
“Caminar es, en última instancia, el acto de caer hacia adelante, sostenido por la fe en que el suelo estará allí para recibirnos”, escribió el periodista y viajero Paul Salopek. Y quizá por eso, en este siglo que corre más rápido que nuestros propios pasos, caminar ha vuelto a ser un refugio. No se trata de llegar antes ni de recorrer más: es el arte de avanzar con todos los sentidos abiertos, de escuchar el mundo sin que el ruido nos devore.
En plazas, caminos costeros, senderos de bosque y avenidas, una tendencia se expande como una respiración profunda: mindful walking. Nacida en las tradiciones budistas, esta práctica invita a caminar con plena atención, sin prisa, observando cada sensación en el cuerpo y en el entorno. En monasterios zen, los monjes recorren círculos o líneas rectas, sintiendo el roce de la planta contra el suelo y el vaivén del cuerpo. El maestro Thich Nhat Hanh lo resumió en una frase que hoy atraviesa océanos: “caminar en paz es hacerlo por la vida”.
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La psicóloga clínica y profesora de neurociencia de la Universidad de Oxford, Margaret Collins, lo explica así: “se trata de llevar la conciencia plena a la acción de caminar: no sólo mover las piernas, sino observar el propio cuerpo, los sonidos, la temperatura, incluso los pensamientos que van y vienen, sin juzgarlos”. Para ella, es como “abrir una ventana en medio del ruido y dejar entrar aire fresco”, completa.
Occidente lo abrazó en los años 90, cuando los programas de reducción de estrés basados en mindfulness comenzaron a incorporar caminatas guiadas. El cardiólogo James Whitmore, de la Universidad de Melbourne, recuerda que “los primeros estudios buscaban comprobar si la reducción de cortisol observada en meditadores podía replicarse con el cuerpo en movimiento, y la respuesta fue contundente: sí, e incluso con beneficios adicionales para la salud cardiovascular”.
En la última década, la investigación avanzó más. Un estudio de la Universidad de Kioto reveló que treinta minutos de caminata consciente, tres veces por semana, modifican la conectividad de la corteza prefrontal, clave para la toma de decisiones y la regulación emocional. “Lo más sorprendente fue que las mejoras en el estado de ánimo eran proporcionales al grado de atención sostenida durante la caminata, no a la velocidad ni a la distancia recorrida”, afirma el neurobiólogo Hiroshi Tanaka, especialista a cargo de la investigación.
Pero más allá de la evidencia médica, el auge responde a una necesidad cultural: en un mundo que exige correr, la caminata consciente propone avanzar a otro ritmo, con la mente descalza. Es un antídoto contra la prisa disfrazada de productividad. “Es un retorno a lo simple para descubrir lo extraordinario que habita en lo cotidiano”, afirma Collins.
Hoy, los parques de Berlín, las veredas porteñas y los jardines de Tokio ven cómo personas solas o en pequeños grupos caminan con paso deliberado, respirando hondo, con las manos sueltas o entrelazadas a la espalda. Algunos lo hacen descalzos sobre césped, otros en senderos de grava. Hay quien lo practica después de una reunión, como preludio al sueño o como pausa laboral. El denominador común es la atención plena: un modo de volver al cuerpo y al presente, allí donde estén los pies.
Mariana G. (42), arquitecta, casada, madre de dos hijos adolescentes, recuerda con una sonrisa el día que decidió caminar “de otra manera”. “No fue que empecé a moverme más despacio —cuenta—, sino que, por primera vez, presté atención a todo lo que pasaba mientras caminaba. Era como si las calles de siempre tuvieran otra luz”. Aquel cambio comenzó por recomendación de su kinesiólogo, después de una contractura recurrente: treinta minutos de caminata consciente tres veces por semana. Lo que parecía una rutina más, pronto se volvió su ritual de equilibrio.
El mindful walking no exige equipamiento ni lugares especiales, pero sí una actitud distinta. Según el fisioterapeuta y especialista en movimiento consciente Erik Johansson, de la Universidad de Lund, “el primer paso es decidir que la caminata no será un trámite: es un momento para estar con uno mismo y con el entorno”.

Los pasos básicos son sencillos: se comienza con una postura erguida pero relajada, se intenta sentir el contacto de los pies con el suelo en cada paso, mientras se coordina el ritmo de la respiración con el movimiento. Durante el paseo se observa lo que ocurre alrededor —sonidos, colores, temperatura— sin evaluarlo. Cuando la mente se distrae, se procura volver suavemente la atención al paso siguiente.
En ciudad, se recomienda elegir recorridos con veredas amplias y menor flujo de tránsito, aunque incluso en calles concurridas se puede entrenar la atención. En la naturaleza, el terreno irregular estimula el equilibrio y la percepción corporal. También existe la versión indoor: caminar lentamente en un pasillo o incluso en una habitación, práctica habitual en hospitales y centros de meditación.
Un estudio conjunto de la Universidad de Stanford y el Instituto Karolinska mostró que esta práctica mejora la capacidad creativa hasta en un 60 % durante las horas posteriores al recorrido. “Caminar con conciencia cambia la forma en que el cerebro integra la información sensorial, lo que repercute en la memoria y la toma de decisiones”, explica Johansson.
