En el fascinante universo del espionaje, la creatividad y el ingenio han demostrado ser tan valiosos como las más avanzadas tecnologías. Un caso emblemático es el de un dispositivo de escucha camuflado en un regalo artesanal, conocido como «La cosa» o «El dispositivo del Gran Sello». Este artefacto fue utilizado por los soviéticos para vigilar la embajada de Estados Unidos en Moscú durante más de siete años. Oculto en una talla en relieve del escudo estadounidense, este dispositivo es un claro ejemplo de cómo se fusionaron el arte y la astucia para llevar a cabo una de las operaciones más célebres de la Guerra Fría. Este ingenioso aparato fue entregado al embajador estadounidense Averell Harriman en 1945. Funcionaba mediante un endovibrador que se activaba con una señal de luz desde un piso francés cercano a la embajada. Aunque su descubrimiento fue accidental, los expertos occidentales no lograron comprender su funcionamiento durante más de un año y medio, lo que llevó a apodarlo «La cosa» o «El dispositivo del Gran Sello». Este episodio ilustra cómo, dentro del ámbito del espionaje, la creatividad se entrelaza con la tecnología para alcanzar objetivos estratégicos. El arte como tapadera Durante la Guerra Fría, tanto el arte como la diplomacia cultural sirvieron como fachada para operaciones de espionaje y para promover influencia política. Un ejemplo destacado ocurrió en la Bienal de Venecia de 1964, donde el artista estadounidense Robert Rauschenberg se alzó con el León de Oro gracias a una estrategia orquestada por el Departamento de Estado estadounidense. La Agencia de Información de Estados Unidos (USIA) llevó a cabo una campaña destinada a promocionar el arte norteamericano y contrarrestar la influencia soviética en Europa, utilizando el arte como una poderosa herramienta de «soft power» para proyectar la hegemonía cultural estadounidense . Aunque no se trató de…
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