muy expuesta a todo nivel: cómo pienso, cómo siento. Se ve todo. Fue muy impactante para mí. Sentía que tenía que ser así”.

La cineasta Lorena Muñoz

Lorena Muñoz (Buenos Aires, 1972) es ya un nombre reconocido en el cine documental. Desde aquel primer largo que hizo junto a Sergio Wolf sobre la figura de Ada Falcón, Yo no sé qué me habrán hecho tus ojos (2003). Luego, Gilda, no me arrepiento de este amor o El Potro, lo mejor del amor. Una de las más recientes, en 2024, María Soledad: el fin del silencio. Además de la circulación de este último documental, ella por estos días está en Madrid, España, a propósito de una beca de la Fundación Carolina. La obtuvo para trabajar el guion de su próximo largo de ficción sobre un libro de Belén López Peiró, Por qué volvías cada verano; beca que también obtuvo en su momento para poder trabajar en el guion de Suerte de pinos.

Bien adentro, como las vetas en la madera

El nombre del documental tiene que ver con algo muy propio de este pueblo. En la película, desde la voz de su directora se escucha: “En la provincia de Soria, hay un inmenso bosque de pinos y una vieja tradición llamada ‘Suerte de pinos’. Consiste en otorgarles a los habitantes de la región el aprovechamiento forestal del bosque. Se hereda de padres a hijos y para tenerla hay que haber nacido y habitar en el pueblo. Solo se les concede a quienes estén casados. Mi bisabuela y su hija nacieron y vivieron en este pueblo, pero recién cuando se casaron fueron merecedoras de esa suerte, aunque en su caso, la palabra suerte no hablaba de algo bueno”.

La historia que se cuenta en Suerte de pinos no es que hubiera estado vedada en la familia de Muñoz. Ella creció sabiendo de qué se trataba, pero siempre era la misma información. La película abre con un textual de la madre de la narradora donde dice que no quiso saber más. Luego, se la escucha a Muñoz tomar la palabra y decir que a ella le pasaba lo contrario. Y subraya que parte del sentido de este contar es porque “la historia la cuentan los asesinos”. Porque las víctimas ya no están, porque la gente no quiere ahondar. “Eso, todo el tiempo lo digo en el documental: esta versión es la que cuenta el asesino –subraya la directora–. Que es, de alguna manera, la historia que queda registrada a partir de esto que cuenta esta persona y pasa a ser la historia oficial. La gente se olvida de que quien las mató es quien está contando esos hechos de esa manera. Ellas fueron silenciadas. No pueden hablar”.

El paisaje que rodea al pueblo de

¿Cómo leer, entonces? ¿Qué contar? “Para mí hacer este documental, entre otras cosas, es para poder darles un lugar a ellas”, subraya Muñoz. En ese hacer lugar a otra versión, el punto de vista cambia. “Entender un poco cómo eran, qué querían. Hace un tiempo me di cuenta de que antes yo decía que era un documental sobre la historia de mi bisabuela y tía abuela. Había un error en eso: yo estaba limitando la historia de ellas al momento del asesinato. Y la historia de ellas es enorme. No quiero que sea la historia de las víctimas. Quiero sacarlas de ahí y darles un lugar de mujeres, de seres humanos que construyeron una vida, un montón de cosas. Que yo estoy acá gracias a ella, mi bisabuela. Que tuvo muchos hijos, nietos. Y una historia de vida que yo lamentablemente, la que conozco, es muy corta, y esta historia lo que cuenta es el momento en que se ve interrumpida. No son solo eso. Ahora digo que es la historia del femicidio de mi bisabuela y mi tía abuela”.