En el plano físico, investigaciones de la Universidad de Toronto hallaron que la caminata consciente regular reduce la presión arterial y mejora la variabilidad cardíaca, indicador clave de salud cardiovascular. “La diferencia respecto a una caminata rápida convencional es que el cuerpo no sólo se beneficia del movimiento: también recibe un mensaje constante de calma que regula el sistema nervioso autónomo”, detalla la cardióloga Isabelle Fournier, especialista a cargo del estudio. Mariana confirma, sin saberlo, esos hallazgos: “al mes, noté que no sólo estaba más relajada, sino que dormía mejor. Y lo más curioso es que comencé a recordar más detalles de mis días, como si todo se hubiera vuelto más nítido”.
Martín L. (35), diseñador gráfico, soltero y fanático del running, confiesa que nunca imaginó que frenar su ritmo le traería tantos beneficios. “Cuando me hablaron de mindful walking, pensé que era sólo caminar lento. Pero descubrí que se trata de algo más profundo: aprender a observar lo que sucede dentro y fuera de uno, sin intentar cambiar nada”, indica. Su primera experiencia fue tras un período de ansiedad y estrés laboral intenso, y desde entonces integró esta práctica en su rutina diaria.
La psicóloga clínica y profesora de la Universidad de Toronto, Elena Ruiz, explica que “el mindful walking activa mecanismos neurobiológicos que disminuyen la producción de cortisol, la hormona del estrés. Además, favorece la regulación emocional y mejora la atención sostenida”.
Un estudio realizado en la Universidad de Harvard demostró que quienes practican caminatas conscientes al menos cuatro veces por semana presentan una disminución del 35% en los síntomas de ansiedad generalizada. “La atención plena durante la caminata ayuda a desconectar de los pensamientos obsesivos y a enfocarse en el presente”, agrega Ruiz.

Más allá del impacto mental, la práctica mejora la postura y el tono muscular. El fisioterapeuta Jorge Méndez, de la Universidad Nacional de Colombia, especialista que se ha dedicado a analizar esta nueva tendencia, señala que “caminar con conciencia corrige desequilibrios posturales comunes y fortalece los músculos estabilizadores, especialmente en la zona lumbar y la pelvis”.
Un ensayo clínico realizado en la Universidad de Sydney confirmó que participantes que incorporaron mindful walking a su rutina diaria mejoraron su alineación corporal y redujeron molestias musculares en un 40% después de seis semanas. “El cuerpo aprende a escuchar sus señales y ajustar la marcha de manera saludable”, concluye Méndez.
Martín, en su experiencia, valora esa armonía física y mental que ha encontrado: “Caminar así me conecta con mi respiración y calma mi mente, pero también me hace sentir más fuerte y presente en mi cuerpo. No es solo ejercicio: es un encuentro conmigo mismo”.
Sofía M. (29), periodista recién separada, descubrió el mindful walking cuando buscaba una forma de manejar la ansiedad que le provocaba la vorágine de la ciudad. “Comencé haciendo pequeños paseos conscientes camino al trabajo. Al principio parecía extraño, incluso inútil, pero con el tiempo se volvió un espacio sagrado en mi rutina diaria”, confiesa.
La caminata consciente puede incorporarse en la práctica cotidiana sin grandes cambios. “Caminar mindful no requiere horas ni un lugar especial -explica la terapeuta ocupacional Laura Kim, de la Universidad Berkeley de California-. Se puede practicar en el trayecto al trabajo, durante la pausa del almuerzo o en pequeños paseos al aire libre”.
Aprovechar la caminata hasta la parada del colectivo para sentir cada paso, el sonido del viento o el roce de las hojas. Usar la caminata como pausa consciente entre tareas o reuniones, son algunas de las alternativas que se pueden comenzar a poner en práctica. “No es cuestión de velocidad o distancia, sino de calidad de atención”, destaca Kim.
Entre los prejuicios más frecuentes está creer que mindful walking es “caminar lento sin sentido” y excusas como “no tengo tiempo para esto”. El neurólogo Andrés Molina, de la Universidad de Barcelona, abocado a interpretar los beneficios de caminar, afirma: “la atención plena puede integrarse en pequeños momentos y no requiere largos períodos. Además, mejora la eficiencia mental y reduce el estrés, por lo que al final se gana tiempo y bienestar”.
Otro mito es que siempre hay que practicarlo en la naturaleza o solo. “Si bien los entornos naturales potencian la experiencia, esta es una práctica que puede hacerse en cualquier contexto y acompañado si eso facilita la constancia”, añade Molina.
Sofía confirma: “al principio creía que no podía hacerlo en medio del tránsito o la gente, pero aprendí a encontrar ese espacio interior donde nadie me interrumpe”. En definitiva, el mindful walking invita a recuperar el tiempo fragmentado, a convertir cada paso en un acto de presencia y cuidado. No es una moda pasajera sino una invitación a caminar hacia el bienestar integral.







