“Aquí me siento en casa”, dice Nadia, una mujer mayor que suele acercarse a este cementerio en Múnich para adecentar la tumba de Stepan Bandera, asesinado a unos kilómetros de aquí por el KGB y mártir incómodo del nacionalismo ucranio por su papel en los violentos años 30 y 40. “Siento que estoy con el espíritu de mi país y con Dios”.