Perimenopausia y pareja: manual de supervivencia (para los dos)

elDiarioAREl Diario Ar04/10/20258 Views

Hablar de perimenopausia y entenderla puede permitir reorganizar la logística del hogar, redistribuir cargas y sostener vínculos con menos desgaste.

La perimenopausia no es un “ya te tocará”. Es un hoy que empieza con un sueño que no llega, un calor que sube sin permiso y una memoria que juega al despiste. Es un cuerpo que no entiende bien lo que le pasa porque, hasta hace bien poco, a nadie pareció interesar investigar sobre ello, y un territorio común que, si nadie actualiza el pacto, paga la factura entera: el vínculo, las criaturas, el humor, el deseo y la salud. No se trata de aguantar ni de santificarse; se trata de alfabetización básica de vida adulta. Saber qué está pasando, ponerle palabras y reorganizar la logística. Y sí, implica mirar de frente la pregunta incómoda de toda pareja que se quiere bien: ¿qué necesitás hoy de mí y qué estoy dispuesto a cambiar para que esto funcione?

Lo llamamos “perimenopausia” y suena a preámbulo, a sala de espera con máquina de café y revistas en la mesa. No lo es. Es un pasillo largo donde, de a ratos, se apaga la luz. Puede provocar insomnio, niebla mental, variaciones del ciclo, cambios de temperatura que te convierten en meteoróloga de la noche, ansiedad camuflada de mal humor, dolor durante el sexo, bajón de deseo, cansancio sin explicación. Traducido al idioma del hogar: hay menos paciencia para la logística, menos cuerda para el multitasking y más posibilidades de que un comentario inocente se sienta como una crítica. Si encima convivís con criaturas, trabajos, hipotecas y otros estreses vitales, el cóctel es perfecto para la frase letal: “No sé qué te pasa, últimamente estás imposible”. A partir de ahí, dos caminos: convertirlo en culpa —“me estoy volviendo insoportable”— o convertirlo en plan.

La trampa del carácter

Cuando el cuerpo se desordena, el relato cultural te empuja a explicarlo con moralina: “está histérica”, “le cambió el carácter”, “ya no aguanta nada”. La trampa es vieja: individualiza lo que es fisiología y te deja sin herramientas. Lo contrario de esa trampa es un pequeño gesto de civilización: separar el síntoma de la persona. No es lo mismo “no me soportás” que “llevo tres noches sin dormir”. No es igual “no querés acostarte conmigo” que “me duele, me cuesta, necesito otro ritmo y otras entradas”. No es igual “te volviste una controladora” que “si no anoto todo, se me cae el día encima”. La pareja que entiende esto cambia la frase. El amor no se mide en palabras lindas, sino en ajustes concretos: quién se levanta por la noche, quién acompaña a la consulta médica, quién cubre extraescolares las próximas dos semanas, quién cocina y quién plancha- si es que en esa casa alguien sigue planchando-.

El amor no se mide en palabras lindas, sino en ajustes concretos: quién se levanta por la noche, quién acompaña a la consulta médica, quién cubre extraescolares las próximas dos semanas, quién cocina y quién plancha

El deseo no es un bono vitalicio

El deseo cambia con el cuerpo, el cansancio, el estrés, la calidad del sueño y el humor. No es un indicador de amor: es un sistema sensible. En la perimenopausia puede desaparecer, volver por rachas, necesitar más tiempo, más juego, más lubricación, menos presión. ¿Solución? Sacarlo del altar y tratarlo como un tema de conversación sin tabúes. Tal vez sea sexo más corto, con más manos y menos acrobacias. Tal vez sea intimidad sin coito mientras se reeduca el suelo pélvico. Tal vez sea recuperar el calendario erótico; no para convertir el cuerpo en KPI (indicador clave de rendimiento), sino para reservarle un lugar donde no entren los deberes ni los dientes de leche.

Redistribuir para sostener

El romanticismo mal entendido prefiere grandes declaraciones a pequeños lances. La casa, en cambio, funciona con turnos. España es el primer país de la Unión Europea en porcentaje de niños nacidos de madres mayores de 40 años sobre el total de los nacimientos. La edad media para convertirse en madre por primera vez es de 33,1 años, y la tendencia apunta al alza, por lo que es cada vez más frecuente que las madres españolas se enfrenten a la perimenopausia con hijos en edades tempranas.

Si a esto le sumamos que, también en España, el 78% de las madres se declaran sobrecargadas —superando el 67% de media en la Unión Europea— y que acarrean los niveles más altos de ansiedad —el 42% de las encuestadas en el estudio El estado de la maternidad en Europa 2024, frente al 32% de media en la UE— y de agotamiento mental —el 21% manifestaron burnout por encima de la media europea, situada en el 18%—, el cóctel se vuelve explosivo.

