
Marcus Rashford aparece rodeado de niños en la Escola Vedruna, en pleno corazón de Ciutat Vella. Le esperan con gran expectación, enfundados en camisetas del Barcelona. Entre preguntas inocentes, pero sin filtro, Rashford escucha con calma, sonríe y juega. Desde una ventana le lanzan cartas mientras él se deja marcar goles en el patio. La escena destila inocencia, pero también esperanza en un barrio diverso y golpeado por la vulnerabilidad social, donde la Fundació Barça impulsa programas como Escoles Sense Violència. Más tarde, visita también el Centre Cívic El Submarí, donde la fundación azulgrana impulsa Esport a la Comunitat, un proyecto con el objetivo de mejorar la calidad de vida de niños y familias a través de actividades socioeducativas y deportivas capaces de abrir oportunidades donde a menudo escasean. “Cuando era niño, la mayoría de las personas a las que les decía que quería ser futbolista, ni siquiera me escuchaban. En mi casa siempre me motivaron. Así que ahora me toca transmitir eso a los niños”, explica. Para Rashford, la colaboración solidaria no es ajena. Ya en Mánchester se enfrentó al gobierno británico para que los niños no pasasen hambre durante la pandemia. En él resuena la historia de su vida.





