Lavard Skou-Larsen y una filosofía de la música: “Cuando hay rutina, no hay futuro”

La NaciónMúsicaLa Nacion25/10/20256 Views

Lo que a simple vista podría parecer una contradicción, no lo es en la lógica del Salzburg Chamber Soloists: una orquesta integrada por solistas que se unen para hacer de la música de cámara una experiencia del más alto nivel artístico. “Eso es lo que me preguntan siempre: qué significa ser una orquesta de solistas. Significa que cualquier músico puede tomar la parte solista de cualquier concierto. Y esa es nuestra condición específica: el nivel de calidad”, afirma el violinista Lavard Skou-Larsen, fundador y líder del prestigioso ensamble austríaco que este lunes se presenta por tercera vez en la Argentina (las dos anteriores fueron en la década del 90) para el Mozarteum en el Teatro Colón.

Creado hace 34 años en ocasión del bicentenario de la muerte de Mozart en la idílica ciudad natal del prodigio, el conjunto se inspiró en una vocación de libertad que, según su director, es el sello que lo distingue. “En aquel momento (1991) yo era el concertino de la Camerata de Salzburgo —la orquesta de su legendario maestro y mentor, el húngaro Sandor Végh, cuenta Larsen a LA NACION desde Austria—. Estábamos de gira por los Estados Unidos con (el violinista ruso) Boris Belkin como solista cuando surgió la idea de crear una orquesta propia que fuera más libre y abierta.”

“Tocamos en el Colón en 1995. Fue una experiencia muy grande —recuerda el músico nacido en Porto Alegre y formado en Salzburgo—. Cuando salimos con Boris al escenario y vimos esos siete pisos de galerías, fue como un tsunami que se nos vino encima. En Europa hay hasta cinco, ¡pero siete pisos! Es una sensación fuerte. Y no es que me asuste la enormidad. Al contrario, me encanta el encuentro con el público en semejante esa sala.”

¿En qué terreno aspiraba Larsen a un ideal más libre? ¿qué le disgustaba de las orquestas donde su rol era preponderante? “¡La rutina! —responde con énfasis—, porque es el diablo que mata todo, hasta el amor, el arte y las relaciones humanas. Porque cuando lo rutinario se apropia de la atención del hombre, no hay expectativa ni nada bello que pueda surgir. Cuando hay rutina —le enseñó su maestro—, no hay futuro.”

Un antes y un después

De modo que antes de convertirse en el concertino de la célebre orquesta de Végh, Larsen fue su alumno. De pura casualidad, porque su nombre no figuraba entre los referentes favoritos, pero le bastó una clase para cambiar el propósito de la música en su vida. “Para mí fue un antes y un después —explica—. Hasta ese momento yo solo tocaba notas en el violín. Pero después de sus clases entendí lo que era hacer música. Él no nos explicaba todo desde la técnica. Iba detrás de la filosofía y de la religión, hacía una música del espíritu, de las cosas profundas, del sentido, de las conexiones. Había algo hasta esotérico y mágico en su manera de inspirar a los alumnos. Nos hacía pensar mucho más que como un técnico, como un filósofo de la música.”

Y una respuesta insospechada a la pregunta de en qué radica la diferencia entre las categorías del antes y el después. “¡La perfección! —asegura—. Antiguamente, a los músicos les interesaba mucho más identificar el mensaje de una obra, el significado de una pieza. Hoy, todo se ha perfeccionado, se ha vuelto demasiado técnico, perfecto, liso y homogéneo como el color de un auto. Antes no era así. Los colores en la música no eran lisos, eran sucios y estaban llenos de matices.” Un mundo estandarizado el que describe Larsen donde la originalidad no es tenida en cuenta.

“En parte, los concursos han destruido esa riqueza porque buscan una perfección que tiene poco que ver con la música. Hoy nadie toca como un Adolf Busch, por ejemplo. Nadie tiene semejante estilo, nadie tiene el coraje de abordar una interpretación con personalidad. Y esto ocurre no solo en el violín sino en todas las ramas de la música, como cuando un director va detrás de las notas limpias porque no sabe más que dar un tempo y procurar que los instrumentos estén afinados. Lejos de ese mensaje religioso que nos inculcaba Végh porque pocos tienen una envergadura filosófica-metafísica de la música.”

El tempo subjetivo

“Muchos tocan siguiendo la anotación de la partitura cuando el tempo es el elemento más flexible y subjetivo de la música. Si se toca en una sala con mucha acústica —ilustra el violinista—, automáticamente se debe tocar más lento porque las frases no se entienden. Y si la sala es seca, se puede tocar más rápido porque las reverberaciones se unen más fácil. Celibidache explicaba estos factores fantásticamente y cuando un músico le preguntaba dónde perfeccionarse, él respondía: ¡en Salzburgo con Sandor Végh! Porque era un gran admirador también como persona: auténtico y original, nunca trabajaba para la fama sino para la música, que era como una fe.”

Lavard Skou Larsen al frente del Salzburg Chamber Soloists,

Y esa fe que hoy profesa Larsen como discípulo pondrá de manifiesto en las obras de cuatro compositores: el concerto de un desconocido Vittorio Giannini (que logró cierta fama en Estados Unidos, no en Europa), un cuarteto inacabado de Schubert, la Introducción y Allegro de Elgar junto al Cuarteto Constanze —“cuatro chicas de las que conozco bien al primer violín, que es mi esposa —la francesa Emeline Pierre Larsen— y por lo tanto facilita la simpatía hacia ellas”.

Y volviendo a Sandor Végh para el final del programa, el Divertimento de Bela Bártok por la estrecha amistad que unía a los húngaros (violinista y compositor) y la fuente de los secretos que le transmitió para su interpretación: “Bártok le marcó a Végh todos los tempos y los detalles rítmicos. Le explicó los símbolos de la obra, las imágenes que quería que evocáramos. El lugar más lúgubre del 2º movimiento cuando los mongoles llegan a Europa matando todo a su paso. La aversión a la gente sin cultura y al comunismo que despreciaba. Y una curiosidad: si bien Bártok dejó en su partitura los tempos con una precisión metronómica en cada frase (dice: ‘Acá dura dos minutos o tres minutos’ pero uno no puede tocar con un reloj adelante), lo que nos explicaba Végh es que las indicaciones son para los estúpidos que no entienden nada de música, que no tienen idea de cómo construir una frase ni un gesto musical. El Divertimento no es un pasatiempo agradable. Es algo violento en el sentido estético porque es un mensaje fuerte el que transmite esa música sobre el momento en que fue escrita.”

Para agendar

Mozarteum Argentino. Salzburg Chamber Soloists. Dirección: Lavard Skou-Larsen. Solistas: Constanze Quartet. Programa: Concerto grosso (Vittorio Giannini), Quartettsatz, D. 703 (Franz Schubert), Introducción y Allegro para cuerdas op. 47 (Edward Elgar), Divertimento para orquesta de cuerdas (Béla Bartók). Función: lunes 27 de octubre, a las 20. Sala: Teatro Colón (Libertad 621).

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