Ícono de zona norte: “En verano no cerrábamos ni de noche”

La NaciónAgenciasLa Nacion10/10/20252 Views

“Cuente que este helado se lo sirvió una jovencita de 93 años”, dice con una sonrisa Amparo Cantbella, nacida en Barcelona en 1932. Junto a su marido, el veneciano Antonio Capraro, convirtieron a Vía Flaminia en un clásico de zona norte; un lugar que días atrás, en su 60° aniversario, recibió la distinción de “heladería histórica” por la Asociación Fabricantes Artesanales de Helados y Afines (Afadhya).

“Acá vienen los hijos y los nietos de nuestros clientes”, dice con orgullo Amparo. “Muchos los traen a comer acá su primer helado”, agrega Sandra, hija de Amparo y actualmente al frente de Vía Flaminia. Pionera en mantener sus puertas abiertas todo el año, este ícono de Acassuso hoy atrae a turistas de distintos países que vienen a buscar el cucurucho extra large bañado en chocolate que hace furor en Tik Tok e Instagram.

Esta historia, como la de muchos inmigrantes, tiene mucho de trabajo y perseverancia: “Nunca pensamos en cerrar”, asegura Amparo.

–Amparo, ¿por qué vino a la Argentina?

–Yo vivía cerca de Barcelona, en Terraza. Vine a la Argentina en 1951 porque allá no se podía vivir, estábamos bajo un régimen muy duro. Primero vino mi papá, al año siguiente vine yo, y después mi mamá con una de mis hermanas. Vine y me puse a trabajar. Para mí la Argentina es un gran país que me dio la posibilidad de muchas cosas.

–¿De qué trabajó cuando llegó?

–En textil. Trabajé hasta el 57, que fue cuando con mi esposo tuvimos la primera heladería.

–Su esposo era italiano.

–Sí, él era de cerca de Venecia, de Conegliano. Vino antes que yo, en el 47, con 19 años. Era matricero, pero después le propusieron comprar un ómnibus en la compañía 141, que salía de Chacarita e iba hasta Pilar. Estuvo varios años trabajando hasta que en el 57 vendió su ómnibus, y abrió con un socio una heladería en San Martín y Juan B. Justo. Él trabajaba y el socio farreaba. Entonces le dije: “Esto no te conviene. O le comprás su parte o le vendés la tuya”. El socio compró su parte y mi marido compró en Villa Ballester un negocio que era bar y heladería. Ahí nos llevamos la gran sorpresa: la gente pasaba, pero no entraba. Nosotros decíamos “nos vamos a morir de hambre”.

Algunos de los helados que componen su carta

–¿Y qué hicieron?

–En aquella época estaban los carnavales, y en febrero el carnaval se hizo frente al negocio. Usted no lo va a creer, pero con lo que trabajamos ese febrero pagamos el negocio y aún quedó algo de reserva. Ahí hicimos la heladería a nuevo. Compramos las máquinas en Siam, que eran las únicas que había en el país, y cambiamos el negocio solo a heladería

–¿Qué gustos ofrecían?

–Eran casi los mismos de ahora, aunque había algunos que ya no se hacen. Portuguesa, por ejemplo, que era una crema de vainilla con fruta abrillantada. O Málaga, que era también crema de vainilla, pero con pasas de uva al rhum.

–¿Se vendía helado todo el año?

–No, abríamos una semana antes del comienzo de la primavera y después se cerraba en marzo. Cuando compramos Vía Flaminia sí, empezamos a abrir todo el año. Para mí, como heladera, el helado es mejor en invierno. Usted en invierno lo saborea; en verano se lo traga. Porque tiene calor, porque es frío. Pero las cosas hay que saborearlas.

–Cuando compraron Vía Flaminia, ¿ya era una heladería?

–Sí, pero era la mitad del local actual, y era de cinco socios que no se llevaban bien. El que la abrió era un mecánico de Siam que buscaba gente para abrir negocios. Pero él hacía el negocio y después metía roña para que se vendiera. Nosotros compramos el local y el fondo de comercio. Al año compramos el local de al lado. donde pusimos fabricación de helado a la vista, y el despacho de la esquina.

Amparo junto a su hija, Sandra Capraro

–¿Cómo lograron que la heladería funcionara todo el año?

–En invierno vendíamos café, té, sánguches y algunas tortas. Pero después lo dejamos de hacer y quedamos solo con café, porque acá enfrente The Embers trabajaba mucho. Venía el matrimonio con los chicos y la señora quería café y el marido quería helado, o viceversa. Entonces tenían que cruzarse enfrente para tomar el café. El café no era el negocio, pero sí un complemento para que no se fuera enfrente ese cliente. Como dicen: el cliente siempre siempre tiene razón.

–¿Siempre?

