Pol Guasch: “Me atrae la literatura que me obliga a aprender a leer de nuevo”

La NaciónCulturaLa Nacion27/09/20254 Views

A los 27 años, el escritor Pol Guasch (Tarragona, 1997) llegó a Buenos Aires para participar del Filba, el festival que este año invita a pensar el otro. Autor de las novelas Napalm en el corazón (ganadora del premio Llibres Anagrama de Novela en 2021) y En las manos, el paraíso quema, escribe sobre mundos en crisis, con paisajes desolados y a veces feroces, donde el fuego y la destrucción abren preguntas sobre la supervivencia cuando todo parece a punto de derrumbarse.

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Sin embargo, el pulso de sus libros está atravesado por algo profundamente humano: la amistad y el deseo, fuerzas que insisten y que son el motor de sus personajes incluso en medio del colapso. Frente a esa intensidad abrumadora y por momentos melancólica, su presencia sorprende por el contraste: cálido, reflexivo y de hablar pausado, Guasch construye sus respuestas con la misma calma con que deja que sus historias respiren.

En Filba, participó del panel “Imaginarios de la descomposición”, donde, junto con las escritoras Ana Paula Maia y Natalia Litvinova -con moderación de Ana Clara Pérez Cotten- reflexionó sobre cómo narrar un mundo en ruinas y de qué modo las historias íntimas pueden convertirse en espejo de dolores universales. En otras actividades continúa explorando estos cruces entre literatura, deseo y paisajes al borde del colapso.

En diálogo con LA NACION, Guasch se detiene en esos temas que atraviesan su obra: el deseo como fuerza vital, la amistad que resiste, la ambigüedad de los territorios que crea y el fuego como metáfora de destrucción y de comienzo. Habla de la escritura como un acto de encuentro -con los otros y con uno mismo- y de su apuesta por una literatura que, más que ofrecer certezas, invita a hacerse nuevas preguntas.

-En tus novelas el deseo no aparece solo como experiencia amorosa sino como una fuerza que sostiene a los personajes. En el marco de un Filba que invita a pensar en “el otro”, ¿cómo se relacionan en tu obra el deseo y la alteridad?

-Para mí, escribir, lejos de ser un acto solipsista o meramente autorreferencial, siempre ha sido buscar algo que está fuera de mí, en un otro. No se trata de encontrar respuestas a preguntas que me preocupan, sino de iniciar diálogos. Cuando escribí Napalm en el corazón y En las manos, el paraíso quema, estaba rodeado de lecturas y autores que de alguna manera forjaron esos libros. Escribir era también ir hacia ellos, hacia esos textos y referentes. Siento que, con la escritura, pude desarrollar formas de deseo que quizás no podía formular biográfica o personalmente. Durante años mi forma de escribir fue leer. La lectura me permitió declinar esas formas de deseo que no eran posibles no solo por vergüenza o porque estaban negadas, sino porque ni siquiera sabía que existían. Descubrí mucho más sobre cómo siento, cómo se me remueve el cuerpo, lo que me gusta o me disgusta leyendo y escribiendo que viviendo, si entendemos vivir de manera convencional. Y no me gusta separar las cosas: para mí escribir y leer es vivir. No hay que escoger entre escribir y vivir, porque son exactamente lo mismo. Pienso mucho en cómo llegué a la escritura. No tengo una respuesta cerrada, porque mi proceso está atravesado por mis referentes: Clarice Lispector, Hélène Cixous, Marina Tsvetáieva, autoras que han pensado la escritura como un acto de amor y el amor como un acto de escritura. Como si no se pudiera amar sin la idea de estar escribiendo algo; no solo un lenguaje compartido, sino inscribirse en algo que ya estaba escrito, que nos precede. También pienso la escritura como un acto de amor y de desamor, como la forma de acercarse a lo que no nos pertenece, a lo que no somos, a lo que no es idéntico a nosotros. En mis historias se ve esa búsqueda de llegar a sitios desconocidos, de escribir relatos que no se acerquen a lo único, a lo sólido o impermeable, sino que exploren lo incierto y lo abierto. Ahí la influencia de Ursula K. Le Guin es clave.

-Mencionaste a Clarice Lispector y a Ursula Le Guin. ¿Qué otros autores fueron tus influencias? Por la manera en la que describís paisajes, tus novelas rememoran un poco a Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà, y a Panza de burro, de Andrea Abreu.

