Un aviso de aumento en el alquiler cambió el rumbo de la vida de Morgan Pearson. Después de dos años en el centro de Chicago, se enfrentó a la disyuntiva de pagar US$200 más por mes o mudarse a un barrio más barato. Mientras dudaba entre estas opciones, surgió un plan disruptivo: mudarse a un barco en Los Ángeles. Probó esta tercera vía y no se arrepiente: “Me encanta”.
Morgan contó que la opción de mudarse a una casa flotante surgió por casualidad. “Cuando hablaba con una amiga sobre mi situación de mi alquiler, ella me sugirió que dejara mis cosas en un depósito y me fuera a quedar en su barco durante un mes o dos para probar la vida en la Costa Oeste”, escribió en Business Insider.
Esa charla lo cambió todo. “En pocas palabras lo hice”, señaló la joven escritora, quien desde entonces vive sobre el agua.
Al principio, el contraste entre vivir en un estudio en un rascacielos y una embarcación con espacios reducidos fue fuerte, pero aseguró que se adaptó rápido y que ahora disfruta cada día: “Me encanta la vida en un barco a tiempo completo”.
La joven explicó que vive en el barco con su pareja hace dos años. Su lugar favorito de la embarcación es la terraza trasera. “Mi novia la convirtió en un acogedor patio donde podemos cenar, recibir amigos o simplemente relajarnos junto a la fogata mientras se pone el sol”, detalló.
El contacto directo con el mar es parte del encanto. “Podemos practicar paddle surf o kayak fácilmente, e incluso tenemos un pequeño bote que usamos para ver delfines mientras tomamos el café de la mañana. Nunca me canso de las vistas, ni de estar, literalmente, a dos pasos del océano”, afirmó.
Otro punto a favor de la casa flotante fue su costo. “La vida en barco también resultó ser más asequible de lo que esperaba”, señaló.
En vez de pagar alquiler tradicional, Pearson abona una tarifa de amarre. “Es como alquilar un departamento, pero nuestra ‘unidad’ es un espacio en el puerto deportivo donde amarramos nuestro barco”, comentó.
Ese pago mensual, que incluye electricidad, agua y servicios como duchas y lavandería, se mantiene por debajo de los US$1200. “Mucho menor que la de la mayoría de los departamentos tipo estudio (sin vistas al agua) de nuestra zona”, subrayó.
Más allá del ahorro, Pearson destacó el ambiente social en el puerto. “Los puertos deportivos atraen a todo tipo de personas: algunos viven a bordo a tiempo completo, otros vienen por temporadas, pero en mi experiencia, todos se cuidan entre sí. Es un ambiente unido y acogedor, algo poco común en una gran ciudad”.
La vida en un barco, sin embargo, no está libre de complicaciones. Mantener la embarcación demanda tiempo y esfuerzo. “Solo en los últimos meses, hemos reemplazado una bomba de ducha, reparado una bomba de achique que no funciona correctamente y hemos mantenido la limpieza mensual del fondo para evitar la proliferación de algas y percebes en el casco”, contó.
Las tareas manuales también forman parte de la rutina. “Hay que realizar trabajos de carpintería, como lijar y volver a sellar la teca, lo cual requiere mucho tiempo y es esencial para mantener el barco en buen estado y protegido”, dijo.
El espacio reducido requiere adaptación. “La cocina y las áreas de trabajo del barco son innegablemente compactas. Lo hemos logrado, especialmente con un dormitorio espacioso y buenas soluciones de almacenamiento, pero requiere algo de creatividad”, explicó.
A pesar de esos desafíos, Morgan afirmó que no volvería a un departamento. “Una vez que tomas tu café de la mañana mientras observas delfines, es difícil imaginar otra cosa”, reveló.
La joven relató que, por el momento, no piensan dejar su casa flotante. “Nuestro objetivo a largo plazo es establecernos en algún lugar del Mediterráneo, vivir en un barco y navegar entre países”, concluyó.