Si hay insomnio, la primera intervención no es una charla de cuatro horas: es un plan de sueño, dos semanas de prueba, con responsabilidades rotatorias y derecho a cancelar planes sin culpa. Si hay niebla mental, la agenda de citas médicas debería pasar a manos compartidas. Si hay ansiedad, se recorta el itinerario de obligaciones ornamentales —cumpleaños ajenos, cenas que no apetecen, compromisos evitables—.

Si alguien en la casa entra en una etapa que exige más de su cuerpo, la otra persona debería aportar más margen. No por héroe, sino porque entiende de qué va el juego: sobrevivir con la mínima pérdida de alegría

La redistribución no es castigo. No es “ahora me toca a mí sufrir”. Es la forma madura de sostener un proyecto común. Si alguien en la casa entra en una etapa que exige más de su cuerpo, la otra persona debería aportar más margen. No por héroe, sino porque entiende de qué va el juego: sobrevivir con la mínima pérdida de alegría.

El papel de quien acompaña

Si convivís con alguien que está en perimenopausia, tu papel no es de comentarista deportivo ni el de policía del síntoma. Es el de cómplice logístico, cuidador intermitente y, a ratos, muro de contención. No hay nada más sexy que quien pregunta “¿qué puedo quitarte hoy de encima?”, y luego lo quita de verdad. Traer agua en la noche. Aprender a leer las señales sin ofenderse. Defender tu casa de las exigencias externas que no suman. Y algo crucial: no convertirte en mártir. Ayudás más si no te convertís en el héroe incansable que hace todo y después pasa factura. El pacto es de dos, no un tributo.

Parejas que no son hetero ni monógamas ni iguales

Este texto es para todas. Las dinámicas cambian en parejas lesbianas, bisexuales, en vínculos no monógamos, en hogares donde conviven generaciones, en familias escogidas. Si comparten ciclo o compartiste crianza, las resonancias pueden ser dobles: dos cuerpos cambiando a la vez. Más razón para la empatía, para que la logística sea limpia y las decisiones no se tomen bajo tormenta. Y una verdad que asusta y libera: la pareja no es la única unidad de cuidado. La red importa: unos vínculos familiares sanos, un buen vecindario y unas amistades gozosas salvan vidas.

Si comparten ciclo o compartieron crianza, las resonancias pueden ser dobles: dos cuerpos cambiando a la vez

Medicina sí, pero sin mansplaining

No hace falta doctorarse para entender que esta etapa es médica y social. Consultá, informate, buscá profesionales que te escuchen. Lo mismo con suplementos, fármacos o terapia: criterio y seguimiento. Tampoco convirtamos la casa en un ensayo clínico de moda. Los cuerpos no son idénticos; lo que a tu amiga le funcionó puede no ser lo tuyo. El objetivo no es conseguir una versión “pre” de ti, sino una vida que te siente bien hoy.

Ocio, dinero y culpa

Hay una trenza que conviene deshacer: si me encuentro peor, renuncio al ocio; si renuncio al ocio, me encuentro peor; si me encuentro peor, siento culpa. Cortemos por lo sano: el ocio no se negocia como premio. En términos de economía doméstica, es inversión estratégica, no capricho. Si cada peso y cada minuto están medidos para las criaturas, la casa y el trabajo, pero el ocio de quien atraviesa la perimenopausia es “cuando sobre”, nunca ocurrirá. Y sin ocio, no hay deseo que sobreviva, ni humor que alcance.

Lo que cambia cuando lo nombramos

El antes y el después de esta etapa no es un milagro hormonal: es una pareja que deja de enfrentarse y se pone del mismo lado de la mesa. Cambia la conversación: del “¿qué te pasa?”, al “¿qué hacemos?”. Cambia el calendario: de abarrotado a respirable. Cambia el reparto: de intuiciones a acuerdos medibles. Cambia el deseo: de exigido a posible. Cambia el humor: de desgastado a más estable. Y cambia, sobre todo, la sensación de soledad: ya no peleás con tu cuerpo en secreto; compartís la batalla con alguien que entiende que quererse es comprender que el cambio es parte de la vida.

Porque al final el amor no es un estado: también es un conjunto de gestiones

A veces, la casa no puede con todo. Hay parejas que, con el cambio hormonal y la acumulación de temas no resueltos, terminan separándose. No es un fracaso moral, sino una verdad que merece tratamiento digno: acompañamiento, reparto justo, criaturas informadas sin dramatismo, respeto. También hay parejas que encuentran una segunda madurez: menos pirotecnia, más humor, menos perfeccionismo, más lealtad práctica. El deseo, cuando regresa, no vuelve adolescente, sino sabio. La pareja que se atreve a mirar de frente a la perimenopausia suele salir reforzada con mejores herramientas para todo lo demás: enfermedades, cambios laborales, adolescencias, viejas heridas. Porque al final el amor no es un estado: también es un conjunto de gestiones. Y gestionar, en tiempos de calor súbito y sueño robado, es un acto político de cuidado: aquí estamos, esto somos hoy, movemos lo que haga falta para caber aquí, juntos.

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