-Con Irene compartimos referentes fundacionales: Mercè Rodoreda y Víctor Català, escritoras esenciales de la literatura catalana que marcaron no solo a una generación de narradores sino también de poetas. Con Andrea también siento una cercanía. Hay algo de escritura periférica —y no lo digo en un sentido peyorativo, sino como quien escribe en los márgenes de una literatura estatal—. En mi caso, escribir en catalán; en el de Andrea, desde las Islas Canarias. Ese lugar periférico, como ocurre con Le Guin, permite interesarse por lo desinteresado, por lo que no está dictado por lo hegemónico. Mucha gente no lo entiende, pero mi literatura tiene sentido porque está escrita en catalán. Esa lengua, con su historia y su situación política, condiciona las cosas a las que me acerco. Y aunque Andrea escriba en castellano, lo hace desde un lugar y una lengua periférica. Cuando uno escribe en una lengua periférica nacen intereses distintos, alejados de lo hegemónico.

-Vivís en Barcelona pero sos de Tarragona, una ciudad mediana. ¿Ese origen también influye en tu escritura?

-Sí. Siempre digo que mi paisaje sentimental no es un bosque idílico. Desde la ventana de la casa de mis padres veo una autovía enorme y un cementerio inmenso. Ese es mi paisaje íntimo, y se mezcla con un paisaje literario muy verde, heredado de lecturas como la de Rodoreda. De esa combinación surge una naturaleza que en mis libros es agresiva, nada romántica, atravesada por lo humano. No hay una visión idílica de animales saltando, sino una especie de violencia en el encuentro entre lo natural y lo humano. Creo que esa fricción define la atmósfera de Napalm en el corazón y En las manos, el paraíso quema.

-En tus libros los personajes buscan refugios: en una relación, en una amistad. ¿Creés que la literatura puede ser un lugar de resguardo?

-[Piensa un rato] Dudo en responder porque me incomoda caer en lugares comunes. La idea de la literatura como espacio de refugio se ha usado tanto que a veces pierde fuerza y parece reducirla a un ejercicio de autorreferencia o encierro. Pero al mismo tiempo, la literatura me salvó. Por eso mi silencio inicial: porque es verdad, pero no en el sentido simplista de que la literatura exista solo para salvar vidas. Pensar así puede generar la idea de que vamos a los libros solo a buscar reconocimiento: “tengo este dolor, necesito un libro que lo nombre para sentirme acompañado”. Para mí la potencia de la literatura está más bien en buscar lo que uno no es, en encontrarse con la diferencia. Los libros que más me han marcado no son los que me confirmaron cómo se vive el deseo gay, la juventud o la pobreza, sino los que pusieron en crisis mis certezas, que llevaron esos temas a lugares inesperados. Pienso, por ejemplo, en Mundo cruel, del autor puertorriqueño Luis Negrón: un libro de cuentos marica que realmente tambaleó mi deseo, me mostró que podía ser otra cosa. Ese es el tipo de experiencia que me interesa: no solo la identificación, sino la transformación que desarma las ideas previas. En realidad lo que me interesa son esos libros que desencajan las ideas que uno tiene sobre todo. Me atrae la literatura que me obliga a aprender a leer de nuevo. Con Clarice Lispector sentí eso desde la primera vez: me obligaba a reaprender, y me sigue pasando cada vez que la releo. Su obra cuestiona no solo mis ideas sobre el mundo, sino también sobre la literatura y la escritura. Más que identificación, busco esa sacudida. Quizá habría que resignificar la palabra “refugio”. No como un espacio de identificación, comodidad o consuelo, sino como un lugar donde uno se cuestiona desde dónde mira y piensa. Ese es el refugio que me interesa.

-Incluso hoy, la diversidad sexual o los deseos que se apartan de la norma encuentran obstáculos. ¿Llevar ese deseo al centro de tus libros es para vos un acto de resistencia, de cuidado o de búsqueda personal?

-Los libros que he escrito y la forma en que puse un tipo de deseo muy particular en el centro no nacieron desde la desobediencia. Al menos en el lugar del mundo desde el que escribo, mi deseo histórico no necesitaba rebelarse. Pero ocurre algo bonito y a la vez doloroso: aunque hoy parezca que el deseo queer -o marica, llámalo como quieras- ya no deba reivindicarse como hace veinte años, el proceso subjetivo con el propio deseo sigue siendo errático, profundo y a veces violento. Aun cuando el entorno social sea más comprensivo, vivir un deseo que no es exactamente normativo implica fricciones. Yo llegué a la escritura desde esa imposibilidad de no escribirlo, pero también desde una necesidad de unirme a una historia previa, de encontrar mi lugar en una genealogía que desconocía. A muchos chicos maricas les pasa: la historia que te cuentan no coincide con la que estás viviendo, y escribir se vuelve una forma de coser ese desajuste, de comprender y cuidarse. En ese sentido, la escritura es también acto de cuidado, una manera de darle forma a lo que no sabías que existía y de reconocerte dentro de algo más amplio.

