
El 29 de octubre de 2024, un torrente de agua se desató sobre Letur, enclavado en la sierra del Segura, dejando una huella imborrable. Mientras los grandes medios informaban sobre la devastación en la Comunidad Valenciana, donde las víctimas superaban el centenar, Castilla-La Mancha vivía un duelo profundo y casi silencioso. Sin alertas adecuadas, sin interrogantes incómodos dirigidos a los altos mandos y con un presidente regional, Emiliano García-Page, que, al menos en público, salió ileso del huracán político que sí arrasó a sus colegas del Levante. En Letur, la historia no fue solo una cuestión de agua; fue también una falta de atención mediática, de explicaciones satisfactorias y de respuestas políticas acordes a una tragedia que segó la vida de seis vecinos en cuestión de minutos. Una séptima víctima se registró en Mira (Cuenca), pero su nombre apenas resonó más allá de esta comarca. Letur: un pueblo arrasado y una herida abierta Poco después del mediodía, una tromba de agua que arrojó 230 litros por metro cuadrado cayó sobre el arroyo que atraviesa Letur, desbordando su cauce y devastando el centro histórico del municipio, que cuenta con menos de mil habitantes. El agua se llevó consigo casas, recuerdos y, lo más doloroso, vidas. Entre las víctimas estaban un joven matrimonio, Mónica y Jonathan, dos operarios municipales, Juan y Manuel, y dos vecinas entrañables, Antonia y Dolores. El caso de Dolores, quien falleció el día que celebraba su 92 cumpleaños, simboliza el sufrimiento de un pueblo donde todos son como familia. La riada no solo arrastró barro y pertenencias; también destruyó la sensación de seguridad en un lugar acostumbrado a convivir con el agua, pero no con su furia desatada sin advertencias para poder escapar. En la calle Barranco, las aguas alcanzaron el segundo piso de las viviendas. Equipos de…
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