Todos buscamos la fórmula mágica para ser más productivos, más creativos y tener una memoria infalible. Compramos aplicaciones y libros, y asistimos a talleres esperando que llegue el momento en el que se optimice nuestra mente. Pero la verdad es que la mayoría de las veces, la clave no está en lo que añadimos a nuestra rutina, sino en los hábitos destructivos que permitimos que la saboteen.
Nuestro cerebro es una máquina increíble que consume el 20% de nuestra energía y lucha constantemente contra siete poderosos enemigos internos. Son siete pecados capitales del rendimiento cognitivo. Se trata de costumbres perniciosas, sutiles y cotidianas, que nos impiden alcanzar nuestro máximo potencial. Identificarlos es el primer paso para lograr nuestros objetivos de agudeza mental.
La adicción a la gratificación instantánea nos mantiene entretenidos en el scroll sin fin en redes sociales, en el consumo pasivo de contenido o en saltos constantes entre tareas. Este pecado destruye la capacidad de concentración profunda. El cerebro se acostumbra a breves ráfagas placenteras, volviéndose impaciente e incapaz de sostener la atención en tareas complejas, esenciales para el aprendizaje y la resolución de problemas.
Para revertir la pereza digital, debemos cultivar el enfoque profundo. Para ello podemos diseñar bloques de tiempo específicos (por ejemplo, 45 minutos) para trabajar en una sola tarea, dejando el teléfono celular en modo avión. Nuestra capacidad de atención se fortalece ejercitándola diariamente.
La multitarea y el consumo excesivo de información son permanentes. Sentimos que debemos estar al tanto de todo, y así escuchamos un podcast mientras respondemos correos y planificamos la cena. Y en realidad, la multitarea es un mito, y solamente estamos haciendo cambios rápidos de tarea. Esto agota nuestra memoria reciente (el espacio limitado donde procesamos la información) ya que, al forzarla, reducimos la calidad de nuestro trabajo, ralentizamos la toma de decisiones y aumentamos la probabilidad de cometer errores.
Si deseamos mejorar este aspecto de nuestro bienestar cognitivo, debemos ejercitar nuestra atención selectiva. Debemos cerrar pestañas en nuestra laptop y silenciar las notificaciones en el teléfono. Prioricemos la relevancia, no la cantidad. Y recordemos que un cerebro relajado asimila mucho mejor.
Los profesionales de la salud lo recalcan: la privación crónica de sueño (dormir menos de 7 u 8 horas) es un intento equivocado de “ganar tiempo”. El sueño no es un lujo, sino que, durante el sueño profundo, nuestro cerebro consolida los recuerdos del día. Cuando lo evitamos, saboteamos nuestra memoria, nuestra regulación emocional y nuestra creatividad.
Un cerebro cansado funciona con una niebla constante. El sueño debe ser una prioridad no negociable. Debemos establecer un horario regular y crear un ritual nocturno (evitando las pantallas, sobre todo).
El mantenimiento constante de altos niveles de preocupación o ansiedad es perjudicial para la salud de nuestro cerebro. El estrés prolongado afecta las regiones del cerebro que gestionan la memoria y el aprendizaje y nos mantiene en “modo supervivencia”, desviando recursos de las funciones cognitivas superiores.
Para neutralizar sus efectos debemos fortalecer nuestra regulación emocional, incorporando prácticas de descanso consciente, tales como la meditación, los paseos en la naturaleza o la respiración profunda. Recordemos que el reposo y las pausas para descansar la mente son tan importantes como el desafío cognitivo para un cerebro saludable.
La creencia de que ya lo sabemos todo o la negativa a aprender habilidades nuevas son nocivas para nuestro bienestar cognitivo porque pude conducirnos a la rigidez mental. Nuestro cerebro administra su energía y -cuando nos quedamos en nuestra zona de confort, deja de formar nuevas conexiones neuronales (nuestra plasticidad cerebral se ve afectada). La rutina monótona y la falta de retos intelectuales nos llevan al estancamiento cognitivo.
Para contrarrestar las consecuencias de este pecado, debemos estimular nuestra curiosidad y nuestro aprendizaje continuo. Debemos desafiar a nuestro cerebro con lo novedoso y difícil: aprender un idioma, tocar un instrumento musical, resolver un crucigrama complejo o inicia un hobby que requiera coordinación mano-ojo. Esto garantiza que nuestra red neuronal permanezca densa y flexible.
El ejercicio no es solo para el cuerpo; es el mejor abono para el cerebro. La actividad física aeróbica aumenta el flujo sanguíneo y la oxigenación cerebral, y estimula el crecimiento de nuevas neuronas.
No es necesario que seamos atletas de alto rendimiento, sino que debemos asegurarnos una rutina de actividad física regular y evitar pasar la mayor parte del día sentados. Busquemos 30 minutos de actividad moderada cada día. Caminar rápido, bailar o trabajar en el jardín son suficientes para mejorar nuestro estado general, nuestro ánimo, nuestra concentración y nuestra memoria.
Una dieta alta en azúcares, grasas saturadas y alimentos ultra procesados, deja al cerebro desnutrido. La falta de nutrientes adecuados afecta directamente las funciones cognitivas, resultando en baja energía mental y niebla cerebral.
Debemos alimentarnos de tal manera que protejamos nuestros vasos sanguíneos y nuestras neuronas: los especialistas recomiendan alimentos ricos en Omega 3, antioxidantes y grasas saludables para asegurar a nuestro cerebro el combustible que necesita para un rendimiento óptimo.
Nuestro cerebro es nuestro capital más valioso. Combatir estos siete pecados no es una tarea de un día, sino una disciplina diaria de pequeñas elecciones.
Al abrazar las virtudes opuestas, dejamos de sabotearnos pasivamente y nos convertimos en los responsables activos de nuestra propia agudeza mental. Cada uno de nosotros debe reconocer el “pecado” que necesita y desea corregir a partir de hoy.