El mundo nos está quedando tan mal que cualquier descripción de sus crisis y sus malvados parece quedarse corta. Todo habría sido retratado ya en la serie House of Cards, que dejó a otras series anteriores como retratos ñoños e ingenuos. Quienes aspiran a protagonizar la vida colectiva y atraen nuestra atención son personajes de un narcisismo grotesco, dedicados a la intriga y la manipulación, de un cinismo supino. La política es representada, en la ficción y en algunos análisis muy sesudos, como un espacio sin valores ni ley, donde rige un poder ejecutivo caníbal, las relaciones de fuerza se imponen y los voraces devoran a los débiles. Por supuesto que esta imagen responde a muchas de las cosas que pasan en la política, desde siempre y en el momento actual, pero me pregunto qué exagera y qué omite, si su dramatismo no está motivado por esa fascinación que ejercen los mecanismos arcaicos del poder, por explicarlo todo a partir de la voluntad de los hombres fuertes y la brutalidad de la dominación. Hay una paradójica tranquilidad que produce explicarlo todo como si lo peor hubiera triunfado ya completamente.