
Agendas saturadas, estrés laboral, pantallas que roban atención… ¿Programar el sexo puede ser una solución?
Trabajar demasiado, dormir poco, chequear las redes sociales en lugar de descansar, cumplir con las obligaciones domésticas, cuidar de los hijos o de los mayores, ver una serie… En un contexto como este, en el que seguramente muchas personas se verán reflejadas, el deseo tiene cada vez menos espacio para aparecer.
La consecuencia de esto, y de otros condicionantes, es que la “recesión sexual” de la que se habló por primera vez en la revista The Atlantic en 2018, y que se abordó en diversos estudios como este del British Medical Journal del año siguiente o este otro publicado en la revista Leisure Sciences en 2021, está más presente que nunca.
Estas supuestas vacas flacas sexuales parece que afectan especialmente a los más jóvenes, pero también a las parejas adultas, en las que el cansancio y el estrés se convirtieron en un anticonceptivo infalible.
Con este panorama, muchas personas buscan soluciones para intentar aumentar la calidad y la frecuencia de sus relaciones, y algunos, en un alarde de organización, optaron por una muy poco romántica pero que sin duda puede resultar práctica: agendar el sexo igual que se agenda una reunión en el trabajo o una cena con amigos.
Más que un intento de controlar el deseo, quienes lo defienden lo ven como una forma de protegerlo frente al trabajo, las pantallas y el ruido mental. También como una estrategia para reconectar cuando los ritmos o los deseos de cada miembro de la pareja no coinciden. No obstante, aunque las intenciones sean buenas, otros ven en este intento de planificar la pasión una forma de matarla definitivamente.
Para clarificar un poco la utilidad o no de este sistema, preguntamos a un par de sexólogas y a tres personas anónimas que practican o practicaron en el pasado este método.
Más que un intento de controlar el deseo, quienes lo defienden lo ven como una forma de protegerlo frente al trabajo, las pantallas y el ruido mental
A veces se llega a la planificación del sexo de una forma indirecta. Una de las personas que accedió a hablarnos de su experiencia, cuenta que no es que establezcan un día y hora concretos dentro de la semana para tener relaciones, sino que funciona más bien diciendo: “dejá que termine esta tarea”. O “esperá a que vuelva del trabajo”. Quizá también: “el viernes nos lo tomamos libre, ¿vamos al cine o a cenar?”. El sexo, en su caso –explica–, se sobreentiende en esa tarde libre.
Ahora, tras un tiempo practicando este sistema, “es más explícito”, dice. “Puedo escribir a mi marido y decirle: ‘llevo unos días muy caliente. Estoy deseando terminar el trabajo’. Y la respuesta puede ser: ‘el martes, que ya habrás terminado, cogemos”.
Así, esta pareja, que lleva cinco años unida, convirtió el sexo programado en una forma de mantener viva la chispa. “Da salida a una excitación que de otra forma podría terminar en masturbación”, además de crear cierta anticipación que puede resultar excitante. “Así pasamos un par de días anticipando el momento y llegás con muchas ganas”, cuenta.
Al estar premeditado nos ha servido para tener tiempo de imaginar y buscar formas de sorprender al otro
Aunque reconoce que “es muy frustrante cuando no se cumple y puede convertirse en algo mecánico, al estar premeditado nos sirvió para tener tiempo de imaginar y buscar formas de sorprender al otro. Nos dio pie a probar muchas cosas nuevas”.
Para otras parejas, sin embargo, el intento de cuadrar la intimidad en el calendario se convierte en una fuente más de tensión. “Todo tenía que girar en torno a él. Fue una herramienta de control”, nos explica otra mujer que también prefiere no dar su nombre. “Él demandaba una atención que yo en aquel momento no podía sostener”, ya que convivió con su pareja durante una etapa complicada marcada por la ansiedad y los problemas familiares. “Lo último que me quería era coger, pasear o intimar. Pero no era suficiente. Pasó poco a poco a convertirse en una relación de uno conmigo como satélite”. La experiencia fue devastadora y ahora lo tiene claro: “La intimidad surge, no puede ser una obligación. El deseo es fuerza vital que nace de la apertura. Donde hay miedo, ansiedad o control no hay deseo”.
Un tercer testimonio resume con ironía su experiencia: “Yo lo odio. Pero hay gente que no tiene espontaneidad. Cuando mi novio está muy estresado en el trabajo, se empeña en establecer un momento fijo dentro de la semana: el fin de semana por la mañana”, explica. “Me da pena, pero entiendo que no todo el mundo puede coger bien en esta vida”.

Pero como contábamos al principio de este artículo, este fenómeno no surge de la nada. “Podemos hablar de una recesión sexual porque podemos hablar de una recesión social”, explica Nayara Malnero, sexóloga, psicóloga y terapeuta de parejas. “Las pantallas y las nuevas tecnologías son fantásticas pero, a veces, debido a su uso intensivo, estamos perdiendo habilidades sociales, de comunicación o emocionales que antes sí que desarrollábamos”.
Malnero señala que este cambio afecta sobre todo a los jóvenes, aunque cada vez más adultos lo padecen: “Aunque conocen a más personas, la interacción es menos profunda. Y toda la dopamina que generan las redes sociales está haciendo que haya un descenso del deseo sexual, más estrés y más adicción a las pantallas”.
En ese contexto, el sexo programado puede parecer una solución lógica. “Es una respuesta a la falta de deseo, de tiempo y al aumento del estrés y de la multitarea”, explica. Pero también advierte: “Me gusta más el término de síntoma, porque programar el sexo hace que no funcione”.
El matiz es importante. Para la sexóloga Malnero, el problema está en lo que se programa. “Una cosa es planificar una cita con ilusión”, como sería el caso de la primera pareja, “y otra muy diferente es ‘tenemos que hacerlo ahora porque toca’. Con presión no funciona el deseo”.
La experta recomienda probar otra fórmula: “Tener una cita semanal, una hora para ellos, en la que tener intimidad, compartir juntos, conectar… Pero nunca para obligarse a tener sexo. El sexo debe ser una consecuencia de estimular el deseo, no de forzarlo”.
Con presión no funciona el deseo
Coincide con ella la sexóloga y psicóloga María Victoria Ramírez Crespo, de lasexologia.com: “Programar en sí los encuentros penetrativos o que impliquen lo genital puede ser contraproducente, porque puede ser que el día programado uno de los miembros de la pareja no tenga ganas, y se puede vivir con presión”.
En cambio, también defiende la idea de agendar la intimidad sin expectativas: “Puede ser muy beneficioso programar un tiempo libre de obligaciones y con alguna actividad agradable con la pareja para charlar, disfrutar juntos y dar espacio al contacto físico”.
Su propuesta pasa por reservar momentos para la cercanía y el juego, sin la obligación de llegar al sexo. “También podrían programarse momentos para hacerse unas caricias, intercambiar besos y abrazos, darse mutuamente un masaje suave… Pero sin la presión de que después tenga que haber contacto genital si no hay ganas. Hay deseo erótico que no siempre implica deseo de contacto genital”.
El éxito o el fracaso de la planificación depende, sobre todo, del contexto. “Si verdaderamente hay muchas ganas y mucho deseo, funciona fenomenal”, afirma Malnero. “Es tener una cita para disfrutar, reservar un hotel, comprar juguetes, pensar en juegos, etc. Pero la mayoría de parejas lo hacen porque hay un problema de deseo, y el único beneficio es cargarse la relación”. Por eso insiste en que el sexo no puede convertirse en una tarea más. “Generalmente se convierte en una exigencia más, en un ‘tengo que’, un ‘debo de’. Suelen ser las mujeres las que ven cómo aumenta su estrés y cómo el deseo se mata por completo. ‘Si podía tener un poco de ganas ya me lo mataste’”.
Puede ser muy beneficioso programar un tiempo libre de obligaciones y con alguna actividad agradable con la pareja para charlar, disfrutar juntos y dar espacio al contacto físico
Para que funcione, dice Malnero, “tiene que ser divertido. Los dos tienen que tener ganas y tienen que estar de acuerdo. Tiene que haber comunicación y consentimiento, porque si no hay consentimiento, no es sexo: es violación o abuso. Tiene que ser, sobre todo, con cariño, con la actitud de ‘vamos a pasarla bien, vamos a compartir’, y no porque ‘hay que”.
Más allá de modas o titulares, las expertas coinciden en que, a fin de cuentas, lo que falta no es sexo, sino tiempo. Tiempo para uno mismo, para la pareja y para la presencia real, sin distracciones. El sexo programado puede ser una herramienta útil si se entiende así: como una forma de reservar espacio a la intimidad en medio del ruido cotidiano.
“Tenemos vidas en las que no hay tiempo para la intimidad, para nosotros mismos ni para la pareja”, resume Malnero. En ese sentido, la planificación puede servir de recordatorio: que el deseo no aparece por arte de magia, pero tampoco se deja atrapar en una cita de Google Calendar.
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