-Tus libros se desarrollan en escenarios sin coordenadas precisas, que podrían pertenecer a cualquier geografía. ¿Qué buscás al construir estos espacios abiertos e indeterminados?

-Quiero que sea la escritura misma la que marque el espacio y el tiempo de mis novelas. No me interesa dar una información que resuelva todas las dudas. Cuando un libro anuncia “Barcelona, 1945”, ya responde la mitad de las preguntas. Yo busco que el lector escriba el libro conmigo, que se implique. Me fascinan los textos que exigen algo del lector, que te miran a los ojos a través de la escritura. Ursula K. Le Guin dice que la ficción se ha construido históricamente como un arquero que dispara una flecha: conocemos el punto de origen, la trayectoria y el final. Es una lógica masculina y racional. Pero quizá la novela podría pensarse como una bolsa que guarda cosas, de la que cada lector extrae las herramientas que necesita y la transforma en algo propio. Esa imagen me guía, por eso en mis libros no hay linealidad clásica ni una voz única que lo explique todo. Prefiero una literatura abierta, empática y colectiva, que permita que cada lector arme su propio mapa.

-En En las manos, el paraíso quema, el fuego recorre cada escena como amenaza y como metáfora. ¿Cómo imaginás esa imagen de un mundo que arde y qué lugar ocupan los vínculos humanos en ese escenario?

-En En las manos, el paraíso quema quise mostrar que el mundo arde, pero lo central son las personas: qué pasa con los afectos, con el deseo, con la amistad. Se habla del fin del mundo, pero no de qué ocurre con nosotros cuando el mundo se termina. Me interesa esa perspectiva: no tanto imaginar un planeta sin humanos, como propone el apocalipsis clásico, sino pensar un “nosotros sin mundo”. Hay un libro -¿Hay un mundo por venir?, de Déborah Danowski y Eduardo Viveiros De Castro-de dos antropólogos que plantea justamente esto: cambiar el foco y preguntarnos qué pasa con el nosotros cuando el mundo desaparece. Ahí está mi pregunta y mi imaginario.

Pol Guasch, escritor catalán que ganó el Premio Llibres Anagrama de novela en 2021

-En tu podcast Paradís dijiste que tenés mala memoria para recordar nombres de títulos y personajes, pero que nunca olvidás las sensaciones que te deja una lectura. ¿Qué te dicen los lectores que sienten con tus libros?

-Hablan de tristeza feliz, de alegría melancólica, de un sentimiento complejo en el que conviven la tristeza y la felicidad. Como si el deseo fuera muy consciente de su final, o como si el final resistiera apagarse del todo. Es una especie de antítesis que convive, como encender un fuego en medio del agua.

-¿Cómo fue escribir tu segundo libro después de ganar el Premio Anagrama a los 24 años? ¿Sentiste presión para sostener tu carrera literaria siendo tan joven?

-Empecé a escribir En las manos, el paraíso quema apenas terminé Napalm en el corazón, antes de que me alcanzaran las consecuencias del premio, las traducciones o las giras. Eso me protegió. Lo que escribo ahora sí me enfrenta a otras dificultades. La primera es encontrar tiempo para entregarme a la escritura, algo que se volvió más difícil. La segunda es que no he ganado nada de seguridad: tener dos libros publicados no me da ninguna certeza. Al principio me inquietó, pero entendí que se trata justamente de eso: sentirme tan perdido como el primer día, igual de confuso e inseguro. A esa inseguridad se suma otra que antes no existía: la de la recepción. Aunque no escribo pensando en cómo será leído, en algún momento aparece la pregunta: “¿Qué valor tiene esto para los demás, para el mundo? ¿Es importante, necesario?” Esa duda es dura, pero inevitable. En el podcast hablé con Clara Serra sobre el deseo, y ella decía que un deseo realizado es una forma de muerte. Lo siento cercano: cuando un deseo se cumple del todo, aparece el duelo. Me pasó con la poesía: publiqué un libro y después me sentí incapaz de seguir escribiendo poesía. Es un duelo extraño, una mezcla de rendición, imposibilidad y aceptación de que quizá lo que sé hacer no me llevará adonde quiero. Deja muchas preguntas sin respuesta. Por ahora sigo escribiendo narrativa, no poesía, pero para mí poesía y prosa no son mundos separados. Son formas distintas de una misma búsqueda.

Para agendar

Esta noche, Pol Guasch será parte de Leemos y bailamos, la fiesta literaria de Escape a Plutón en el bar cultura La Paz Arriba (Av. Callao 1082), donde conversará y leerá con otros escritores antes de que la pista se encienda con música.

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