
En la mañana del martes pasado, bajo un cielo gris sin resquicios como suele ser el cielo de Lima, llegué a un lugar que conocía de memoria aunque no había estado nunca en él: la puerta del diario La Crónica. Nunca había pasado por allí, a pesar de que en ese punto de la ciudad comienza una de las novelas que han apuntalado mi vida de lector y mi vocación de novelista. Conversación en La Catedral, que Mario Vargas Llosa consideraba a veces su mejor obra (y a veces, simplemente, la que más esfuerzo le había costado), se abre con un periodista de 30 años llamado Santiago Zavala, que sale del diario donde redacta editoriales sobre cualquier cosa, mira sin amor la avenida Tacna y se pregunta en qué momento se había jodido el Perú. Y al hacerlo —al hacerse esa pregunta— echa a andar una de las ficciones más ricas y abarcadoras de nuestra lengua, una de esas novelas que trastocan para siempre la manera como entendemos nuestro mundo los ciudadanos de América Latina. ¿Qué es un latinoamericano? Es alguien que se pregunta, cada cierto tiempo, en qué momento se jodió su país. ¿Qué es un escritor latinoamericano? Es alguien que intenta contestar a esa pregunta mediante construcciones de palabras.