Por esas curvas de la vida, un tiempo antes del doble femicidio, en la casa grande de piedra donde vivía Antonia se filmó una película, La luna negra. Algunas escenas están en el documental, de manera que se puede conocer la casa por dentro

Entonces, empezó a investigar. A viajar al pueblo en distintos años. Hay registro de eso en algunas fotos, en material del documental. La cámara se mueve lento, como en sincronía con el paso a paso de los descubrimientos. La voz de Muñoz es grave por naturaleza, pero al estar tan en primer plano, se la ve preguntar, emocionarse, quedarse en silencio y las variaciones de su voz y sus respuestas corporales son también parte de una materialidad de la búsqueda de esa otra historia. Se ven distintas escenas de ese pueblo en la zona de Castilla. El bosque. El río. Y las caras de quienes hoy son viejos, pero eran niños y se acuerdan de lo que sucedió ese día. Así, por ejemplo, a plena luz del día se ve a la directora hablar con dos hombres sobre el día en cuestión. En el documental, uno de ellos dice: “Hay gente todavía que lo tiene que saber. Lo que pasa es que si en Salduero si lo preguntas, igual no te lo cuentan”. Y otro: “No lo preguntes, son cosas que han pasado y es mejor no revelarlas”. En esa misma línea, Muñoz subraya: “El alcalde no aceptó formar parte de este documental. Me contó que al pueblo no le había caído bien que se esté levantando una historia que estaba enterrada”. Pero hay otros que sí, como ese grupo de mujeres que en el momento del doble asesinato estaban ahí, con ellas, y cuando vinieron venir al hombre con un arma corrieron. “No las juzgo”, cuenta Muñoz. Muchas de ellas atestiguaron en el juicio. El asesino fue condenado a 10 años de prisión. Luego salió y fue expulsado del pueblo. Una ordenanza así lo determinaba. “Artículo 428 del Código Penal. El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer, matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro. Si les produjere lesiones de otra clase, quedará exento de pena”. Sobre esta legislación, Muñoz dice: “Este artículo se llamaba Privilegio de la venganza de la sangre. Estuvo vigente durante el franquismo hasta el año 1963”. El asesino se fue a vivir a Zaragoza, así lo cuenta Farruco, un habitante del pueblo, uno de los pocos testigos vivos de lo que pasó. El asesino trabajaba en la construcción. Una bola de una maquinaria lo golpeó en la cabeza y murió.

Por esas curvas de la vida, un tiempo antes del doble femicidio, en la casa grande de piedra donde vivía Antonia se filmó una película, La luna negra. Algunas escenas están en el documental, de manera que se puede conocer la casa por dentro. La historia de la película tiene similitudes con el caso. A propósito de antecedentes, el abuelo de la directora (padre de su madre), se había ido muchos años antes de la casa materna para instalarse en la Argentina. Hay una carta que la bisabuela Antonia le mandó a su familia antes de que la mataran. “Ella mandó una carta una semana antes y la carta llegó acá un mes después de que la habían mandado. Y en esa carta, que es de una carilla, ella da todas las pistas para que yo haya podido hacer la película. La vuelvo a leer y encuentro cosas”. Una carilla. Y Muñoz da detalles sobre lo que decía: “Cuenta en la carta que su hija Aurora está viviendo en la casa de la carretera junto con Tomás (García Barrio). Dice que los disgustos que le da el yerno, habla de eso, de la malasangre que le hace pasar. Es muy impresionante”.

El documental cierra con una escena donde la directora está sentada junto a su madre en un banco de afuera de la casa de infancia de Lorena Muñoz. “Hay algo que descubrí hace poco –dice la directora–. Una simetría que se forma entre la figura de mi mamá y la mía –madre e hija–, y la de mi bisabuela y su hija. Descubrí que ellas tienen como un final en un banco y yo decidí que la película terminara en un banco, con mi mamá. Me doy cuenta ahora, después de haberlo filmado y de haber decidido que ese era el final. Y por otro lado, algo muy impactante: Aurora muere porque se queda con su madre. El resto de las mujeres, no las culpo, por supuesto, corren a esconderse cuando lo ven venir a este hombre con el arma. Y ella se queda ahí, intentando levantarla para caminar y huir. Por eso las mata a las dos. Hay algo que yo quería rescatar de eso”.

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