–Yo les he enseñado a los chicos que tenía detrás del mostrador que al cliente hay que decirle “buenas tardes”, “buenos días”, “buenas noches” y “muchas gracias”. Ese era el lema. Y si se equivocó el cliente, hay que darle la razón igual. Porque ese cliente que viene hoy mañana te trae otro, pero si se va, mañana te saca diez. Y hacer un cliente cuesta mucho tiempo. Yo he hecho clientes de esta forma. O si venían el padre y la madre con un chiquito de cuatro años y no le compraban helado, nosotros le decíamos que le dábamos uno. ¡Qué más quiere un chico que tener su propio helado en la mano! Entonces yo agarraba un vasito chico, le ponía un poquito de helado y le decía “tomá”. Y el chico era feliz. Yo he visto después a esos mismos chicos llorar cuando pasaban por la puerta del negocio porque los padres querían ir a otro lado, pero ellos querían el helado de acá.

Frente del local, sobre avenida Libertador

–¿Cómo nació el cucurucho bañado en chocolate que hoy es un clásico?

–Un día, cuando estábamos en Villa Ballester, apareció un señor vendiendo chocolate. Decía “es chocolate de bombón”. Había que disolverlo en baño maria y cuando estaba líquido poner el helado adentro. Agarré un cucurucho y lo hice con crema americana. A partir de ahi, a la mañana, cuando llegaba al negocio, llenaba los tubos de metal que teníamos en esa época para mantener frío el helado con cucuruchos con americana ya bañados. Empezaron a venir de todos lados a buscar los “pinitos”. Así surgió, y después los fueron copiando en otras heladerías. ¿Sabe la cantidad de heladeros que pasan por acá y vienen a ver? O mandan a alguien a pedir helado…

–¿Comparten las recetas?

–No, somos muy recelosos. Si te lo pueden copiar, te lo copian.

–Pasaron por muchas crisis del país. ¿Hubo momentos en que pensaron en cerrar?

–Nunca, siempre fuimos muy ordenados. Mis padres y mis abuelos nos enseñaron que el brazo y la manga tenían que ir parejos, porque cuando usted estira de más el brazo no le llega la manga. Por eso yo jamás pedí un crédito; cuando hice algo fue porque tenía la plata para hacerlo. Fuimos muy ahorrativos.

–¿Cómo se dividían el trabajo con su esposo?

–Yo venía a abrir a la mañana y él se quedaba a cerrar a la noche. Había épocas en que se abría a las nueve de la mañana y se cerraba a las cuatro de la madrugada. Otras, en verano, en que la heladería directamente no cerraba. Yo sé lo que es trabajar, lo que es no tener tiempo para tomar un vaso de agua por la cantidad de gente que hay. El cliente es siempre lo primero. Uno tiene que tener esa responsabilidad y ese deber hacia el que viene, que es el que te deja su plata y paga los sueldos.

–¿Hasta qué edad estuvo trabajando en la heladería?

–Hasta que falleció mi esposo, en 2018. Ahora vengo, estoy acá, asesoro a mi hija.

El local, con su ya característico color rosa

Estrellas en el mostrador

“Yo nací el día del heladero, si no era heladera qué iba a hacer –se ríe por su parte Sandra Capraro, de 62 años–. Me crie en una heladería, toda mi vida trabajé en una, ¡y me encanta!”.

–¿Cómo empezaste?

–Empecé en la bacha, porque era muy chiquita para despachar. Me acuerdo que era un piojo, tenía nueve años y casi no llegaba a la bacha, pero me quedaba toda la noche lavando vasos, que para mí era lo más. Empecé bien de abajo. Yo soy arquitecta. Cuando estudiaba venía en verano, y después de recibida trabajaba como arquitecta de día y a la noche venía a trabajar a la heladería.

–¿Cómo cambió el mundo del helado en todo este tiempo?

–Cambió mucho después de la pandemia. Antes la gente salía hasta más tarde. Nosotros teníamos abierto hasta las cinco o seis de la mañana, y a veces en verano no se cerraba. Pero a partir de la pandemia el horario se acortó. Por otro lado, las redes cambiaron la forma de encarar un negocio. Hoy vienen de Japón porque nos vieron en Tik Tok.

–¿Qué piden?

–El cucurucho largo que vieron en un reel. Hacen el gesto de helado alto.

–¿Qué tan alto lo hacen?

–Cuando los chicos que atienden en el mostrador están “picantes” puede ser más de un metro. Porque la gente no lo sabe, pero compiten entre ellos para ver quién lo hace más largo. También compiten para ver quién tiene más clientes que los buscan especialmente a ellos. Son estrellas.

Cargando siguiente noticia...
Search Popular
Más vistos
Cargando

Signing-in 3 seconds...

Signing-up 3 seconds...

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad