
Los gurús de La Moncloa transmiten en sus argumentarios para la Brunete Pedrete periodística que no habrá ruptura y que la legislatura no está en peligro. Dicen, casi con desesperación, que Junts se ha quedado en tierra de nadie y no se atreverá a ir a una moción de censura, en la que tendría que votar exactamente igual que VOX. Veremos. La relación entre Carles Puigdemont y Pedro Sánchez siempre se ha caracterizado por una compleja danza de intereses. Desde aquel primer encuentro en Barcelona en 2016, cuando el independentista ocupaba la presidencia de la Generalitat y el socialista lideraba la oposición, ambos comprendieron que su alianza era funcional: valiosa mientras durara y prescindible cuando dejara de ser beneficiosa. Nueve años después, el desenlace parece inminente. Puigdemont ha llegado a la conclusión de que Sánchez ya no solo es un lastre, sino que representa un problema interno para Junts, donde la presión procedente de cargos territoriales y el desvío de votos hacia la ultraderecha catalana exigen un cambio drástico. Este lunes, en Perpiñán, los líderes de Junts se reunirán para debatir si rompen definitivamente con el PSOE. La decisión final recaerá sobre los 6.000 militantes del partido, en una consulta que evoca a aquella que precedió su salida del gobierno de coalición con ERC hace tres años. El guion se repite: creciente malestar, amenazas públicas que no llegan a materializarse y, finalmente, una escenificación solemne que justifique un cambio de rumbo. Sin embargo, esta vez hay un factor adicional: el temor a ser vistos ante el electorado catalán como quienes facilitaron un gobierno del PP y Vox. La dirección de Junts es consciente de que esa imagen sería devastadora en Cataluña. El fiasco de la amnistía y el descontento interno Uno de los principales agravios que expone Puigdemont es el…
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